Cuentos de Fantasmas (Aleister)

1 0 0
                                    

-Yo me sigo preguntando cómo es que esa avalancha no te mató- comentó Felicia tras escuchar la historia de Isabela.

-Verás, cariño, hay gente que nació para estar metida en ropa excesivamente costosa y sonreír falsamente, mientras que algunos de nosotros, nacimos para lo extremo- respondió Isabela. Las dos clavaron sus miradas una en la otra.

-Señoritas, ahora no es el momento de matarnos entre nosotros- intervino Dimitri con firmeza. -Esto sólo confirma la teoría de Aleister. Lo que sea que nos está persiguiendo es algo sobrenatural. Ningún animal sin algún tipo de modificación especial podría sobrevivir a tantos ambientes sin morir. Definitivamente la magia está involucrada- comentó.

-Hay algo que no me cuadra- dijo Romina mientras repasaba mentalmente las historias. -A Lucius se le apareció un halcón, a Argus una serpiente, a Felicia un gato y a mi un cangrejo, pero, ¿por qué a ti no se te apareció algún animal para entregarte el sobre? -cuestionó. La atención se dispersó y todos meditaron aquella duda en silencio.

-Esos ojos que mencionaste...- planteó Lucius con algo de temor. Todos entendían que quizás aquellos ojos podían ser de la criatura que había asesinado a toda esa gente, pero no podían estar seguros.

-Pudo ser esa misma criatura...o quizás algo más...siniestro- comentó Aleister con frialdad y seriedad.

-Por favor, querido. No me digas que crees que eso era un fantasma- respondió Felicia con incredulidad. Aleister clavó sus ojos carmesí sobre ella y frunció el ceño.

-Con todo respeto, madeimoselle Diamant, usted no sabe nada sobre ver un fantasma- respondió Aleister, y de pronto, todas las miradas se centraron en él.


*Stuttgart, Alemania. Tres días antes de la reunión*


Como era costumbre, si no estaba leyendo alguna nueva historia que fuese a ser publicada o escribiendo sus propias historias, Aleister paseaba por su mansión construida en lo profundo del bosque. Tenía varias bibliotecas con manuscritos que iban desde historias publicadas hace un par de semanas, hasta pergaminos mesopotámicos. A veces simplemente los admiraba en los estantes, pero otras veces se deleitaba leyéndolos mientras paseaba por su casa, como en esta ocasión. Sin embargo, no todo sería paz y armonía para él.

-Señor Noble, disculpe que lo moleste- interrumpió una de las mucamas con algo de timidez. Aleister la miró con tranquilidad y le hizo saber que podía hablar libremente. -Hay...intrusos en el bosque nuevamente. Devotos de la iglesia cristiana que está en la ciudad- explicó. Aleister cerró el libro que estaba leyendo y se dirigió hacia su habitación en la cima de la mansión. Ya en el balcón, distinguió un grupo de linternas entrando al bosque. El sol estaba por ocultarse y en cuanto la luna saliera, el bosque se pondría mucho más peligroso. Aleister suspiró y se dispuso a ir a hablar con los devotos.

-Micaela, ya sabes lo que tienes que hacer. No esperen a que yo vuelva- ordenó Aleister a la mucama. La mansión debía quedar cerrada por completo antes de que cayera la noche. En el bosque había más que sólo animales de que preocuparse. Aleister salió de su hogar y comenzó a caminar por el bosque hacia los visitantes inesperados.

Los devotos se oían bastante molestos. Aparte de las linternas, parecían llevar grandes crucifijos y un que otro trinche. Impresionante ver una turba como esa en pleno siglo veintiuno.

- ¡Haremos que esos espíritus malignos vean la luz del Señor! ¡Regresaran al averno! -exclamó el pastor que parecía cegado por una ira sin sentido. De haber llevado una antorcha, seguramente hubiera reducido el bosque a cenizas. La turba lo secundó y el pastor se dio la vuelta listo para iniciar su marcha hacia el interior del bosque, pero al hacerlo, se topó frente a frente con los ojos carmesí de Aleister. La muchedumbre se sobresaltó y retrocedió asustada.

-Me disculpo, damas y caballeros, no era mi intensión asustarlos- dijo Aleister con calma exuberante.

-Mire esos ojos, pastor. Él debe ser uno de los demonios- mencionó una de las mujeres presentes en la turba. El pastor tomó un crucifijo y se lo acercó a Aleister, quién lo observaba confundido.

- ¡Apártate, demonio! ¡No permitiremos que te lleves nuestras almas! El Señor está con nosotros y te ordena que desaparezcas- recitó el pastor con cierto temor en su voz. Aleister levantó la mano cubierta por su guante negro y apartó el crucifijo gentilmente.

-Señoras y señores, temo que este es un simple malentendido. No soy ningún demonio- respondió Aleister.

- ¿Entonces qué eres? -cuestionó el pastor.

-Mi nombre es Aleister Noble. Soy el dueño y director general de la editorial Bloody Rose. Creo que hemos empezado con el pie izquierdo. Aún así, dado que están a punto de entrar a mi propiedad, y parecen estar disgustados. Así que díganme, ¿en qué los puedo ayudar? -ofreció Aleister amablemente.

-Los demonios han salido del abismo y están atacando la casa de nuestro señor noche tras noche. Sabemos que vienen de este bosque. ¡Hemos venido a cumplir la voluntad del Señor y enviarlos de vuelta al averno! -exclamó otro entre la muchedumbre. Los demás lo respaldaron. -Hasta donde sabemos, tú podrías ser el hereje que los está conjurando- agregó.

-Entiendo sus inquietudes, y puedo asegurarles, no tengo nada que ver con sus infortunios. Sin embargo, debo insistirles que se vayan. Los espíritus de este bosque no son...amigables. Les aconsejo que se retiren- respondió Aleister. La turba lo tomó por tonto y siguieron su paso hacia el interior del bosque. Aleister se quedó de pie sin moverse, sabiendo que era cuestión de tiempo antes de que las linternas se apagaran y los gritos comenzaran. Sacó el reloj de bolsillo que levaba consigo y empezó a contar. En menos de un minuto, a lo lejos comenzaron escucharse gritos de pavor dispersos por el bosque -Tomó menos de lo que esperaba- comentó Aleister para sí mismo.

De entre el follaje, el pastor emergió corriendo, asustado hasta el alma, sin su linterna y sin el crucifijo con el que ingresó al bosque. Pasó de lado a Aleister, quién se quedó mirando el montón de arbustos. De pronto, el ambiente pareció ponerse aun más oscuro y frío. Algo se aproximó a Aleister y se detuvo justo frente a él. No podía verlo, pero sabía que estaba ahí, Era un alma en pena, buscando venganza por algo o alguien. Aleister no se movió ni un centímetro, mientras observaba al espíritu con frialdad. Tras unos instantes, el espíritu regresó a lo oscuro del bosque.

El resto de la turba comenzó a salir corriendo de entre los arbustos poco a poco. Cuando Aleister sintió que ya habían salido todos, comenzó a caminar de vuelta hacia su mansión. Sin embargo, a lo lejos, escuchó un grito que sonaba familiar. Siguió la dirección del grito hasta un claro cerca de un río, alumbrado por la luz de la luna. Sobre el pasto, yacía Micaela. La misma mucama que despidió a Aleister minutos atrás. Estaba abierta desde el cuello hasta el vientre y con los brazos y la cara llenos de rasguños grotescos. Aleister sabía que no había sido la turba, pero tampoco habían sido los espíritus del bosque. Algo más había reclamado una vida joven e inocente.

Aleister pidió a sus sirvientes que incineraran el cuerpo al amanecer. Aleister estaba desorientado y más que nada, perturbado por lo que había visto. Subió hasta su habitación para meditar lo que acababa de ver. Sin embargo, al entrar, la única luz de la fogata, alumbraba su cama, sobre la cuál había una araña negra casi del tamaño de su rostro. Estaba parada sobre algo, pero no se distinguía que. En cuanto se acercó, la araña bajó de la cama y desapareció en la oscuridad. Lo que había debajo era un sobre color rojo vino con una inscripción negra...

A La Luz de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora