Temple de Acero (Miranda)

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-No comprendo como puedes seguir viviendo ahí- comentó Romina tras escuchar la historia de Aleister.

-Te acostumbras...después de unos cuantos siglos- respondió Aleister.

-Entonces, podemos dar por sentado que no es un fantasma, o espíritu, o lo que sea- comentó Dimitri tratando de poner las piezas juntas.

-De eso no estoy seguro. De lo que sí estoy seguro, era que quería dar a entender algo. Si hubiese querido aparentar ser un espíritu más del bosque, no habría matado a alguien. Quería darse a conocer...hacerme saber que estaba ahí y que sabía quién era- comentó Aleister. Todos parecieron estar de acuerdo con dicha afirmación.

-Veo otro patrón aquí: todas, absolutamente todas las víctimas tenían una relación con nosotros. O trabajaban para nosotros, o aparecieron muertas cerca de lugares en los que nosotros estábamos. Y en segunda, eran personas inocentes...o eso quiero pensar- agregó Romina. Todos repasaron lo sucedido en sus mentes, y efectivamente, aquella afirmación parecía ser correcta. Para todos...menos para una persona.

-Puede que dicho patrón no se aplique a todos nosotros- comentó Dimitri. Tras decir su indirecta, dirigió su atención hacia la esquina más oscura de la mesa, donde Miranda sólo los observaba con sus afilados ojos negros.

-Hasta donde yo sé, Dimitri, la manufacturación de armas no es ilegal- comentó Argus, siendo el primero en entender la indirecta.

-Oh, no, no estoy hablando de Black Out Weapons, señor Grant. Estoy hablando de una de las cabecillas más importantes y letales, sino es que la más importante y letal de toda la mafia- respondió Dimitri. En cuanto terminó su frase, todas las miradas se tornaron hacia Miranda, quién los miraba con indiferencia. Odiaba que hablasen de su vida privada. No le importaba cómo el cerebrito se había enterado de ello, pero le molestaba en exceso.


*Londres, Inglaterra. Un día antes de la reunión*


En un elegante restaurante de la ciudad que a la vista de todos, estaba cerrado. Sin embargo, en la bodega, había una mesa redonda iluminada por una tenue luz en el techo. Seis personas sentadas alrededor de ella, con rostros de pocos amigos.

-Esto es ridículo. Llevamos casi una hora aquí sentados como imbéciles. ¿A qué hora piensa llegar? -dijo un hombre de cuarenta y tantos años, con un muy marcado acento ruso y ropa semi deportiva. Alrededor de esa misma mesa, había una mujer mayor de etnia asiática que observaba en silencio, un hombre negro de traje blanco, que de forma petulante, llevaba un puro en la boca y a una escort sentada en su regazo. A la izquierda del hombre ruso, había un hombre japonés que también observaba todo en silencio. A su lado, un hombre italiano con un elegante traje azul y un sombrero. Finalmente, había un hombre americano que también mal encarado que guardaba su silencio. -No sé ustedes, pero no pienso quedarme ni un minuto más- sentenció. En ese momento, la puerta de la bodega se abrió y emergió un hombre de traje que parecía ser el hombre a cargo, y sin embargo, no lo era.

-Disculpen la tardanza. Me alegra ver que todos están aquí. Espero que se sientan cómodos- saludó el hombre cortésmente.

-Una hora. Una maldita hora perdida esperando- reclamó el hombre ruso.

-Lamentamos la espera, señor Arianov, pero mi empleador tuvo que ocuparse de asuntos de vital importancia- respondió el hombre de traje. -No obstante, ahora lo importante es aclarar cualquier queja o comentario que tengan al respecto- comentó.

- ¿Y dónde está tu empleador? Yo no lidio con perritos falderos. Ya estoy harto de esto. ¿Quién diablos se cree que es? Reunirnos aquí a una hora acordada y hacernos esperar una hora. No es la primera vez. Estoy harto. Esto necesita un giro. Necesita que alguien más capaz dirija este grupo. Y yo, estoy dispuesto a tomar ese mando. Lo hare mejor que quién quiera que sea ese inútil pedazo de...-la voz del hombre ruso se interrumpió cuando una bala le atravesó el cráneo. El tipo cayó muerto sobre la mesa, que se manchaba con el rojo de su sangre. Los que quedaban, miraban pasmados sin entender nada.

De entre las sombras, emergió Miranda con arma en mano, sin siquiera inmutarse por lo que acababa de hacer. Reviso el arma y se la entregó a su asistente, quién la guardó y comenzó a hablar mientras Miranda caminaba al rededor de la mesa.

-Como les iba diciendo, mi empleadora no está nada contenta con el desempeño de ninguno de ustedes. Ella movió cielo, mar y tierra para quitarles a todas las agencias de encima, puso a toda la policía de la ciudad en su nómina y aún así, con el camino completamente despejado, han reducido considerablemente su desempeño.- comentó el asistente mientras todos observaban a Miranda con miedo. -Iremos directo al grano: creemos que quizás uno de ustedes no está reportando los ingresos completos. Es decir, nos está robando- agregó.

-Si alguien lo estuviese haciéndolo, seguramente era el ruso- respondió el hombre negro, mientras su acompañante le acariciaba el pecho. -Viste como reaccionó ante la demora- comentó.

-Eso ahora es irrelevante. A partir de ahora, las acciones de los rusos serán repartidas entre ustedes cinco. Seguiremos como si nada- respondió el asistente.

-Así no funcionan las cosas. Jamás acordamos lo que acaba de pasar. El ruso está muerto y yo no recuerdo que se me haya consultado para tomar dicha decisión- reclamó el italiano. Todos lo secundaron en un alarido de voces, que fueron calladas por Miranda, quién golpeó la mesa con fuerza.

-Es simple: porque ustedes no son mis socios, ustedes trabajan para mí- respondió Miranda. Todos se erizaron al escuchar su voz. Era profunda, penetrante e inquietante. Era como el violento soplo del viento en una noche sin luz. Aun así, había un retorcido encanto en ella. -No olviden quién les da las armas con las que amenazan a la gente. Es gracias a mí que la mafia a nivel internacional sigue y seguirá andando. Se hará lo que yo diga, y si a alguien no le parece...tengo más balas de donde salió esa- dijo con una mirada asesina. Nadie se opuso y todo bajaron la mirada como esclavos. Miranda miró a su asistente, dándole a entender que ella ya había terminado ahí y se iría. Él quedaría a cargo. Miranda subió a una de las camionetas blindadas que esperaban afuera y se encerró.

Pasaron varios minutos y los cinco salieron como si nada, pero su asistente no. Cinco, diez minutos, y nada. Miranda odiaba que la hicieran esperar y él lo sabía. Miranda se bajó de la camioneta hecha una furia y entró a la bodega nuevamente, pero las luces estaba apagadas. No se veía nada, pero un olor extraño emanaba de ahí. De pronto, Miranda sintió algo detrás de ella. Una respiración. Se dio vuelta y sacó una pistola que llevaba consigo y le disparo a lo que estaba detrás de ella. La criatura escapó, dejando un rastro de luces bajas. No supo cómo, pero desapareció. Cuando las luces se recompusieron, Miranda miró la mesa. La mesa estaba cubierta de sangre, pero no solo del ruso, sino de su asistente, que yacía sobre ella abierto de cuello a cadera. No estaba su cabeza ni sus manos. Miranda observó la escena con algo de enojo, pero ya nada podía hacer.

-Señorita Black. Escuchamos los disparos- dijo uno de sus guardaespaldas al entrar. Varios hombres armados la rodearon para asegurarla. En cuanto vieron al sujeto descuartizado, todos se miraron con confusión. -¿Señorita Black ? -preguntó el guardaespaldas ante la expresión fría de Miranda.

-Limpien este desastre- ordenó ella y se marcho de vuelta a las camionetas. Sobre una de ellas, había un cuervo de plumaje demasiado negro con un sobre negro en el pico. Se lo entregó a Miranda y se alejó volando. Tras leer lo que decía, se subió a la camioneta y ordenó que prepararan su avión...

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⏰ Última actualización: Sep 21, 2022 ⏰

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