Tratando de ayudar

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Alan se sentía ansioso, no conocía a su jefe y peor aún, no sentía la más mínima confianza para estar con él en su casa, sin embargo, sabía que no tenía opción, así que prefirió ser lo menos molesto que su estado le permitiera, ya que trabajo social había discutido con él las opciones para su recuperación, y realmente ninguna era cómoda, siendo la más viable la de ser alojado en casa del alfa para sus cuidados y su recuperación, tal vez no sería tan malo, pero no estaba seguro de no ser una carga, pues él mismo se había dado cuenta de que sus estados de ánimo no eran los mismos.

—Buenos días, —la intensa voz de Carlos sobresaltó a Alan, que se perdió en algún momento en sus pensamientos repasando lo sucedido, cosa que por desgracia era frecuente desde el ataque. —Buenos días, respondió Alan, lo más seguro que pudo.

—Soy Carlos Montero Díaz, —extendiendo la mano a modo de saludo se acercó un poco más a Alan.

—Alan Ojeda Ramos, mucho gusto. —el dolor por haber extendido la mano se reflejó en él rostro de Alan, —disculpa, no debí forzarte, —por primera vez Carlos suavizaba su severa expresión haciendo sentir más cómodo a Alan.

Carlos notó los círculos morados alrededor de aquellos intensos ojos azules, ahora que lo veía y a pesar de lo lastimada que tenía la cara y el cuerpo, el tipo se miraba más joven de lo que imaginó, pero su rostro lucía angustiado, Carlos sospechó que era por haber presenciado el ataque a aquel niño. —¿listo para irnos?, Carlos se acercó un poco más a la cama de Alan que se había vuelto a perder, el chico lo miró algo aturdido, y es que Alan ni siquiera podía detener sus reacciones, el médico le había explicado que era cuestión de tiempo para que regrese a la normalidad y que padecer ansiedad era algo común en casos donde se presenciaba violencia, probablemente tendría episodios depresivos los cuales debería de tratar.

—Disculpe señor Montero, pero le juro que no es mi culpa sentirme así, —Carlos vio la angustia en el rostro de aquel joven hombre, después de todo, lo que había presenciado durante el ataque había sido algo que aún al muy duro Carlos había conmocionado.

—Tranquilo, lo tomaremos con calma, sonrió de lado Carlos, esperando que ese gesto tranquilizara un poco a Alan.

Sonriendo más por compromiso Alan asintió y se bajó de la cama, mostrando su desnudo y redondo trasero con moretones en la cadera y piernas. —Te traje algo de ropa, —Carlos extendió la maleta hasta el joven, quien la tomó rápidamente con la mano que no estaba herida, —probablemente te quedarán algo grandes, pero sólo será para salir de aquí, —Alan abría la maleta y sacó una camiseta y unos jeans; —más tarde iremos a tu casa a recoger algo de ropa. —Alan escuchaba sin prestar atención, su mente no se encontraba conectada a su cuerpo y odiaba esa sensación desvalida, ya que siempre se las había apañado él sólo.

A pesar de rehusarse a usar la silla de ruedas por políticas del hospital tenía que hacerlo, a Carlos le hizo gracia la actitud inconforme del muchacho.

—Pasaremos por tu ropa de una buena vez y así ya no tendremos que salir nuevamente, — Alan ni siquiera hizo caso a la grave voz de Carlos, su mirada estaba perdida en el denso bosque que se levantaba a los lados de la carretera. —El doctor dice que tomará un tiempo para que puedas recuperarte, —Carlos trataba de sonar amigable, pero su especialidad no era consolar gente deprimida y eso empezaba a hacerlo dudar sobre su capacidad para poder ser de utilidad.

Alan observaba el bosque tan verde, tan lleno de vida por el trinar de los pájaros y las mariposas, la voz del alfa sonaba como en la lejanía, sabía que debía de ser agradable, después de todo el tipo agrio a su lado no solamente era su cuidador, sino que era el dueño de casi todo pueblo fantasía y encima era el alfa de la manada local. Pero era malditamente difícil encontrar algo de qué hablar, sin que liberará algunos recuerdos dolorosos sobre su propia vida o sobre los acontecimientos que presenció.

Mi Querido AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora