Por fin en mis brazos

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Alan observó a Carlos estudiar papeles de sus empresas y algunos otros documentos de los que supo eran convenios y reglamentos con las otras manadas que el alfa supremo había enviado por medio del ejecutor esos convenios, incluía la manada de Benjamín y su padre, y se ratificaba a Benjamín como legítimo alfa y también se le asignaba un beta que por demás sería leal, protector, y definitivamente amoroso. Con varios problemas que lo tenían alerta ya resueltos Carlos podía ocuparse de sus sentimientos.

Ya deseaba dejar de buscar un pretexto para mantener a Alan a su lado, él deseaba al joven hombre y bien sabía que este lo deseaba a él. Y hoy era su noche, pero antes quería que Alan conociera todo de él y lo aceptara.

—Hoy haremos hamburguesas en la parrilla del patio. Carlos dejó caer la noticia para observar la reacción del joven. Pues este sabía que desde los ataques se ponía bastante nervioso al estar en la noche en campo abierto.

Carlos frotó la espalda de Alan mientras su mano descansó en él redondo trasero. Alan lo miró en una mezcla de atormentados recuerdos, deseo y... Amor, pues ya estaba enamorado de ese hombre que era todo para él.

—Estaré a tu lado Alan, —los penetrantes ojos de Carlos cavaron en la mirada temerosa del joven, -—siempre, la mano de Carlos apretó aquella masculina y nudosa mano con algunas finísimas y pequeñas cicatrices, dejándole saber él poder implícito de aquella fuerte declaración.

Alan lo miró fijamente, como buscando la verdad en aquella intensa mirada.

—Sabes que te amo, ¿verdad?, —Alan sin tapujos soltó su declaración y Carlos sonrió triunfal, —sabes que yo también te amo.

La noche era fresca, el suave murmullo de las hojas en los altos árboles que se mecían formando una música íntima, escrita solo para ellos.

Carlos deseaba mostrar lo que él era, asumir la postura y elección que Alan tomase en cuanto a su transformación y naturaleza.

—Ven aquí, Carlos acercó a Alan tomándolo por los hombros, agachó la cabeza hasta rozar los labios carnosos del joven quien al sentir la cercanía cerró los ojos esperando el beso que inminentemente le daría. Sus sospechas no lo decepcionaron, los cálidos labios de Carlos reclamaron la boca haciendo gemir a Alan.

Carlos se separó, ese era el momento.

Carlos podía ser un desalmado hijo de puta como empresario, también podía ser un líder de comunidad frío, pero podía jurar que en este justo momento se sentía como una quinceañera en su primera cita, y aún peor, pues se trataba de que Alan viera su naturaleza Lycan de cerca y sería decisivo para que lo acepte o se aparte.

Con una ligera sacudida el cuerpo firme de Carlos se sacudió, los músculos se contrajeron y la humana anatomía empezó una serie de transformaciones que Alan reconoció. Su respiración se aceleró y sintió su cuerpo paralizarse, había visto de lejos la transformación de Carlos y de otros Lycans incluidos sus agresores, pero nada era comparado con tenerlo cerca y escuchar tan nítidamente los cambios producidos por la transformación.

Carlos emitió un gruñido en su forma de lobo, mirando a Alan que lo observaba asombrado, asustado y enamorado.

Carlos aulló, aulló con fuerza, con toda la alegría de sentirse aceptado, y con calma se acercó hasta Alan, quien con manos temblorosas tocó aquel pelaje áspero, mullido y que olía a salvaje, a bosque y a Carlos.

El joven se agachó tomando la cara del lobo y mirándolo fijamente. —Te amo Carlos Montero, y amo al Lycan que eres, te acepto como eres, sin cambiar algo de ti.

Alan recitó esas palabras como si fueran votos; como una solemne promesa de lo que el joven verdaderamente sentía.

Carlos se restregó en aquellas varoniles pero pequeñas manos, sin nunca apartar la mirada, sí, había encontrado al hombre que acompañaría sus lunas y soles, aquel con quien vería las estaciones y con él que pasaría los años.

Mi Querido AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora