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Akiteru se encontraba por el bosque buscando algunas ramas que le sirvieran como leña, estaba hincado buscando cuando sintió algo en su tobillo como un rasguño o una ligera mordida, giró su cabeza y vio que no tenía nada, tal vez solo eran alucinaciones suyas.

Al regresar a la cabaña acomodó la leña mientras Tadashi y él esperaban a Kei, su hermano era el que se encargaba de la caza.

El mayor se sentía un poco mal al respecto, tanto como su hermano como Tadashi eran sobrenaturales y él no podía ayudar o guiarlos porque desconocía totalmente todo. Su hermano a veces salía al bosque en busca de comida y también para probar su forma. Yamaguchi por su parte igual trataba de experimentar haciendo hechizos o pociones pero al no tener un guía o un libro que lo instruya era difícil y fallaba la mayor parte del tiempo.

A lo largo de las horas Akiteru se empezó a sentir mal, se sentía muy débil, con ganas de vomitar y con muchos escalofríos. Se acostó en el sofá que había cerca a descansar un poco, Yamaguchi lo había notado extraño, así que una vez que vio al mayor con los ojos cerrados puso su mano en su frente y notó que estaba hirviendo, debía tener fiebre. Rápidamente fue por unos trapos y algo de agua fría para ponerlos en la frente al mayor.

— Parece que la peste negra nunca se fue... —Dijo en voz débil Akiteru antes de quedarse dormido.

Yamaguchi se quedó perplejo, ¿peste negra? Él había escuchado de eso como todos pero pensó que ya había terminado la pandemia.





— ¿La peste negra tiene cura? —Kei preguntó a su hermano el cual estaba en cama desde hace varios días, con cada día que pasaba se sentía más débil, tosía sangre y su piel en la parte de sus manos estaba empezando a oscurecerse.

— No... —El mayor respondió algo bajo y sin verlos, no le gustaba ver aquellas expresiones.

— ¿Pero por qué nosotros no nos hemos enfermado? —Volvió a preguntar el de lentes, su hermano ya tenía varios días así y ni él ni Yamaguchi se sentían mal y eso que el pecoso se la pasaba con su hermano todos los días para cuidarlo.

— Ustedes no son humanos... Su cuerpo resiste más. —Respondió.

El castaño al escuchar aquello pensó en algo.
— ¡P-puedo intentar curarte! —Habló Tadashi nervioso viendo a Akiteru, nunca lo había intentado pero podía probar.

— No te presiones, Tadashi. —El mayor dijo, no quería que Yamaguchi se sintiera presionado. Sabía que había hechizos para curar pero también sabía que eran para personas experimentadas o con alguien que los guiara.

— Déjame intentarlo... Por favor. —El pecoso jamás había intentado hacer un hechizo así, ni siquiera sabía si se necesitaba ingredientes o cosas para que tuviera más efecto pero aún así lo intentaría, no podía dejar que Akiteru muriera si tenía la posibilidad de salvarlo.

Tomó las manos del mayor con algo de temblor por los nervios, cerró sus ojos pensando en curarlo y en su cabeza diciendo algunas palabras en latín que su mamá le había dicho que servían para la efectividad de un hechizo.
Un pequeño destello apareció donde Yamaguchi estaba sujetándolo, Akiteru y Kei se encontraban confusos, ¿estaba funcionando? Fue muy rápido, tan pronto como el destello se presentó, desapareció.

Yamaguchi abrió sus ojos con esperanza de que hubiera funcionado pero al ver que las manos del mayor y ver que todo seguía igual, significaba que no había funcionado.

— Está bien, Tadashi. Hiciste lo que pudiste. —Le dijo con una ligera sonrisa Akiteru, le costaba poder sonreír pero no quería que se sintiera decepcionado.

Era inevitable, el castaño solo podía sentirse mal. Lo poco que sabía de magia era porque él mismo se la enseñaba pero tal vez no se la estaba enseñando bien, en momentos así extrañaba a su mamá.


Los días pasaban y Akiteru solo empeoraba; Tadashi aún quería seguir probando, el hechizo no funcionó pero tal vez una poción sí, le pidió ayuda a Kei para que consiguiera algunas cosas y terminando fue hasta donde se estaba quedando el mayor.

Pensó que estaba dormido así que se acercó sigilosamente y tocó levemente su hombro para que despertara, pero nada. Ambos se asustaron un poco y empezaron a llamarlo mientras lo removían intentando despertarlo, pero nada.

— ¿Está...? —Yamaguchi no quería ni terminar la frase, decirla lo haría sentirse miserable.

Ninguno dijo nada, Tsukishima solo tenía la cabeza cabizbaja y Yamaguchi soltaba pequeños quejidos de un llanto que luchaba por retener.


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