Na Jaemin
«Yo no elegí el piano.
El piano me eligió a mí.»
Cuando somos pequeños, todos soñamos con ser algo o alguien en nuestras vidas. Y en mi caso fue querer ser pianista. No cualquier pianista, sino, uno con la técnica de Franz Liszt. La presencia de Mozart. El ingenio de Beethoven y la fama de Ludovico Einaudi.Franz y Einaudi son pianistas de mi época. Y personas que no le llegan ni a los talones a dos de las grandes huellas de la historia de la música, simplemente los nombró por tener un verdadero escalón al que puedo creer algún día he de llegar.
Quiero ser pianista. Mi madre lo era. Mi padre lo era, digo: ¿Por qué yo no iba a querer serlo?
Tenía nueve años cuando mis padres me regalaron el primer y único piano que tuve. Lo habían metido en secreto al estudio que los tres compartíamos en nuestro hogar cada que pasábamos un buen rato en familia.
Y no era cualquier piano.
Era de esas preciosidades enormes que con sólo mirarlas y tenerlas en casa te hacen sentir por encima del resto.
Su color negro era encantador, el brillante logo de Yamaha le daba su toque. Su cola era perfecta. Sus cuerdas estaban limpias y nuevas y yo estaba listo para desgastarlas por el resto de mis días.
A pesar de que mis padres fueran pianistas. Nunca habíamos tenido un piano en casa. Siempre usábamos los de la academia de música donde ellos enseñaban y yo asistía después de mis clases normales.
Todo ese tiempo habían ahorrado para que el primero en tener una de esas reliquias en nuestro hogar fuera yo.
Más feliz no pude haber sido.
De la noche a la mañana mi piano se volvió mi mejor amigo. Mi deshago del mundo. Mi escucha. Mi consejero. En tres sencillas palabras: mi vida entera.
Y cuando cumplí los once años, se volvió lo único que me quedaba de mi madre.
Claro. De la mujer que era antes de entrar al hospital para después no ser capaz de salir.
Es extraordinario ver la forma en la que el cáncer se acaba a las personas. Es como ver una flor que se marchita a paso lento frente a tus ojos, que pierde sus pétalos; uno por uno, y sabías estaba muerta desde el día en que sus raíces habían sido arrancadas por la mano y obra de alguien más.
Ese alguien es conocido como Dios.
Aquella dama de sonrisa perfecta. Me dejó, por ir al cielo de los grandes artistas, para volverse una de las tantas estrellas que brillan en el parlamento.
Pase días enteros tocándole Comme au premier jour de André Gagnon; su pianista y canción favoritos. Pensando que en cualquier momento entraría a ese estudio para aplaudirme por lo bien que decía tocaba aquella pieza. Para sentarse a mi lado en ese gran banco de madera y tararear las partituras conmigo. Para que cuando terminará, decidiera tomar mis manos y besar las palmas, repitiendo sin cesar lo talentoso que era su hijo. Que aquellos dedos eran de oro. El oro que ella misma había forjado en sus entrañas.
Quería que mi mamá entrará por esa puerta para nunca volver a verla partir.
Para que se quedará conmigo. Para que me recordará lo amado que siempre fui por ella.
Cuando menos me di cuenta ese piano se volvió su constante recuerdo. Y quizás por eso mi obsesión con sus teclas y enredo de cuerdas. Por ella. La mujer que me dio la vida y que me arrebató la alegría.

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Piano | NoMin.
Fanfiction🎞; Cuando menos me di cuenta mi vida giraba alrededor de un piano. Incluso si no quería. Si lloraba de frustración. Si gritaba de enojo. Si me disponía a romper sus cuerdas. Si soñaba con quemarlo. Era como si le hiciera aquello a m...