🎞; Cuando menos me di cuenta mi vida giraba alrededor de un piano.
Incluso si no quería.
Si lloraba de frustración. Si gritaba de enojo. Si me disponía a romper sus cuerdas. Si soñaba con quemarlo.
Era como si le hiciera aquello a m...
Jeno y yo nos volvimos amigos. Bueno, no exactamente. Nuestra relación siguió siendo un tanto igual que antes de descubrirlo en su mala jugada. Nos tratábamos bien.
Ante sus ojos era un ser humano. Pocas personas me veían así.
Además, sus clases de violín dejaron de ser verdaderas lecciones para aprender a tocar aquel instrumento. Nos encerrabamos en mi habitación, platicabamos de una que otra tontería. Sobre lo mucho que le gustaba leer, lo mal que me veía con el traje que había rentado para mi fiesta de graduación, lo genial que era tener una tienda veinticuatro horas en la provincia, lo desesperante que llegaba a ser escucharlo afinar su violín al inicio de la tarde. Y lo divertido que era verlo llevar de contrabando sus estúpidos cigarrillos de menta.
Jamás me había relacionado de aquella forma con alguien.
Y quiera o no aceptarlo; me encantaba la idea de que Lee Jeno fuese el primero con quién lo hacía. Parecer dos chicos tontos que tan pronto como se cierra aquella puerta de madera, se deshacen de sus cadenas y juegan a que la vida es una tarde entre risas, murmullos, brincos en la cama y más.
Jeno sabía un poco de todo. Era brillante; ¡Dios! Aunque su vida no parecía perfecta, él la hacía ver perfecta. No por lo corto que estaba de dinero, por lo solitarias de sus noches; más bien, por lo tentador que resultaba la idea de su aventura.
Una aventura que cualquiera vería como una locura. Pero él había aprendido a abrazar esa parte de sí mismo. De aceptarla y presumir con gusto.
Hubo una tarde de aquellas, que ambos pasábamos cerca de la ventana de mi habitación. Yo me tapé con la manta más fina y ligera que tengo, él se había quitado su chaqueta de mezclilla e insistía en que no tenía frío. Observábamos el cielo nocturno, la luz de la luna era lo único que nos iluminaba, él sonreía, mientras me hablaba sobre las estrellas y lo agradecido que debería de estar de aún poder ver unas cuantas. Como ya era habitual, sacó su cajetilla de cigarrillos mentolados y su encendedor con grabados que él mismo le hizo (una especie de ave mal trazada).
Puso el cigarrillo que tomó en la abertura de sus labios, con sus manos temblando, le hizo una casita a la llama de su encendedor y la chispa del inicio de la colilla captó mi atención.
Lee Jeno no era la mejor persona del mundo. No era el más guapo, ni la amistad más recomendable que pudieses permitirle tener a tu hijo. Pero con esa encantadora mirada, con esos labios rojos, con ese humo emanando entre ellos, con esa sonrisa torcida, con sus palabras, con su melena alborotada, con su cercanía, con su amabilidad.
Tu mundo en definitiva comenzaría a temblar.
Como el mío. Como el de Yeeun.
Como el de quién fuese. Dónde él llegaba a poner pie. Era para dejar huella, evidencia de que estuvo en ti.
Los días que pasamos juntos fueron agradables. Más de lo que cualquiera pudiera contar.
Su mirada en la mía. Nuestras manos jugueteando, su señal de silencio cuando Yeeun venía de visita al cuarto. Sus historias de vida, mis preguntas ridículas.
Nuestra querida y linda amistad.
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