Cinco.

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Na Jaemin.

La naturaleza del ser humano es por excelencia uno de los más grandes misterios de este mundo.

¿Alguna vez alguien te ha dicho o tienes en mente que jamás podrás terminar de conocerte? Que somos tan cambiantes como las arrugas, como los lunares, como los dolores, como las enfermedades, como las risas, como las lágrimas, como todo lo que te imagines en ti mismo.

Y sí nunca vas a ser capaz de poderte conocer en su totalidad. Porque somos tan revolucionarios como el mismísimo universo. Entonces has de hacerte a la idea que jamás sabrás todo de alguien más.

No hay forma alguna de entrar en la mente de una persona y sacar respuestas de lo que lleva dentro.

Aún me pregunto; ¿Exactamente quién era Lee Jeno? ¿Quién era yo? ¿Y qué planeábamos hacer después de nuestro derrumbe?

Durante esa semana en la que no tome clases de violín me di cuenta de que pensaba tanto en Lee Jeno, como nada en mi vida

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Durante esa semana en la que no tome clases de violín me di cuenta de que pensaba tanto en Lee Jeno, como nada en mi vida.

Era extrañamente preocupante aquello. Porque sólo así, en su ausencia, descubrí que de verdad, tenía que hacer algo con ese apego enfermizo que tenía al amante de mi madrastra.

No lo conocía de nada. Si lo pienso mejor, en nuestros primeros encuentros, nunca llevamos una relación más allá que el agradable trato entre un profesor y su alumno.

Sin embargo me sentí vacío. Muy vacío en aquellos días. Lo único bueno que saqué de ello, fue comprobar que tengo madera para llegar a ser un futuro delincuente.

Desde aquel día en el que estuve en el hospital, el profesor Park me entregó la copia de sus llaves que tenía del que era su salón de música en la academia de artes. Así de tanto confiaba en mí. Comencé a levantarme más temprano de lo que ya lo hacía y me volví un experto en abrir ventanas de propiedades privadas (sin ser descubierto en el acto), solía dejar a lo lejos mi bicicleta (que por poco creí que me la había robado después del desmayo en la biblioteca) en su típico escondite, corría entre los jardines en medio de la oscuridad, sin linternas, ni nada que me sirviera para descubrir el camino y sus riesgos. Ya no me paraba en la casa del señor Lee. No. Iba directo al edificio de la academia.

Daba con la ventana del salón del profesor Park. Trepaba la pared (mis piernas quedaron con miles de raspones por sólo una semana de contrabando, no me imaginaba como estarían después de hacerlo quizás por el resto de mi estancia en la provincia). Me aferraba a las piedras que formaban ese viejo y amenazante muro, buscaba entre los bolsillos de mi sudadera la llave de la ventana, la metía y abría poco a poco las dos puertas de cristal hacía afuera. Me posicionaba en los filosos e incómodos bordes de metal sumamente oxidado de la ventana y saltaba al interior del salón, esperando algún día lograr hacerlo sin caerme de golpe.

Mis imprudentes acciones, se vuelven insignificantes, cuando estoy sentado en uno de los bancos de piel frente al piano del profesor y me deleito con el goce de creerme el pianista más amado y reconocido de todo Corea del Sur.

Piano | NoMin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora