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Algún día lo dirás, que equivocado estaba cuando dije eso.

Semanas después.

William Ray.

Recostado en el blando colchón, miro el techo una y otra vez, pienso en lo mucho que ha cambiado mi vida en estas últimas semanas.

Estar con Caleb es una de las mejores cosas que me podía pasar en la vida. Por otra parte, en ocasiones me sentía un poco mal por mentirle a mi padre. Ya las cosas se me habían salido de control.

Lo único que tenía claro es que no podía estar sin la bestia. 

Unos pequeños golpes en la ventana me sacaron de mis pensamientos, me incorporé rápidamente y era Caleb.

— ¿Estás loco? — abrí la ventana y lo ayudé a entrar.

— La pregunta me ofende — se burló por lo bajo.

— ¿Qué haces aquí Caleb?

— Por ti.

— ¿Para qué?

— Se me ocurren muchas cosas — dio un paso hacia mí.

— ¿Como qué?

— Por lo que veo, hoy tenemos al Ray curioso.

— Quizás — me encogí de hombros.

— Puedo empezar por esto — acaricio mi mejilla con la yema de sus dedos tan delicado que me sorprendió, pero luego bajo su mano a mi cuello y lo apretó.

«Ya había tardado»

Aún con su agarré en mi cuello estampó sus labios contra los míos y con su otra mano unió nuestras caderas.

Me soltó solo para comenzar a desvestirse con la mirada fija en mí, lo imité y me quité torpemente mi pijama quedando completamente desnudo al igual que Caleb.

Me quedé embobado mirando cada parte de él, era perfecto, su oscuro cabello cubría sus ojos, su sonrisa, sus labios carnosos, su blanca piel cubierta de tinta y no hablemos de lo mucho que me ponía su polla de nada más verlo.

— Disculpa que te interrumpa de tu espasmo pero me gustaría follar a mi chico.

No pude evitar soltar una carcajada, por suerte mi padre no estaba, porque con Caleb era imposible hacer silencio.

— Túmbate —ordenó, abrí los ojos como platos— he dicho que manos en la cama Will.

Lo hice y me quedé mirando por encima de mi  hombro como caminaba por mi habitación hasta la mesita, la abrió y agarró un condón y lubricante.

Se colocó detrás de mí, dejó las cosas sobre la cama paso lentamente sus enormes manos por mi espalda,me estremecí cuando frotó mi culo, lo golpeó bastante fuerte y un gemido escapó de mi garganta.  

Se inclinó sobre mí, rozando su erección pero se retiró al instante, le gustaba jugar conmigo, hacerme sufrir.

— Caleb — intenté hablar pero coló unos de sus dedos en mi apretado agujero.

— ¿Caleb qué? — preguntó profundizando su acción, suficiente para que jadeara.

— Yo te necesito ahora.

Sin decir una palabra, se colocó el condón, agarró el lubricante y lo extendió sobre sus dedos, un poco en mi interior, y deslizó sobre la protección.

Agarró mi hombro mientras acomodaba su polla en mi agujero. Apretó con fuerzas y luego retrocedió lentamente. Ya no dolía como las primeras veces, ahora era placentero. Giré la cabeza y abrí la boca para succionar sus dedos.

La Bestia ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora