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Jodido no, lo que le sigue.

William Ray.

Recuerdo poco de este día, igual a todos, me sentía bien. La cabeza me dolía, pero podía aguantarlo, no era un dolor enorme. Eso sí la leve sensación de opresión en el pecho se había mantenido durante toda la semana. Pensaba que era por culpa de una persona... quizás si sea por culpa de él. 

Después de perder el conocimiento no podía definir entre blanco o negro. Digamos que me quedé en una tonalidad de gris demasiado triste y melancólica que para mí solo significaba una palabra:

Muerte.

En todo momento quise abrir los ojos y decir algo, pero era raramente imposible, yo sentía que estaba ahí, los médicos me estaban analizando y por más que me esforzaba todo era en vano. 

Si esto era una batalla la daba por perdida. 

No sé cuánto tiempo pasó hasta que mis ojos se abrieron por si solos, mi cuerpo comenzaba a reaccionar lentamente y me encontraba acostado en una camilla conectado a varios equipos.

Mi padre está recostado en la pared con los puños apretados. 

— Hola — logro decir.

— Menudo susto me has hecho pasar — me mira con ternura — ¿Te acuerdas de algo? ¿Cómo te sientes?

— Recuerdo estar en la escuela y todo se volvió... Gris. 

— ¿Ahora como te sientes?

— Tengo hambre.

— Tú siempre tienes hambre — nos reímos, hasta ser interrumpidos por la puerta que se abre.

— Yo soy el doctor que llevará tu caso — se presenta un hombre de mayor edad.

— Entonces doctor —habla mi padre— ¿Qué es lo que tiene mi hijo?

— Tuvimos que realizar análisis de sangre y detectamos anticuerpos contra virus y otros organismos, medimos los lóbulos rojos y blancos, así como los niveles de enzimas que indicaron daños en el músculo cardíaco — carraspea — Esto quiere decir que presenta una infección relacionada con la miocarditis.

— ¿Eso es grave doctor? — mi padre se pasa las manos por el cabello.

— La miocarditis es un trastorno poco común. Causado por una infección que afecta el corazón — informa — Algunos síntomas son el leve dolor en el pecho, fatiga, dificultad para respirar y arritmias. 

— No entiendo cómo mi hijo puede tener esa enfermedad.

— El caso es delicado, no le voy a mentir — el doctor se ajusta los espejuelos — por lo general está enfermedad se produce a raíz de una infección viral, pero puede ser consecuencia de una reacción a un medicamento o una afección inflamatorio.

Yo no sé cómo reaccionar a todo lo que estoy escuchando.

— También — continúa hablando — en el chequeo encontramos las válvulas cardíacas dañadas, que se conoce como defecto cardíaco congénito y de nacimiento.

— Mi abuelo falleció por eso — digo en alta voz.

— Tú no vas a morir. 

— Yo seré tu médico de cabecera — comenta — y empezaremos con un tratamiento incluyendo medicamentos para regular los latidos y mejorar la función cardíaca. Escuchen — el anciano intenta calmarnos — en este caso lo más efectivo es un trasplante de corazón, para mejorar tu calidad de vida y aumentar las expectativas de vida.  

— Quiero descansar y estar solo — digo.

— Por ahora eso es todo — aclara — Recuerda que la decisión está en tus manos.

El doctor se va. 

— Papá quiero descansar un poco.

— Todo estará bien, Will — palmea mi hombro — Ahora descansa.

— Papá — le vuelvo a llamar — Si alguien del colegio pregunta, diles que no fue nada grave.

Me quedo solo en la habitación.

La escala de grises nunca me ha gustado y ahora entiendo el por qué.

Intenté dormir y eso fue imposible porque mi cabeza no dejaba de darle vueltas a todo. Estaba enfermo, podía morir hoy, mañana o de aquí a cinco años y es ahora cuando me doy cuenta de que nunca he sido verdaderamente feliz y sincero conmigo mismo. 

Una joven enfermera entra y deja sobre mis piernas una bandeja de comida, regresa hasta la puerta mira detenidamente hacía fuera y se voltea a verme.

— Escucha — me señala con el dedo — Necesitaba dinero y por eso acepté...

— ¿De qué hablas? — arrugo la frente.

— El joven insistió que vas a estar mejor cuando lo veas — exhala — Solo tienen diez minutos, entienden que esto me puede costar mi trabajo.

— ¿Pero de qué hablas? — vuelvo a preguntar y lo entiendo todo cuando se va y entra precisamente él.

«Caleb»

Ruedo los ojos con hastío. 

— Veo que no te agrada verme — cierra la puerta — Voy a pensar que tienes algún problema conmigo.

— ¿Te das cuenta ahora? — cruzo los brazos sobre mi pecho.

— Me la suda, Ray — se sienta al pie de la camilla rozando mis piernas — Muy en el fondo sé que no me odias. Tus sentimientos son otro.

— ¿Según tú qué siento?

— Venga — se inclina quedando a pocos centímetros de mi rostro — Estás que babeas por mí.

— Ya quisieras — me defiendo.

— Eres un cobarde — me reta con la mirada — Admite de una puta vez que te confundo.

— No.

— Si. 

— Te dije que no — este tipo me saca de quicio. 

— Puedo hacerlo más fácil — sisea antes de tomar el cuello de la bata de hospital y besarme.

Todo pasó tan deprisa que no reaccioné cuando se lanzó sobre mi cuerpo y sus labios se pegaron de manera demandante con los mío. 

No quería apartarlo, todo lo contrario me gustaba todo lo que estaba sintiendo ahora mismo y no hice más que dejarme llevar.

— Para — le pido con los ojos cerrados y su frente pegada a la mía.

Mis hormonas calenturientas dicen: ay si.

Mi poca cordura dice: ay no.

— ¿Por qué no te gusta o por qué estamos en un hospital?

— Porque estamos en un hospital.

En el momento que las palabras abandonan mi boca me doy cuenta de que estoy jodido y que acabo de lanzarme a los brazos de la bestia.

— Ya no hay vuelta atrás Ray — se burla — deja a tu supuesta novia y arriésgate porque a usted le gusto yo y no pienso dejarte tranquilo. Alejarte no es una opción.

Me vuelve a besar ante de irse y yo me quedo como tonto mirando la comida, la sala vacía y sin saber que mierda hacer con mi vida.

La Bestia ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora