Hágase como se ordena

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-Hija mía -dice la baronesa De Fréval a la mayor de sus hijas, que iba a casarse al día
siguiente-, sois hermosa como un ángel; apenas habéis cumplido vuestro decimotercer
año y es imposible ser más tierna y más encantadora; parece como si el mismísimo amor
se hubiera recreado en dibujar vuestras facciones, y sin embargo os veis obligada a con-
vertiros mañana en esposa de un viejo picapleitos, cuyas manías son de lo más sospecho-
sas... Es un compromiso que me desagrada extraordinariamente, pero vuestro padre lo
quiere. Yo deseaba hacer de vos una mujer de elevada posición, pero ya no es posible;
estáis destinada a cargar toda vuestra vida con el ingrato título de presidenta... Lo que
más me desespera es que no llegaréis a serlo más que a medias... El pudor me impide
explicaros esto, hija mía..., pero es que esos viejos tunantes, que acostumbran a juzgar al
prójimo sin saber juzgarse a sí mismos, tienen caprichos tan barrocos, habituados a una
vida en el seno de la indolencia... Esos bribones se corrompen desde que nacen, se hun-
den en el libertinaje, y arrastrándose en el impuro fango de las leyes de Justiniano y de las
obscenidades de la capital, como la culebra que no levanta la cabeza más que de cuando
en cuando para devorar insectos, sólo se les ve salir de él a base de reprimendas o de al-
guna detención. Así, pues, escuchadme, hija mía, y manteneos erguida..., porque si incli-
náis la cabeza de esa forma complaceréis extraordinariamente al señor presidente, y no
me extrañaría que os la pusiera a menudo mirando a la pared... En una palabra, hija mía,
se trata de lo siguiente: negad rotundamente a vuestro marido lo primero que os propon-
ga; estamos convencidos de que esa primera proposición será, sin la menor duda, de lo
más indecente e intolerable... Conocemos sus gustos; hace ya cuarenta años que, llevado
de convicciones totalmente ridículas, ese maldito pícaro afeminado tiene la costumbre de
tomarlo todo única y exclusivamente por detrás. Así, pues, hija mía, vos os negaréis, ¿me
oís?, y le contestaréis: «No, señor, por cualquier otro sitio que os guste, pero por ahí, de
ninguna manera.»
Dicho esto, se ponen a engalanar a la señorita De Fréval; la arreglan, la bañan, la per-
fuman. Llega el presidente, con el pelo ensortijado como un querubín, empolvado hasta
los hombros, gangoso, chillón, balbuciendo leyes y diciendo cómo tiene que ser el Esta-
do. Gracias al arreglo de su peluca, de su traje ajustado, de sus carnes prietas y restallan-
tes, apenas se le calcularían cuarenta años, aunque tenía cerca de sesenta. Aparece la no-
via, él le hace unas carantoñas y en los ojos del leguleyo se puede ya leer toda la depra-
vación de su alma. Al fin llega el momento... la desnuda, se acuestan y por una vez en su
vida, el presidente, bien por tomarse un poco más de tiempo para educar a su discípula o
bien por temor a los sarcasmos que podrían ser fruto de las indiscreciones de su mujer, no
piensa más que en cosechar placeres legítimos. Pero la señorita De Fréval ha sido bien
educada. La señorita De Fréval, que se acuerda de que su mamá le ha aconsejado que
rechazara con toda firmeza las primeras proposiciones que le fueran a hacer, no desperdi-
cia la ocasión y le dice al presidente:
-No, señor, por mucho que queráis no ha de ser así; por cualquier otro sitio que os gus-
te, pero por ahí, de ninguna manera.
-Señora -contesta el presidente estupefacto-, debo protestar... estoy haciendo un esfuer-
zo... en realidad es una virtud.
-No, señor, por más que insistáis nunca accederé a eso.
-Muy bien, señora, hay que teneros contenta -responde el picapleitos, tomando posesión
de su enclave predilecto-. Mucho sentiría disgustaros y mas en vuestra noche de bodas, pero tened cuidado, señora, pues en el futuro, por mucho que me lo roguéis, ya no podréis
hacer que varíe mi rumbo.
-Me parece muy bien, señor-contesta la joven, buscando la postura-, no temáis que no
os lo he de pedir.
-Entonces, ya que así lo queréis, adelante -contesta el hombre de bien, mientras se aco-
moda-. En nombre de Ganímedes y de Sócrates, ¡hágase como se ordena!

Marqués de SadeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora