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Después de una silenciosa noche, se pudieron apreciar las nubes siendo pintadas por el color celeste del cielo. Una imagen que adoraría cualquiera si se diesen el tiempo de observar.

Kaeya se levantó pesado, su mirada apenas se estaba enfocando en el ambiente, estaba en la habitación en la que antes Adelinde lo había arreglado.

Escuchó ruidos abajo, puso sus pies en sus pantuflas así saliendo de la habitación con un pequeño bostezo; eran voces que desconocía junto a las de Albedo y Diluc.

Asomó su cabeza para ver escaleras abajo y pudo ver al señor que había atendido Diluc antes, Connor.

— Señores, escuchen me, por favor —reclamó nervioso el señor Connor— .

— Adelante —tranquilo habló el pelirrojo, queriendo despejar el desorden que se creó en el recibidor hace un momento— .

Albedo asintió posando su mirada en el castaño.

— Bien —respiró profundamente— . Uno de los heraldos ha llegado a Mondstadt hace unas horas con un acompañante y necesitamos que usted, señor Diluc, les dé una pequeña bienvenida cuando lleguen al Viñedo.

— ¿Qué? —exclamó el pelirrojo— ¿Por qué vendría un heraldo de los once a mi viñedo?

— Tampoco lo acabo de comprender, señor, al parecer vienen a comprar vino y de paso hablar con usted —explicó nervioso— .

El de ojos carmesí suspiró, tenía muchos problemas por resolver como para empezar otro y, pensándolo bien, no haría mal empezar a exportar vino a Snezhnaya.

— Está bien, lo que sea, sólo avísame cuando hayan llegado —hizo un ademán con su mano para que Connor se retirara y así acató a su orden el pelicafe— .

Entonces su atención se redirigio al cenizo de nuevo.

— Entonces —miró a Albedo cruzándose de brazos— ¿Qué es lo que me querías decir?

— Ah, sí, vengo por Kaeya, estoy un noventa y cinco por ciento seguro de que este antídoto solucionará toda esta locura dramática —observó tranquilo al más alto mientras enseñaba un tubo de ensayo con un extraño líquido dentro— .

— Él está - —fue interrumpido por unas pisadas apresuradas que se dirigían hacía ellos.

— ¡Albedo! —saltó alegre hacia el cenizo con un abrazo incorporado.

— Hey, ¿qué tal, pequeño? —acarició los suaves cabellos del moreno con una sonrisa colándose en su rostro— ¿Dormiste bien?

Kaeya se separó del abrazo asintiendo entusiasmado.

— Bien —volvió a hablar el alquimista— , iré a la cocina un rato para calentar esto —sacudió con delicadeza el tubo— y tú puedes ir sentando te en algún sillón de por aquí ¿Vale?

El moreno asintió de nuevo, por fin podría librarse de esa pequeña pesadilla que estaba viviendo, le dolía saber que tiene una vida y no recuerda nada de ella, si no fuera por Albedo ni se enteraba de cómo se llamaba o siquiera si seguiría vivo. Se sentó con juicio en un pequeño taburete acolchado de la sala, esperando paciente a que el alquimista viniera.

Su mirada se cruzó con el ceño fruncido del pelirrojo.

— ¿Estás bien con esto, Diluc? —preguntó inofensivo.

Abrió sus ojos, sorprendido por la pregunta y extrañado por el pesado ambiente que se estaba asomando— ¿A qué te refieres exactamente? —preguntó pasivamente, bajando sus brazos y poniéndolos a sus costados.

Un pequeño accidente [Genshin Impact]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora