Uno

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—Si, Anahí, sigo al pie de la escalera —contestó Alfonso en un tono entre cansino y burlón—, y sí, estoy mirando por debajo de tu vestido —añadió para picarla.

Lo cierto era que le estaba costando mantener la vista apartada. Anahí Puente tenía unas piernas preciosas, sobre eso no había discusión posible. Hacía años que era su mejor amigo, su tormento, y una especie de figura de hermano mayor, pero eso no le restaba objetividad respecto a sus encantos.

—Alfonso Herrera, en cuanto baje de aquí serás hombre muerto.

—¿No estarás amenazando con caerte encima de mí y aplastarme, verdad?, porque siento decirte que, estando tan esmirriada como estás, no me matarías en el acto. Lo único que lograrías sería que me rompiera un brazo o una pierna. Claro que, tal vez, si me caes sobre la cabeza a lo mejor pierdo el conocimiento, pero aun así...

Anahí no pudo evitar echarse a reír.

—Con eso me conformaría. Así al menos te callarías un rato.

En ese momento sopló una ligera brisa, levantando un poco el vestido de Anahí y obsequiando a Alfonso con la fugaz visión de un trozo de encaje blanco. Alfonso tragó saliva y giró el rostro, sintiéndose irritado al notar que se había ruborizado.

—¿Todavía no tienes a ese estúpido bicho?

Anahí alargó la mano un poco más, y consiguió alcanzar el suave cuerpecillo de su gato persa, que se había encaramado al árbol y no se atrevía a bajar.

—Buen gatito, ven con mamá... ya está —murmuró sosteniéndolo contra su pecho—. ¡Ya lo tengo! —exclamó mirando hacia abajo—. La próxima vez, Houdini si tienes que subirte a algún sitio, súbete al tejado del porche —dijo hablándole al gato—. De ahí al menos sabes bajarte tú sólito, y así no tendré que recurrir otra vez a ese insolente inútil, que aprovecha para mirar por debajo de mi falda, ¿me oyes?

Alfonso sujetó pacientemente la escalera hasta que Anahí pisó tierra firme.

—He oído lo que le has dicho a ese minino, ¿sabes? —le dijo torciendo el gesto.

Anahí alzó el rostro para poder mirarlo a los ojos.

—Esa era mi intención —le contestó con una dulce sonrisa sarcástica—. Dime, ¿cómo es posible que alguien que mide casi dos metros pueda tener miedo a las alturas? Si fueras un caballero habrías subido tú a rescatar a mi gato en vez de dejar que lo hiciera yo.

—No es culpa mía que ese tonto animal peludo se suba a los árboles cada vez que aparece un perro. El sí que es un cobardica. En vez de plantarles cara... Si no son más que sacos de babas...

Además, lo tienes muy mimado. Deberías dejar que aprenda a salir solo de los líos en los que se mete —dijo haciendo reír a Anahí de nuevo.

Alfonso cerró la escalera de metal, y la guardó en la caseta de las herramientas del jardín antes de seguir a Anahí al interior de la casa, en la que llevaban viviendo juntos, compartiendo el alquiler, desde hacía casi seis meses. Habían sido amigos desde niños, y ni la distancia ni el paso del tiempo habían alterado la afinidad entre ambos. Seguían pasándolo igual de bien cuando estaban juntos.

Alfonso tomó asiento en una de las banquetas de pino de la cocina, y observó a Anahí mientras ponía de comer a su mascota. Era la misma Anahí que conocía desde hacía quince años, pero desde que regresó de Estados Unidos había algo que había cambiado en ella, aunque no acertaba a averiguar qué era.

Tras dejar a Houdini comiendo con fruición, Anahí puso a calentar agua para hacer té y, aún de espaldas a su amigo, pudo notar su mirada. Volvió el rostro hacia él un momento, enarcando una ceja.

Amigos y Amantes | Terminada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora