Ocho

593 51 3
                                    

Anahí se dio cuenta al instante del distanciamiento de Alfonso; y no fue solo algo físico, era casi como si hubiera levantado un muro entre ellos. Aquello la confundió, y estuvo a punto de echarse atrás, pero había pasado toda la tarde pensando en ello, y había decidido que necesitaba contárselo. Quería que se enterara por ella. Inspiró profundamente y le dijo:

—Kieran vino a hablar conmigo esta mañana.

—Ya —murmuró Alfonso—. Claro, desde que llegó no habíais podido tener una charla a solas.

—Es cierto, no habíamos podido.

—Y supongo que quería ponerse al corriente acerca de tu vida y tú le hablaste de nosotros —aventuró cruzándose de brazos—. ¿Es así?

Anahí se sonrojó.

—No exactamente.

Los celos estaban empezando a asaltar de nuevo a Alfonso.

—¿Y de qué hablasteis entonces?, ¿del tiempo?

Anahí advirtió nerviosa la nota de sarcasmo en su voz.

—No. Me ha dicho que tenía... que tenía dudas sobre su compromiso con Neave.

Alfonso se quedó mirándola, esforzándose por controlarse.

—Y tú le responderías que era natural y que se le pasaría.

Anahí asintió, entrelazando las manos sobre su regazo.

—¿Y eso fue todo? —inquirió él. Quería creer a toda costa que no había habido nada más, pero la vocecilla paranoide en su mente le decía que no era así. Empezó a recoger los restos de la comida—. Estupendo. Pues le mandaremos un bonito regalo, y tal vez tú consigas hablarle de lo nuestro antes de la boda, para que al menos podamos tomarnos de la mano en el banquete sin tener que hacerlo por debajo del mantel.

—Alfonso, por favor... —musitó Anahí angustiada—. Sabes que esto no es fácil para mí.

Pero él no la estaba escuchando. El demonio de ojos verdes dentro de su cabeza le estaba gritando: «¡Te lo dije!, ¡te lo dije!», y se sentía incapaz de volverse y mirarla a la cara, mientras continuaba guardando las cosas en la cesta, como un autómata.

Anahí no sabía qué hacer, pero había decidido ser sincera con él a pesar de todo, así que tragó saliva, y continuó:

—Me dijo que antes de dar el paso necesitaba saber si nosotros... si él y yo... quería saber si podríamos darnos una segunda oportunidad.

Alfonso se quedó quieto, y se hizo un silencio sepulcral entre ellos, mientras la insistente voz seguía martilleando en su cerebro: «¡Así que era eso! Yo te lo advertí, pero tú no quisiste escucharme. No tienes nada que hacer, ¿es que no lo ves? Ella sigue enamorada de él».

Anahí estaba asustada. De todas las reacciones que había imaginado que pudiera tener, la última que había esperado era aquel silencio. Alfonso cerró la cesta y la tomó, poniéndose de pie y yendo hacia el balandro. Anahí lo siguió desesperada con la mirada.

—¿Herrera?

Él no contestó, y tampoco se volvió.

—¡Herrera, por favor, di algo! —le rogó incorporándose.

Alfonso se giró hacia ella con brusquedad. Su rostro estaba tenso, y la mirada en sus ojos totalmente apagada.

—¿Qué es lo que quieres que diga? —le espetó.

Entonces fue Anahí la que se enfadó.

—¡Cualquier cosa, maldita sea! ¡Algo que indique que te importo al menos un poco!

Amigos y Amantes | Terminada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora