Capítulo 03

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Fue al día siguiente que Ada se decidió cabalmente a averiguar sobre Zephyr y su relación con el profesor Collinwood. Había pasado una noche entera sin poder dormir y sin haber probado la cena, al recordar la fría soledad en la que vivía el joven. Tampoco podía olvidar su rostro. Al cerrar los ojos lo veía, y en sus oídos podía conmemorarse la frase ¿Ya? ¿Ya se va?, como un ruego que le pedía volver.

Ada sabía que, esa tarde, Janick Collinwood estaría dando clases a un coro de niños en su teatro. Allí iría y lo esperaría para hablar.

De tarde, cerca de las cinco, Ada ingresó al salón y se sentó detrás de todos procurando no hacer ruido con sus zapatos para evitar que la vieran. No estaba de humor para hablar con nadie.

Había algunas personas sentadas en las butacas, aguardando a los niños finalizar sus cantos. Padres que sonreían al ver a sus hijos interpretar, de forma enternecedora, una copla divertida que hablaba sobre una abeja reina y su palacio de cartón. Más allá, un neonato que lloraba e interrumpía la melodía de los niños cantantes. También dos mocosuelos que correteaban gritando por el pasillo del teatro y un padre que les pedía que se detuvieran y escucharan el coro. Pero Ada no prestaba atención en lo más mínimo a las molestas interrupciones. Ella contempló a Janick en la distancia. Quizá no volvería a mirarlo de la forma en la que lo mirara, como a un tío querido que le había abierto la puerta al estrellato vocal. Más bien, lo vería con desprecio mientras meditase sobre el pobre Zephyr, encerrado en ese cuarto, tan solitario como sabía que era costumbre. Y de pronto cayó en sus pensamientos. Deseó subir y ver al extraño joven una vez más. Él seguro aguardaba por un alma que lo acompañase, aunque sea algunos minutos. Pero Ada se dio cuenta de que era ella quien realmente deseaba verlo. Estaba ansiosa por cruzar las escaleras que la llevarían a su encuentro. Mas despertó de sus reflexiones al percibir que los niños ya no cantaban. Al levantar la vista pudo ver cómo los infantes se reencontraban con sus padres. Algunos ya pasaban a su lado, retirándose. Y cuando el último padre salió del salón con su niño, Janick descubrió a su alumna, sentada a lo lejos.

—Señorita Ada —La miró confuso—. ¿Qué hace aquí? No recuerdo haberle dicho que hoy tenía práctica.

—Lo sé... —respondió ella y se incorporó de inmediato. ¿Qué más decir? Ada no había inventado excusa alguna para aquel sorpresivo encuentro. Su respuesta debía ser rápida y creíble. Soltó entonces—. Vine a ver la cartelera porque estoy interesada en asistir al ballet que estará el próximo sábado aquí, y como escuché a los niños del coro interpretar una canción que me recordó a mi infancia, entré —Sonrió, pero velozmente borró aquel gesto de su rostro. No quería hacerlo, menos frente a ese hombre cínico.

Janick recogió sus cosas y se acercó a ella, pues Ada no fue capaz de caminar hasta él.

— ¿Tiene algo para hacer? —preguntó Janick al pasar a su lado—. Si no le molesta, la invito a tomar té en la cafetería de la esquina.

Ada se concibió afortunada. Nada le vendría mejor en ese momento que tener una conversación con su profesor.

—Gracias —dijo y asintió con su cabeza.

Llegaron al café y se ubicaron en un balcón en donde podían gozar de la brisa de la tarde y del sol que entibiaba el ambiente. Un mozo acercó dos tacitas de porcelana con té y una bandeja de plata con masas finas.

—Gracias —expresó Janick cuando el servidor se retiraba. Tomó entonces la fuente con los bizcochos dulces y ofreció a la soprano, quien llevaba un talante circunspecto y extraño en ella—. Sírvete, por favor.

Ada tomó una masa fina y la examinó sin deseos realmente de probarla aún.

—Profesor Collinwood... —enunció entonces—. Nunca me habló de su familia.
El hombre la miró atónito.

El enigma del teatro CollinwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora