Capítulo 14

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La semana pasó velozmente. Ada planificó con delicadeza las maniobras que llevaría a cabo para alejarse de su vida carnal como una humana corriente.

Durante esos días de tensión, las noches se convirtieron en estacionarias horas de oscuridad en las que no podía conciliar el sueño. Durante las tardes, la soprano se dedicó a caminar por el pueblo.

En tanto una siesta nublada, en donde las nubes amenazaron con nevar, Ada se sentó en el banco de una plaza y se puso a escribir una nota. La misma dedicada a Elbertine. Se tomó su tiempo y redactó lo que le pareció justo para una despedida. Una vez que terminó, dobló la hoja y la guardó en el bolsillo de su tapado de piel.

Algunos copos de nieve comenzaron a precipitar del cielo grisáceo. Ada no advirtió eso hasta que el frío le durmió los dedos sin guantes, que estaban así desde el momento en que empezó a escribir. Se levantó, cubrió sus manos con las prendas correspondientes y se marchó hacia su hogar.

Esa tarde, Elbertine notó a su ama mucho más meditabunda que veces atrás. Antes de comenzar a pasar un trapo sobre los muebles, se acercó y le habló:

—Señorita... ¿Puedo serle de ayuda en algo?
Enseguida la mujer contempló el rostro ambiguo de su criada.

—Elbertine... —Sonrió con pena sabiendo que, si las cosas salían como lo había proyectado, ya no volvería a verla—. Ven. Siéntate un momento —La invitó con amabilidad para que se acomodara a su lado.

La mucama titubeó pero accedió al instante, viendo que la soprano aún golpeteaba delicadamente el sillón para que se arrimara.

— ¿Qué harás cuando ya no tengas que trabajar para mí?
Elbertine abrió los ojos con sorpresa.

—Se... señorita... ¿Está queriendo decir que alguna vez va a despedirme?
Ada rió apenas.

—No. Simplemente quería saber a qué te dedicarás.
Las preguntas aún extrañaban a la jovencita.

—No lo sé —respondió—. Quizá trabaje para otra persona...

—Veo que elijes mal. No sigues el camino de tus deseos —dijo Ada mirándola con reprensión.

Elbertine lo comprendió. Agachó la mirada, se tomó de las rodillas con apocamiento y expresó:

—Si yo alguna vez pudiera tener un momento libre, lo dedicaría a la música, a cantar —admitió—, como usted lo hace.
La soprano le sonrió notoriamente.

—Hay algo que nunca le dije, señorita —Se atrevió a exponer la muchacha—. Trabajar para usted me agrada mucho. Si estuviera en otra morada, con otro tipo de gente a la cual la música no le agradara, yo sería infeliz.

A Ada se le borró la sonrisa de la cara. Aún así se decidió estrictamente a no llorar.

—Adoro cuando pone sus discos preferidos —continuó Elbertine— porque se han convertido en mis favoritos también.

—Me alegra saberlo —comentó la mujer y, antes de que su entusiasmada mucama continuase hablando, pidió—. ¿Podrías preparar té para las dos?
Elbertine se sorprendió más que al principio.

— ¿Para... las dos?

—Sí, claro. A veces necesito compartirlo mientras mantengo una agradable conversación. ¡Ah! —Levantó su mano antes de que la jovencita pudiera moverse—. Que sea con masas azucaradas, por favor.

—Sí, señorita —La sirviente sonrió considerándose halagada. Se levantó enseguida y corrió hasta la cocina para preparar lo solicitado.

Durante la merienda, Elbertine expresó con entusiasmo todo lo que le apasionaba, sus sueños y sus planes futuros. Ada la observó con abatimiento, sonriendo mientras simulaba amistad.

El enigma del teatro CollinwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora