Capítulo 01

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            Esa noche el teatro Collinwood abrió las puertas al público para un espectáculo de voces protagonizado por numerosos coros y cantantes del país. Pero la gente del pueblo estaba ansiosa por oír a dos distinguidos solistas, una soprano de veintidós años y un tenor de veinticinco, que deslumbraban a muchedumbres con sus voces de oro.

Ada Legendre era la poseedora de una voz femeninamente aguda. Una mujer menuda, de ojos color café y largos cabellos hasta la cintura, rizados y terrosos. No era una joven demasiado atractiva exteriormente, pero su voz revestía de lindura su poco atrayente fisonomía.

Por el contrario, Bernard Knightley, el tenor, era un muchacho sumamente popular entre las damas del pueblo. Tenía el cabello rubio, los ojos verdes, una simpática sonrisa y una figura masculina que hubiese sido aceptada para modelar ante los pintores.

Ada y Bernard se habían conocido años atrás cuando el dueño del teatro, y profesor de ambos, Janick Collinwood, los presentó. Bernard quedó fascinado al tratar con Ada, pero ella no mostró interés alguno por el muchacho, a pesar de saber que era muy ansiado por cualquier mujer. Mas para ella Knigthley era demasiado insistente y eso la había llevado a no tolerarlo.

Con el tiempo, Ada se tornó indiferente con él, aunque al muchacho parecía no importarle. La soprano cambiaba sus horarios de práctica si sabía que Bernard estaría en el teatro, el acostumbrado lugar de ensayos. Quería repasar las partituras con tranquilidad, sin sentirse acosada por las miradas de su compañero.

Pero esa noche sería diferente, al igual que lo habían sido los días previos. Ada debería sobrellevar la compañía de su colega vocal. No obstante haría de cuenta que su voz se trataría tan sólo de una grabación que acompañaría su canto.

La aldea parecía vacía, las calles y casas parecían abandonadas. Sin embargo toda la población se concentraba en un solo lugar.

Dentro del teatro parecía haber una fiesta de lujo. Mujeres vestían largos y anchos vestidos, tapados de piel, capelinas y guantes de encaje. Los caballeros estaban de esmoquin, con brillantes fajines, camisas blancas y corbatines de seda.

El espectáculo comenzó con algunos coros. La gente estaba encantada pero a la vez ansiosa por lo que en realidad habían ocupado las butacas del gran establecimiento.

Finalmente, durante la última hora del evento, llegó el turno del dúo Knightley-Legendre.

Ada llevaba un brillante vestido rojo repleto de lentejuelas y zapatos de charol con finos tacos. Su cabello estaba recogido en un voluminoso rodete y de él caían algunos bucles hacia la espalda y hombros. Llevaba un collar de piedras negras y aretes similares. Sus labios pintados de carmín resaltaban en su tez blanca.

Bernard lucía un frac negro. Del bolsillo de su chaqueta asomaba un pañuelo de seda clara y nacarada. Vestía un chaleco, camisa blanca y guantes de seda blancos. Llevaba zapatos negros con cordones y tacones pequeños, y su cabello estaba prolijamente peinado con gomina hacia un costado.

El teatro entero se puso de pie para aplaudirlos durante largo rato, cuando los cantantes entonaron las últimas estrofas.

Ada entró a su camarín apresurada por cambiarse el atuendo y regresar a su hogar. Este era una sala pequeña, rodeada de paredes empapeladas con motivos florales, rosas y celestes. El piso era de madera oscura y crujía al caminar sobre él. El techo era de color blanco, con molduras en los bordes. Del medio colgaba una araña pequeña con ornamentos de cristal que relucían con la irradiación de la bombilla eléctrica. El espejo en donde Ada se reflejaba era un óvalo mediano, bordeado de un metal color dorado con elegantes figuras redondeadas que simulaban ser hojas y ramas de una enredadera, y estaba ubicado frente a la puerta de ingreso. Debajo del espejo, había un aparador pequeño en donde la cantante guardaba sus maquillajes, broches y demás accesorios con los que solía completar su vestuario para las presentaciones. En un rincón oscuro descansaba un armario que contenía los atuendos con los que Ada solía aparecer en escena. Allí la dama colgó su vestido preferido, el que vistiera recientemente, y guardó su calzado debajo de éste, en una caja de madera.

El enigma del teatro CollinwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora