Capítulo 02

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            Había pasado una semana y Ada no pudo olvidarlo. ¿Quién era ese sujeto que tanto la había atrapado? No hubo noche en que pudiera dormirse sin antes rememorarlo, ni momento del día libre de su recuerdo. Las veces que regresó al teatro, después de descubrirlo, la mujer sintió un mariposeo en el abdomen sabiendo que, seguro, él podría hallarse en el mismo lugar, como un ente misterioso.

¿Sería un actor? ¿Un cantante? ¿Un violinista o pianista? Ada no lograba concentrarse en sus obligaciones y no comprendía qué podía tener aquel sujeto que los demás no.

Tenía ganas de investigar acerca de cada trabajo en el teatro, de todos los empleados que allí se atareaban día a día. Deseaba llegar a saber quién era ese desconocido que la salvó de las malintencionadas manos de Bernard.

Ada deseaba conversar con el señor Collinwood, pues él era quien se encargaba, la mayoría de las veces, de administrar cada tarea en el lugar. Seguro sabía de quién se trataba el extraño de la habitación.

Esa noche, la mujer miró a través de la ventana de su cuarto. La oscuridad se había convertido en madrugada y ella no lograba pegar los ojos para conciliar el sueño. Recordó una vez más la extraña alcoba en la que encontró al desconocido, ubicada en una parte casi inescudriñable, desastrosa y descuidada. Quizá era un lugar privado, por eso el acceso estaba prohibido. Pero Ada planeaba volver. Luego, recordó el agradecimiento que le expresó al extraño, retraída y asustada. Él le había cubierto la boca para que no gritase y así evitar que Knightley la encontrara. El desconocido supo que se hallaba en peligro y actuó de una forma amable, a pesar del susto que le hizo pasar por un momento. Un simple: gracias, no bastaba. Ada sentía que no había sido suficiente. Necesitaba reconocérselo de otra manera, tal vez, acercándosele a conversar amigablemente. Del mismo modo, debería disculparse por su intromisión a aquella recámara.

Ada estaba incómoda y daba vueltas sobre su colchón con aturdimiento. No hacía nada más que idear una infiltración hacia la zona no accesible. Rogaba que el sujeto se hallase allí otra vez y que no se tratase sólo de un viajero que estaba de paso por el pueblo.

La mujer no lo previó, pero terminó obsesionada.

Cuando el sol hizo brillar el horizonte con un hilo de oro, la joven cerró los ojos convencida. No perdería más tiempo. Esa tarde tenía que concurrir al teatro para una práctica. Después de cantar buscaría la escalera vieja y quebradiza, y se adentraría al peligro que ello podía acarrear, pero iría a conocer la identidad de aquel hombre.

Ada tenía las manos temblándole como si estuviese sin ropas en medio de una ventisca. Se preguntaba si estaba haciendo lo correcto. Pero era tan fuerte el impulso por ver de nuevo a ese hombre extraño que casi ni le importaba osarse.

Luego de un ensayo con Collinwood, se atrevió a encaminarse al lugar que la tenía perturbada. Al llegar a la puerta en donde halló aquella vez al hombre desconocido, levantó su mano derecha y cerró el puño para disponerse a golpear. A pesar de cerrar la mano con fuerza, seguía tiritando como si se encontrase en una situación de vida o muerte. No recordaba haberse sacudido tanto, jamás, ni siquiera la primera vez en el gran teatro, frente a una multitud que aplaudía aguardando su actuación.

Finalmente, los nudillos de Ada golpetearon la puerta y ella aguardó, mientras luchaba por mantenerse en pie y no dejaba que sus dientes tiritasen de nervios, apretándolos con fuerza.

No hubo respuesta. Ada no deseaba darse por vencida tan rápido, entonces insistió. Quizá aquel desconocido estaba durmiendo, pero ella quería verlo otra vez, quería saber a qué se dedicaba y por qué lo había encontrado a oscuras en un cuarto que parecía ser más de una morada que de un teatro.

El enigma del teatro CollinwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora