Capítulo 10

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Capítulo 10

Ada se durmió profundamente. Zephyr volvió a acomodarla sobre su cama, para verla con agrado. No podía creer que ella fuera capaz de superar el miedo que él brutalmente le había hecho tolerar.

Cuando volvió a despertar, Ada notó la silueta de Zephyr recubierta por la luz de luna. Estaba sentado en la ventana, observando quizá al astro que pintaba al cielo de azul pardusco. Pero al percibir que estaba despierta, el caballero fijo su atención sobre ella.

Ada se enderezó para sentarse sobre la cama y aguardó a Zephyr que se acercaba. Él se acomodó a su lado, procurando no tocarla, pues deseaba que no se durmiera para poder dialogar.

— ¿Se encuentra bien? —preguntó él con una breve sonrisa.
Ada lo miró confusa. No deducía cómo aquel hombre podía tener un temple tan inestable.

—Sí —respondió simplemente. Lo vio una vez más con cuidado e indagó—. ¿Quisiera contarme más acerca de su pasado?

— ¿Acaso no lo conoce todo ya? —preguntó ambiguo.

—Quisiera oír su versión, Zephyr —Le pidió calmada.

Él se tomó un tiempo para pensar. Ulteriormente pregonó la crónica de su existencia:

—Llevaba una vida distinguida —comenzó—. Mi familia pertenecía a la nobleza. Aunque yo siempre fui un poco adverso a eso. Me gustaba ir de cacería y dormir bajo las estrellas.
>>Tenía dos hermanas mayores. Maiwen y Rillette. Eran mujeres muy bellas —sonrió melancólico—. Aunque casi siempre ellas dos iban a todos lados excluyéndome cuando éramos apenas unos niños, nos llevábamos bien. Nos apreciábamos mucho...

Ada notó que los ojos de Zephyr brillaban de pena. Él continuó:

—Las dos estaban casadas ya cuando ocurrió mi desgracia.
>>Vivíamos todos juntos, los esposos de ellas, sus hijos, mis padres, tíos y otros parientes. Todos en el mismo castillo.

— ¿Castillo? —susurró Ada.

—Sí. Éramos un linaje destacado —aportó—. Aunque, como le expliqué con anterioridad, a mí no me absorbía demasiado la fineza de esa vida. Fue por culpa de mi espíritu aventurero el haber extraviado todo lo que tenía. Es decir, fue un castigo por huirle a lo que el destino me había consagrado y nunca supe valorar —resopló apenado—. Era una vida repleta de lujos a los que yo escapé amenizadamente, sin saber que algo terrible podría llegar a pasarme —Zephyr se introdujo un poco más hacia el centro de la cama, cruzó las piernas acomodándose y luego apoyó sus manos sobre las rodillas. Su mirada se extravió en las sábanas revueltas mientras recordaba—. Esa tarde en que mi vida acabaría, osé visitar el bosque para buscar liebres. Llevé mi escopeta y me dispuse a pasar las horas hasta que el anochecer llegara, como era mi costumbre —Arrugó el entrecejo, perturbado—. Era extraño, porque no encontraba muchos animales. Los pocos que veía estaban muertos en el camino, con unas extrañas mordeduras en el cuello. Todos iguales, con la misma marca. Eran dos puntos sangrantes.

Ada se tomó las manos y las apretujó con turbación. El tono en el que hablaba Zephyr la incomodaba.

—Seguí algunas huellas marcadas en el fango —continuó el caballero—. Parecían humanas, aunque un poco más extrañas. Estas presentaban marcas de garras.

Ada cruzó los brazos delante de sus piernas, encogidas hacia el cuerpo, para estrecharse. Estaba estremecida y aún no había oído la peor parte.

—Después de caminar un rato vi una liebre aparecer por detrás de un arbusto —siguió Zephyr—. Se agitaba de forma extraña, pero no presté mucha atención a eso, pues quería llevarla conmigo. No pensaba regresar al castillo con las manos vacías. Entonces, apunté con mi escopeta y disparé, aunque fue complicado dirigir la descarga a un punto fijo, ya que el animal no paraba de moverse. Sin embargo se detuvo... —Hizo una pausa, abstraído en sus recuerdos—. En ese momento en que mi fusil resonó, algo chilló fuertemente desde el lugar en donde se hallaba la liebre. Pero no podía ser ella. Las liebres no gritan de esa forma, me dije. Entonces, me acerqué a ver si de verdad la había herido. Sin embargo, cuando la tuve a mis pies, vi que la bala había quedado incrustada en el suelo y brillaba, justo a su lado. Entonces tomé al animal y descubrí que en su cuello había una marca similar a las que había visto en los otros animales muertos. Realmente comencé a sentirme asustado. Entonces... —El rostro de Zephyr se estremeció.

El enigma del teatro CollinwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora