El paisaje desde la ventana se veía muy aburrido, no todos los días me ponía a observar el mundo exterior a través de ella, pero consideraba esa como una ocasión especial.
Coloqué delicadamente mis manos en mi regazo, sintiéndome como una tonta, esa no era yo, normalmente jamás actuaba así. En esa escuela me habían enseñado a ser así y odiaba ser como las demás, común y sumisa.
Miré con anhelo el concurrido tránsito de Londres, incluso esas personas que pasaban por allí por casualidad tenían una vida mucho más feliz que la mía, aunque lo dudaba un poco. Muchos de ellos podían ser duques, príncipes, condes o algo por el estilo, y tendrían que estar condenados a llevar una rutina llena de política y discordia, siempre con su vida bajo el ojo crítico del público.
Odiaba la forma en la que mi país estaba estructurado, arriba estaban los reyes y reinas, personas de alta sociedad que asistían a caridades, desfiles y que gobernaban el mundo creyendo que lo hacían un lugar mejor, aunque solo alimentaban a la revolución y la pobreza.
Después venían los duques, en todo caso príncipes, condes y otras autoridades que van por debajo de los reyes. Ellos también estaban muy sumergidos en la política, y tenían lo suyo, pero no tenían tanto cargo como los reyes o los de la realeza. Aunque eso no dictaba que no tenían una vida aburrida.
En el siguiente escalón estaban los millonarios, aquellas personas que no tenían un cargo oficial, pero se habían hecho una fortuna, ya sea por herencia o lotería. Ellos encajaban perfectamente en la alta sociedad, pero tampoco eran muy bien vistos por lo mismo de no tener un cargo. Algo sumamente absurdo cuando todos terminaremos en el mismo lugar: tres metros bajo tierra en una caja de madera.
Y por último, en lo más bajo de la sociedad, estaba la clase trabajadora. Aquellas personas que se esforzaban por tener una vida mejor y trabajaban por ello. Pero como existían el resto de los puestos, los cuales tienen mucho más poder, jamás lograrían llegar si quiera a ricos a menos que tuvieran suerte en la lotería. Cosa que solo pasaba unas pocas veces.
Admiraba demasiado a estas últimas personas, pues eran felices a pesar de no tener tanto dinero. Eran felices con lo poco que tenían y contaban.
Y yo pues... no pertenezco oficialmente a ninguno de estos rangos, solo soy una chica de 18 años, que apenas y tiene familia.
Los cuales tampoco son muy millonarios pero tampoco muy pobres. Según mi opinión la jerarquía social debía tener más escalones o renglones, pues si no pertenecías a una no encajabas en la sociedad. Otra cosa totalmente absurda, ¿Pero qué?, tuve la desdicha de nacer en esta época y en Londres.
Miré con un poco de tristeza mi aburrido cuarto de colores grises claro. No digamos que es mucho, pero es todo lo que había conocido en estos últimos dos años, básicamente era todo lo que tenía.
Mucho equipaje y maletas estaban agrupados en una esquina, con eso debieron adivinar que estaba por irme de allí, y creerán que todo eso me hacía muy feliz, pero comparado con lo que me esperaba allá afuera, prefería esa prisión.
Voy a presentarme como se debe, mi nombre es Elizabeth Holmes, y sí, soy hermana de Sherlock Holmes y de la grandiosa Enola Holmes. Ella es mi melliza, pero no crean que la alabo o me cae muy bien.
Desde temprana edad siempre fuimos muy cercanas, nos cuidábamos la una a la otra, y vivíamos muy felices con mi madre en la casa familiar del campo. Pero todo eso cambió cuando cumplimos 16 años, ese día nuestra madre desapareció o nos abandonó para ser más exacta.
Eso nos descolocó a ambas, en especial a Enola, ella era mucho más apegada que yo a nuestra madre. Y todo empeoró cuando nos enteramos que nuestra custodia pasaría a manos de Mycroft, nuestro hermano mayor.