Me detengo frente a una casa de las afueras. El jardín, elegante y bien cuidado, me da una bienvenida llena de color. Inspiro con fuerza y el aroma de las flores inunda mis sentidos. Debe de ser maravilloso vivir en un sitio así.
La fachada de ladrillo marrón oscuro combina perfectamente con un tejado de pizarra gris que brilla bajo el sol del mes de julio.
Se trata de una urbanización privada, tranquila y alejada de la gran ciudad. Los árboles son los únicos que se atreven a perturbar el silencio cuando la suave brisa veraniega sacude las hojas con delicadeza.
Llamo al timbre y espero frente a una puerta blanca de grandes dimensiones.
—Buenas tardes, señorita —me dice una mujer de mediana edad, acento extranjero y vestida de ropa oscura uniformada —. La señora en seguida baja y la atiende.
A los cinco minutos, deslizándose por una escalera elegante de mármol, aparece la dueña de los dos caniches que voy a pasear de seis a siete de la tarde todos los días de ahora en adelante, aprovechando que en verano tengo vacaciones del módulo y no tendré clases.
—Tú debes de ser Aura —me saluda ella con una gran sonrisa.
Cuando se acerca, tengo que esforzarme por no mover ni un músculo de mi cara. Su aspecto me resulta muy familiar y despierta recuerdos de los que me esfuerzo mucho por escapar día a día.
—Buenas tardes —sonrío con educación.
Dos perritos pequeños, de cabellera rizada, blanco y negro, se acercan a mí y me ladran con insistencia. Me agacho y dejo mis manos apoyadas en el suelo para que me huelan. No hago ningún movimiento brusco.
Mientras, ella me habla.
—Me llamo Regina. La que te escribió fue mi hija. Verás necesitamos un poquito de ayuda con Ulises y Ramsés, estoy en tratamiento y me encuentro un poco débil, como ella te dijo. Normalmente me encargo yo de darles largas caminatas por el parque, pero hoy por hoy no tengo fuerza suficiente.
La palabra tratamiento impacta de lleno en mi cerebro desatando imágenes de sillones, sueros, vías y horas de espera.
En seguida vuelvo a erguirme y a quedar cara a cara con Regina. Asiento despacio con la cabeza.
—Por supuesto, le ayudaré todo lo que usted necesite —digo, movida por una empatía que solo puede tener alguien que conoce ciertas experiencias de primera mano.
La señora me sonríe.
—¿Quieres un té antes de salir? Me refiero a un té helado, claro. A esta temperatura...
—No, gracias. No se moleste. No quiero robarle tiempo, sólo dígame donde encuentro las correas y los arneses.
Ella continúa sonriendo.
—Insisto, hace mucho calor y veo que vienes sudando, no te vendrá mal algo para refrescarte.
Finalmente, accedo y paso un rato agradable charlando con la dueña de los caniches.
***
Son las ocho y media cuando, cargada con un par de bolsas del súper, llego al portal y saco las llaves de mi pequeña mochila.
—¿Me dejas que te ayude?
—¡Mario! —grito sorprendida.
Él me sonríe.
—Como sé que hoy terminabas tarde y no podías venir a cenar, he decidido venir a hacerte compañía... Sólo si quieres y estás de humor para compartir una ensalada conmigo en la encimera de tu cocina —me propone.
ESTÁS LEYENDO
Un café para Aura / Cristina González 2020
RomanceElla se resiste a depender de él. Prefiere estar sola que exponerse al abandono. Pero tiene un problema: le vuelve completamente loca. Bueno, quizá pueda entregarse solo un poquito, sin perder su independencia, sin poner su corazón (y así no arriesg...