Capítulo 31

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El mes de agosto se ha estrenado en Madrid con cuarenta grados a la sombra. Por eso, Mario y yo hemos huido a la sierra, en busca de un respiro en lo alto de las montañas que vigilan la capital desde el Norte.

Me tumbo sobre la manta que hemos estirado en el suelo, sobre la hierba desordenada de una ladera, y cierro los ojos mientras esbozo una sonrisa de auténtica satisfacción.

—No quiero volver a casa, Aura. ¿Nos quedamos a pasar la noche?

Mario se tumba a mi lado y rodea mi cintura con su brazo.

—Aquí, en un puerto de montaña, rodeados de lobos. Suena bien —respondo, aunque sí, me encantaría pasar la noche de esa forma, tumbados, juntos, viendo las estrellas... Lejos del asfixiante calor de la ciudad y cerca de esos ojos oscuros que me han devuelto la vida.

—Aquí no hay lobos—responde él con media sonrisa—. Solo yo.

Me arranca una carcajada.

—Gilipollas —le digo con cariño.

—Miedica. Sabes que aquí podríamos dormir... En casa hará mucho calor.

—Tienes aire acondicionado.

—Se me reseca la garganta cuando lo enciendo toda la noche... Además, si volvemos... Te irás a tu piso a dormir —dice él muy serio—. Y no quiero dormir ni una noche más sin poder abrazarte.

Mi corazón se acelera al notar la seriedad de sus últimas palabras.

—¿Ni una? —pregunto casi en un susurro.

—Quiero vivir contigo, Aura. Quiero verte al despertarme y antes de dormir. Quiero cenar contigo todos los días tengas o no tengas clase o trabajo. Pero, la pregunta es... Si tú quieres, o si estás preparada.

Él se ha sentado con las piernas cruzadas a mi lado y acaricia una de mis mejillas con su dedo pulgar. ¿Vivir juntos? A duras penas llevamos unos pocos meses... Pero a quién vamos a engañar, la mitad de los días dormimos juntos, ya sea en su casa o en la mía... Parte de mi ropa ha colonizado su armario y tengo un frasco de espuma de afeitar en mi baño.

—Me da miedo —digo mientras me siento justo frente a él—. ¿Y si acabamos tirándonos los platos a la cabeza? Tú eres muy ordenado y yo soy caótica. A veces dejo la lavadora sin tender dos días y soy muy maniática con el cepillo de dientes.

—¿Dos días, Aura? —Mario empieza a reírse a carcajadas— ¡Dos días sin tender la ropa! Eso deberías decírselo a cualquier hombre antes de comenzar una relación... ¿Ahora qué vamos a hacer? Me siento muy engañado.

Él desliza uno de los tirantes de mi camiseta y deja mi hombro al descubierto, lo acaricia con ternura.

—Entonces, si pasan dos días... Y la lavadora sigue con ropa limpia y húmeda... ¿Te enfadarás? —pregunto en tono travieso.

Él esboza una sonrisa malvada.

—Mucho —susurra, muy cerca del lóbulo de mi oreja.

Cierro los ojos al notar su aliento golpear mi cuello.

—No hay nadie cerca —digo con la boca seca.

—Y si lo hay... Me va a importar muy poco... —dice él deslizando el otro tirante.

***

—¿¡Un polvo en medio de una pista de esquí?! —exclama Sandra.

—¡Calla! Van a oírte en todo el restaurante —le digo apurada.

Allí estamos: Sandra, Marina y yo. Se acerca el mes de septiembre, y mi apartamento ya está completamente vacío. El baño de Mario se ha llenado de champús, acondicionadores y mascarillas de pelo varias. Todavía no he dejado ni una lavadora dos días sin tender y me estoy esforzando por no dejar ropa sucia tirada detrás de la puerta del baño cada vez que me ducho.

Llevamos una semana viviendo juntos.

—Se te ve muy feliz, Aura. No es coña, te brilla hasta la piel —dice Marina—. O Mario folla muy bien, o estás perdidamente enamorada.

—O las dos cosas —añade Sandra—. ¿No tendrá un primo o hermano o algo...?

Me hace reír.

—Tengo miedo de que algo salga mal...

—No seas agorera —me reprocha Marina—. Disfruta.

Brindamos y cenamos. Después, salimos un rato a bailar.

Cuando vuelvo a casa, son las cuatro de la madrugada y Mario duerme a pierna suelta. Sin embargo, cuando me meto en la cama, una boca se come mi oreja y una mano explora mi vientre.

—Te quiero, Aura —susurra él.

—Yo también...

Su respiración profunda me indica que se ha dormido nuevamente. Pero yo no soy capaz de cerrar los ojos. El miedo me mantiene tiesa como a un insecto palo. Una ansiedad hasta entonces desconocida para mí se apodera de todo mi cuerpo. Nunca había sido tan feliz, y por tanto, me da pánico que esto se pueda terminar.

Estoy enamorada, completamente. Siento que, en cierto modo, mi felicidad empieza a depender de él de una manera en que jamás había dependido de nadie... ¿No se supone que todos los libros de autoayuda dicen que la felicidad está en uno mismo? ¿Qué deberíamos ser completamente independientes? A la mierda, si uno está enamorado de otra persona y esa otra persona no te corresponde, ya pueden meterse los gurús emocionales su concepto de felicidad por el culo.

Me siento obligada a ir a la cocina y tomarme un vaso de agua fría, y de paso, respirar hondo. Regreso a la habitación y antes de meterme en la cama, me siento en la silla que está hasta arriba de ropa limpia y sin doblar, y me pierdo con la mirada en ese cuerpo desnudo y musculoso. En su pelo negro, un poco más largo últimamente... Sus manos que se apoyan sobre la almohada...

Por fin, decido regresar a ese lugar entre las sábanas reservado para mí. Me adhiero a su espalda y lo rodeo con mis brazos. Sonrío y decido no pensar más, sólo vivir.

Un café para Aura / Cristina González 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora