Capítulo 12

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Subrayo lo esencial. Esquematizo los conceptos en mi cuaderno de estudio mientras intento memorizar todo lo que apunto con mi bolígrafo de purpurina rosa.

Contemplo mis diagramas con orgullo.

—Bien, este tema ya está visto —digo satisfecha.

Siempre me gustó estudiar. Aprender cosas nuevas y utilizar subrayadores rosas fosforitos al mismo tiempo me resulta estimulante y relajante (ya que me hace evadirme del resto del mundo). Poco a poco voy avanzando con mi módulo de auxiliar de veterinaria. La idea es comenzar a trabajar en una clínica y ahorrar para después estudiar la carrera de veterinaria. No tengo prisa, mi idea es disfrutar del camino.

Con todos mis sueños en la cabeza, me levanto de la silla y me doy un viaje hasta la cocina.

Abro el frigorífico y unos tomates naturales captan mi atención inmediatamente. Una ensalada de tomate, lechuga y queso fresco con una pizca de albahaca cobra forma en mi cerebro como un estupendo menú sano para cenar.

Pero antes de comenzar a picar la verdura, mi teléfono suena. Me sobresalto y mi corazón se acelera ante la idea de que Mario haya decidido saltar de los memes a la conversación. Voy corriendo al dormitorio y rescato mi teléfono de la pila de ropa que tenía encima.

—Es Sandra —digo, viniéndome abajo.

—Sí —respondo.

—¿Te ha cocinado un muffin con forma de pelota de tenis? —pregunta ella casi a gritos desde el otro lado de la línea.

Esta mañana envié las fotos de los muffins a nuestro grupo de WhatsApp para que ellas me ayudaran a interpretar la situación, porque por mí misma solo voy a llegar a la conclusión de que quiero casarme con él y desayunar todos los días bizcocho, muffins y quizá polvos mañaneros.

—A ver, los ha cocinado. No sé si para mí o porque la repostería es su hobbie.

—Pues una de dos: o es gay, o está pensando en hacerte cosas muy sucias —comenta ella sin depeinarse.

—Ay, Sandra. ¿Por qué siempre piensas lo peor?

—Eso no es lo peor, es lo mejor.

—Bueno...

—Oh, no. Te pusiste romántica —añade dejando entrever su acento asturiano—. Aura, estaba convencida de que no creías en el amor.

Me siento sobre mi pequeño sofá con el teléfono en la mano y suspiro.

—No se trata de que no crea. No pienso que lo del amor sea como creer en Dios. ¿Existe o no existe? Creo que cada uno vive sus sentimientos a su manera, dándoles mayor o menor importancia en función de sus prioridades.

—No he entendido nada —dice mi amiga.

—Da igual.

—Pero, ¿estás enamorada de él? —pregunta ella con malicia.

—No lo creo... Sólo pienso mucho en él y tengo una gran curiosidad por conocerlo y saber más cosas de su vida. Y bueno, lógicamente, me pone —respondo.

Mi amiga se ríe otra vez.

—¿Mañana le verás?

—Ojalá —le digo—. Pero no lo sé. Hoy... No estaba.

—Bueno, le habían puesto una reunión.

Pongo los ojos en blanco.

—Eso es lo que él dice. ¿Y si no es verdad? ¿Y si después de lo del sábado se ha arrepentido?

—Por Dios, ¡el sábado no pasó nada! Te rescaté — exclama Sandra con indignación.

Sonrío sutilmente. Yo sé que sí pasó algo. Cuando dos personas se miran de cierta manera, todos sabemos que pasa algo aunque no esté pasando de forma tangible.

—Bueno, ya os contaré mañana —me despido de mi amiga—. Que duermas bien.

Cuelgo.

Retomo la ensalada. Lavo bien la lechuga y el tomate, los troceo y después cojo una tarrina de queso fresco que también deshago en cuadraditos. Después una pizca de albahaca, aceite, vinagre y sal.

Mientras ceno frente a mi portátil viendo un episodio antiguo de "Embrujadas", una de esas series en las que tampoco había Instagram, WhatsApp ni nada por el estilo... Mi móvil vibra. Al principio no le hago mucho caso, pero cuando vibra dos veces más, termino por pausar el capítulo y alargar el brazo hasta el otro extremo del sofá.

"Mario Gómez", leo en la pantalla. Casi se me cae el cuenco de ensalada.

—Joder —susurro nerviosa.

Respiro hondo y dejo la ensalada en una superficie segura, lejos de mí.

"Buenas noches, Aura:"

Detengo la lectura un momento.

—¿Buenas noches? ¿Buenas noches? ¿Qué soy, su jefe? —pregunto indignada —. ¿No puede poner un puto hola como todo el mundo?

Continúo leyendo.

"Mañana tengo el día libre... Me preguntaba si te gustaría que tú, yo y Dama hiciéramos alguna excursión por las montañas. Podríamos aprovechar ahora que hace buen tiempo".

—Aprovechar el buen tiempo —repito—. Aprovechar el buen tiempo —otra vez.

No se me ocurre otra cosa mejor que hacer captura de pantalla y enviarlo al grupo de "Las trolls" (Marina, Sandra y yo). Rápidamente me contestan.

"Aquí hay tomate", escribe Marina.

"Hacerlo en el campo es muy excitante", Sandra.

"¿Le has contestado ya? Espera media hora, tienes que hacerte de rogar", Marina.

"Eso, y cuando le contestes ponle un: Ok, me parece bien, pero solo por la mañana porque... Querida, tenemos clase por la tarde" añade Sandra.

"Bueno yo haría pellas por irme de paseo con semejante criatura" contribuye Marina.

Aparto el móvil de mí durante cinco minutos y analizo la situación. Está claro que me ha pedido salir. Al menos una excursión por el campo.

¿No iría antes una cena? ¿O un café?

—Bueno, café tengo todos los días por la mañana.

Suspiro, lo cierto es que mañana por la tarde tenemos clase del módulo y tendré que estar pronto en casa. Decido responder aunque hayan pasado menos de treinta minutos (no soy capaz de aguantar más).

"Me parece muy buena idea. Lo único... Es que tendré que estar por la tarde en Madrid de vuelta porque tengo clase".

Mario Gómez está escribiendo...

"Genial, te llevaré en coche para que no llegues tarde. Te espero mañana en mi casa a las 9 en punto. Descansa".

Y un emoticono con un besito con un corazón.

—Oh, besito con corazón —digo en voz alta.

Recojo mi ensalada nuevamente, le doy al play y las embrujadas vuelven a la pantalla. Sin embargo, no soy capaz de prestar atención.

Me preparo para otra noche de insomnio.

Un café para Aura / Cristina González 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora