Capítulo 21

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Mario echa una pizca de sal sobre la paellera. Prueba el arroz. Ahora sí. Quince minutos de reposo y estará perfecto. Mira el reloj: las nueve y cuarto. Aura está a punto de llegar.

Dama mueve el rabo cerca de su amo. Unas velas aromáticas inundan el ambiente con un suave toque de vainilla. Lo cierto es que no está acostumbrado a organizar citas románticas, ni a preparar sorpresas de ese estilo. Con Gloria salían a cenar a sitios espectaculares, iban a conciertos, al cine, a musicales, a monólogos... Pero no hablaban. De hecho, si hubiesen estado solos en casa cenando los fines de semana, aquello habría terminado mucho antes.

Suena el timbre.

Mario se extraña: Aura tiene las llaves... Debe haber decidido limitar su uso a los paseos con Dama por las mañanas.

Abre la puerta y se encuentra con un hada de cuento. Ella entra en el piso dejando el aroma de su perfume y su champú en el aire.

—Hola —saluda con esa voz musical que a Mario le trastoca.

—Estás muy guapa —dice él.

Y no es que esté sólo guapa. Lleva puesto un vaporoso vestido de color azul cielo, que cae con suavidad hasta el suelo y un bonito cinturón que resalta sus curvas. No lleva ni un mínimo escote, pero Mario no lo necesita para advertir lo que hay debajo. Procura apartar la mirada durante unos segundos, para centrarse.

—Huele fenomenal. ¿Por qué cocinas tan bien? —pregunta ella, que ya se ha acercado a la paellera y está cotilleando lo que hay debajo del paño—. Oh, qué buena pinta.

Mario sonríe con orgullo mientras abre una botella de vino blanco.

—¿Te gusta el vino blanco? Creo que para una paella de marisco va mejor que el tinto —dice al tiempo que saca el corcho.

—Sí, me encanta —contesta Aura.

Se miran a los ojos un momento. Mario detiene la operación vino y deja la botella abierta. Se acerca a la pelirroja.

Le da un beso corto en la boca, muy intenso.

—No te había saludado como Dios manda —le dice en un susurro a la pelirroja.

—Ahora mucho mejor —responde ella.

A Mario no se le escapa que las manos femeninas están temblando entre las suyas. Las aprieta con suavidad.

—Aprendí a cocinar cuando estudié en Estados Unidos. Allí vivía sólo en un piso. Mis padres prefirieron eso antes que un colegio mayor, decían que no se fiaban de las bromas pesadas y de las drogas.

Mario ya ha vuelto al vino y sirve dos generosas copas. Una para cada uno. Ambos se sientan en los taburetes de la cocina.

—¿Drogas? —pregunta Aura extrañada—. ¿En Harvard?

—Bueno, en cualquier ambiente universitario hay de eso... El caso es que —vuelve al tema de la cocina— escribí un cuaderno de recetas que fui completando con las cosas que me decía mi madre y lo que yo rescataba por Internet. Si no hubiese muerto de un infarto a base de comer hamburguesas grasientas.

La pelirroja se ríe a carcajadas y Mario se siente como si fuera el centro del universo.

—Así que aprendiste a cocinar paella y tortilla de patata con cebolla para sobrevivir en un entorno gastronómicamente hostil —dice ella, divertida.

—Y cocido madrileño. Esa era mi especialidad y mis compañeros se mataban por comer en mi apartamento los domingos —dice él—. ¿A ti te gusta cocinar?

Un café para Aura / Cristina González 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora