Capítulo 11

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Han pasado dos días desde que expulsaron a Toni de la universidad, y Raquel nos ha enviado un mensaje por el grupo, en él dice que quiere contarnos todo personalmente, y nos invita a su casa. También incluye a Sonia en la quedada, cosa que no nos ha sorprendido.

En cuanto acaban las clases, quedamos todas en la puerta principal para ir juntas, en el coche de Laura, a ver a Raquel.

Antes de irnos, aviso a los chicos, que no sabían nada del tema.

—¿En serio?

La voz de Javi es mucho más seria y ronca de lo normal, casi podría decir que roza el rencor.

Como única respuesta me encojo de hombros. No quiero decir nada hasta saber la versión de Raquel, que será la que obviamente me creeré.

—Si necesitas que vaya a buscarte luego me avisas —Yon me acaricia la nuca.

—Gracias, si se alarga la cosa igual te llamo, sino no te molesto.

—No es molestia, enana.

Me quedo congelada en el sitio, y para cuando reacciono, Yon ya se ha montado en el coche. Javi me mira con la misma cara de sorpresa que debo tener yo. No me había llamado enana desde que rompimos. Es un mote que al principio odié, me costó acostumbrarme, y a día de hoy sigo sin verlo muy romántico, pero sé de sobras que lo dice con cariño, y solo cuando está a gusto conmigo.

—¿Habéis vuelto? —la pregunta de Marta me devuelve a la realidad.

—No —respondo mientras observo a Javi subirse al coche—. Al menos que yo sepa.

El coche de Yon se aleja ante mis ojos, y yo sigo sin creerme lo que he oído.

En cuanto Sonia aparece, vamos a ver a Raquel. Durante el trayecto en coche ninguna dice nada, miramos por las ventanillas en el más absoluto de los silencios. Creo que en este momento todas pensamos lo mismo, pero no lo compartimos.

—No recordaba lo horrible que es venir en coche a ver a Raquel —se queja Laura mientras aparca el coche, después de diez minutos de reloj buscando aparcamiento.

—Creía que no aparcaríamos nunca —dramatiza Marta.

Mientras picamos al timbre y esperamos a que nos abran, la tensión puede cortarse con un cuchillo. Finalmente aparece su prima tras el umbral de la puerta, que nos invita amablemente a pasar.

—Ahora os llevo unos refrescos y unos sándwiches, a ver si conseguís que coma algo —dice mientras se adentra en la casa—. Últimamente come una o dos veces al día, y como mucho la mitad del plato.

—¿Quieres que te ayude? —se ofrece Sonia.

—Ella necesita más ayuda que yo.

Todas miramos la puerta de la habitación de Raquel durante algunos segundos, sabiendo que tenemos que entrar, pero sin saber qué decir o cómo actuar.
Finalmente Marta es quién coge el pomo y abre la puerta a una velocidad que hasta Raquel se sobresalta.

—Hola chicas —su voz parece cansada—. No he escuchado la puerta, ¿os ha abierto mi prima?

—¿Quién si no? —respondo con sarcasmo para quitarle hierro al asunto.

Consigo que Raquel sonría, pero es una sonrisa forzada, desganada...

Alguien que no la conociera podría llegar a pensar que no le pasa nada, aparentemente solo es una chica que ha debido de tener un mal día, que ha dormido mal, o que está enfadada por algo. Pero Raquel no es así, es demasiado natural, nunca finge.

—No sabía cómo contaros esto —empieza en cuanto nos ve a todas acomodadas en su cama, en el suelo y en la silla del escritorio—. Sabía que tenía que decírselo a alguien, que necesitaba ayuda más allá de mi psicóloga, pero no me sentía preparada. Y, aunque no debería, me sentía culpable.

—¿Culpable de qué? —espeta Sonia con rabia—. El culpable es él.

—Ya —se encoge de hombros—. Pero yo dejé que pasara. Dejé de quedar con vosotras, dejé de llevar la ropa que él no aprobaba, dejé que me controlara los mensajes, incluso eliminé a gente en redes sociales solo por miedo a su reacción. En algún punto de la relación, y sin motivo aparente, empezó a insultarme y a menospreciarme —hace una breve pausa y se lleva las manos a la cabeza—. No lo vi venir, y para cuando me di cuenta estaba tan atrapada que no sabía cómo salir de esa relación. Entonces no era capaz de decirle a nadie lo que sucedía, ni a mi psicóloga, que la pobre ya no sabía cómo ayudarme con la ansiedad y mi falta de autoestima. Llegó un momento que me sentía tan mal conmigo misma que me sentía completamente desanimada ante cualquier cosa, incluso por las que antes me apasionaban —se seca una lágrima que resbala tímidamente por su mejilla—. Pero gracias a mi psicóloga, conseguí reunir el valor suficiente para volver a agregar a mis amigos, los que me había obligado a eliminar meses antes, y me animó a quedar más con vosotras. Me morí de vergüenza inventando excusas que justificasen que los hubiera eliminado, y cuando me perdonaron sentí tanta paz, que me prometí a mi misma no volver a dejar que un hombre me manipulara de esa manera. Cuando se dio cuenta que había vuelto a agregarlos, tuvimos una discusión muy fuerte. Pero fui tonta y seguí aguantando, hasta que días después tuvimos otra bronca. ¿Sabéis por qué? —hace una pequeña pausa, pero no deja ni que imaginemos la respuesta antes de continuar—. Porque me puse un vestido corto, con un poco de escote, para ir al trabajo. ¿Os podéis creer que me acusó de vestir así porque quería ligar con algún compañero? ¡Era verano, por dios, me moría de calor! Total, que ahí decidí que ya había aguantado suficiente, que él no iba a cambiar, y que yo no merecía esto... Y decidí contarlo todo para acabar de una vez por todas con esta tortura.

—¿Te acusó de querer ligar con un compañero por llevar un vestido? —a Marta casi se le desencaja la mandíbula.

—Con el carácter tan fuerte que tú tienes, ¿cómo permites que no te deje quedar con nosotras? ¿O que te obligue a eliminar a alguien de tus redes sociales?

Todas pensamos como Laura, pero ninguna nos habíamos atrevido a preguntar.

—Porque no te lo impone así tal cual, ni te amenaza, juega con tu mente y te hace sentir mal si no haces lo que él quiere. Por ejemplo, si le decía que iba a quedar con una amiga, empezaba a decir que si no quería estar con él, que si prefería estar con mis amigas, que si no le quería... Y yo en ese punto ya tenía la autoestima por los suelos, así que me sentía fatal si no hacía lo que yo quería, pero peor si no cedía a su chantaje emocional —Raquel coge aire de forma entrecortada y lo suelta lentamente—. No sé si siempre ha sido así o algo hizo que cambiase su actitud, pero desde luego yo no supe verlo en un principio...

—Bueno, lo importante es que has salido de ahí.

Hasta ahora Raquel se ha mantenido firme, pero de pronto empieza a llorar con angustia en el pecho.

—No entiendo cómo hemos podido acabar así... Si le hubierais visto quitándome el móvil de las manos, por la fuerza, para leer mis mensajes, o cómo se ponía cuando no quería dárselo, no le hubierais reconocido.

En ese momento todas nos quedamos sin saber qué decir. Sonia está a punto de estallar y arrasar con todo a su paso; Laura se ha quedado perpleja; Marta mira por la ventana con los puños cerrados y las cejas fruncidas. Y yo no puedo hacer otra cosa más que abrazar a mi amiga mientras intento comprender cómo Toni puede llegar a ser algo completamente diferente de lo que aparenta.

Secuelas de tu ausenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora