Prólogo.

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—¡Sukuna! ¡Sal de ahí, necesito tu ayuda! —gritaba Itadori mientras golpeaba con sus puños la puerta de la habitación de Sukuna.

—Piérdete, mocoso —fue la única respuesta que escuchó desde el interior.

—Por favor... No sé qué sucedió. Fushiguro no reacciona y ha estado inconsciente por mucho tiempo.

Sukuna caminó con pasos pesados hasta la puerta y la abrió tan rápido que Itadori casi pierde el equilibrio. Su expresión definitivamente no lucía amigable.
—¿Estás haciendo un escándalo en mi puerta solo porque uno de tus amigos se desmayó? ¿Qué crees que soy? ¿Un maldito médico? —dijo con enfado—. Deja de joderme y llama a Shoko u otro profesor.

—Esto es diferente. Shoko no puede hacer nada. Dijo que lo dejáramos descansar, ¡pero en lugar de mejorar a cada minuto se ve peor! Estoy preocupado y ya no sé a quién más pedirle ayuda... Por favor, solo ven a verlo.

Itadori tomó la mano de Sukuna sin previo aviso y lo arrastró hasta la habitación de Megumi.
Sukuna anotó mentalmente darle un buen golpe luego.

Al entrar al cuarto, ambos se quedaron de pie frente a la cama donde yacía el chico. Su rostro estaba contraído en una expresión de dolor y gotas de sudor perlaban su frente. Su respiración era rápida y superficial. En algunos momentos, incluso sus músculos parecían contraerse de forma antinatural.

—¿Cuánto tiempo lleva así? —preguntó Sukuna.

—Casi dos días. Volvíamos de una misión en un pueblo lejano y cuando pasamos por la cuidad, de repente se desmayó. Shoko ya lo ha examinado dos veces, pero no encontró nada. No había lesiones de ningún tipo en su cuerpo, y no parecía que estuviese bajo el efecto de una maldición —explicó.

—Si. Por supuesto que no había nada en su cuerpo. El problema no está ahí.

Sukuna se sentó al borde de la cama sin dejar de mirar al chico inconsciente.
—Sal de la habitación y vigila que nadie se acerque —dijo a Itadori—. Si alguien me ve haciendo esto, mataré a esa persona y luego te mataré a ti.

Itadori sabía que él no bromearía con algo así y que, además, no estaba feliz por la forma en cómo lo había llevado hasta ahí.
Tragó con nerviosismo y salió rápidamente a hacer guardia en la puerta.

Una vez solos, Sukuna limpió el sudor en la frente de Fushiguro con el dorso de su mano.
Definitivamente, alguien como Shoko no podría encontrar el problema que lo aquejaba. De hecho, no estaba seguro si cualquier docente de la escuela podría hacerlo.

Se detuvo un momento a pensar si valía la pena ver qué pasaba dentro de la cabeza del mocoso, amigo de Itadori, o si realmente era un riesgo innecesario.
A estas alturas, el daño a su cerebro probablemente era irreparable. Sin embargo, si alguien le había hecho eso a un estudiante de la escuela, nada aseguraba que no trataría de atacar al resto de estudiantes o incluso a los profesores. Y ya que Itadori o él mismo podrían ser los siguientes, lo mejor era estar preparado para cualquier cosa que los pusiera en peligro...

Una vez tomó la decisión, suspiró para luego deslizar su mano bajo la parte posterior del cuello de Megumi, se inclinó hacia adelante para apoyar su frente contra la del pelinegro y cerró sus ojos.
No pasaron más de cinco segundos cuando los abrió nuevamente, sorprendido.

El chico estaba bien, dentro de lo que cabía.
Por lo que podía notar, no había daño en sus neuronas o en la glía. Es más, algo parecía estar protegiéndolo, era débil pero, a fin de cuentas, cumplía con su objetivo.
¿Cómo era eso posible? ¿Acaso ese mocoso había creado algo así?

Volvió a cerrar los ojos para concentrarse y sondeó con cuidado alrededor de la mente de Megumi.
No le tomó mucho tiempo encontrar lo que había llevado al chico a ese estado, y era justo lo que había pensado desde el primer momento en que lo vió.
Alguien se encargó de colocar un parásito mental en él.
Una vez detectado, trató de encontrar los rastros de la persona que lo había creado y que luego lo puso dentro del chico, pero no pudo obtener nada...
Tenía sentido.
Nadie con la habilidad para crear un parásito mental dejaría atrás un rastro que pudiese servir para localizar a su creador.

Engrama || SukufushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora