Capítulo 8.

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—Por favor, llévalos lo más rápido que puedas —la urgencia en su tono de voz—. Yo volveré con Sukuna.

Ijichi asintió.
—Vendré pronto por ustedes. Tengan cuidado.

Megumi vio el auto partir a gran velocidad. Al menos ahora sus amigos estaban a salvo.
Sin esperar más, corrió hacia donde Sukuna luchaba contra la maldición. No podía dejarlo solo mientras él estaba completamente ileso.
Le ayudaría en lo que pudiera.

Apuró sus piernas al máximo y pronto llegó al lugar.
Esperaba verlos enfrascados en una pelea violenta, incluso temió ante la idea de que Sukuna estuviera herido, pero lo que vio en cuanto llegó con ellos fue totalmente diferente a lo que había imaginado.

Frente a él, estaba la espalda ancha de Sukuna, todos sus músculos en tensión y debajo suyo, unas piernas grisáceas yacían inertes.
Los puños de Sukuna se elevaban sobre su cabeza para descender con una fuerza que hacía vibrar los escombros desparramados en el lugar. Golpeaba una y otra vez, a pesar de que el vapor característico de una maldición desintegrándose flotaba alrededor de su cuerpo.

—Sukuna… —susurró con cuidado. Megumi no supo por qué, pero por un momento dudó en acercarse. Con pasos cautelosos lo rodeó hasta quedar a su costado; verlo de esa forma no le ayudó a disipar esas ganas de alejarse que sintió desde que llegó. Los ojos de Sukuna estaban abiertos de par en par, y el rojo intenso de sus iris brillaba aún entre el vapor y la oscuridad; parecían los de un animal. Un animal salvaje que se lanzaría contra la primera presa que fuese lo suficientemente estúpida como para atravesarse en su camino.
Inhaló con fuerza, dándose cuenta que había estado reteniendo el aire en sus pulmones sin querer y con voz temblorosa preguntó—: ¿Estás bien?

Sukuna detuvo sus golpes casi al instante, giró el rostro lentamente hacia la voz que lo había llamado y parpadeó varias veces, como si le costara enfocar.
Fushiguro estaba a su lado.
Ese chico, ¿en qué instante había llegado? Estaba confiado en que, para ese momento, todos estarían lejos y al cuidado de Ijichi ¿Por qué Fushiguro no se fue con los demás? ¿Y por qué estaba casi temblando bajo su mirada? Parecía un conejillo asustado, listo para huir.
Volvió su cabeza y miró sus propias manos. Estaba escurriendo sangre en algunos lugares. No recordaba haberse lastimado, pero la pila de carne desfigurada evaporándose sobre la que estaba, la gruesa capa de concreto desquebrajada debajo de él y las grietas en el piso, extendiéndose como una telaraña, le dieron la respuesta de lo que había pasado.

Llevó una de sus manos a su cabeza y se acomodó el cabello hacia atrás, suspirando.
¿En qué mierda estaba pensando?
—¿Cómo está el mocoso? —fue lo primero que preguntó.

Megumi tardó en responder, y cuando lo hizo, su voz era más suave de lo normal.
—Ijichi lo llevó con Shoko. Estoy seguro de que estará bien.

—Lo sé. Es un cabeza dura —se puso de pie, sacudiéndose algo de polvo y caminó hasta la pila de escombros donde había caído el Lobo de Jade, lo levantó y cargó en sus brazos—. El cachorro tuvo la peor parte —dijo acercándose nuevamente a Fushiguro.

La tensión que Megumi había estado acumulando empezó a disiparse lentamente. Muy lentamente.
Ahora que lo tenía de frente, Sukuna no lucía como un animal salvaje. Probablemente el vapor, la oscuridad y su propia mente le habían jugado una mala pasada.
—¿Encontraste a tu hermano en una pila de sangre y dices que mi shikigami se llevó la peor parte?

—Es mi hermano, conozco sus límites, pero no los de este chico —hizo un movimiento con la cabeza, señalando al lobo en sus brazos—. Por favor, no vuelvas a dejarlo a mi cargo. No soy un niñero.

Megumi resopló.
—No lo dejé aquí a propósito —puso una mano sobre el shikigami y lo liberó.

El Lobo de Jade se desintegró en un abrir y cerrar de ojos, sin dejar rastros de que alguna vez estuvo allí.
—Tus shikigamis están hechos con sombras. Esa no es técnica muy común.

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⏰ Última actualización: Nov 06, 2021 ⏰

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