El bien en la oscuridad

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- ¿Paso una semana? - Pregunté incrédulo al escucharlo claro.

- Si... - Asintió ansioso, frotándose contra mi pecho muy adorable al sujetarme.

- Eso explica algo... - Bajé la mirada encontrando a ese erizo que apenas podía formar con consistencia su cabeza sobre todo mi cuerpo recostado sobre un mueble - ¿Estabas preocupado?

Él asintió nuevamente, ocultando su rostro sobre mi pecho. Lo recibí con caricias en su cabeza, queriendo aliviarlo de su angustia como sabía que podía hacer.

- Oye... Vamos a buscar algo de comer ¿Quieres?

- No - Negó con recelo, apretándome más con su ser, sintiendo el peso de su cuerpo mayor ahora.

- Jajaja, ¿No? ¿Solo quieres que te esté mimando justo así todo el día acaso? - Dije frotando sus mejillas.

- Si.

- Jujuju, Oh, Mephiles... Te extrañe... También te extrañe... Pero creo que así me sentiré más cómodo al contarte todo. Además... - Un fuerte rugido de mi estómago retumbó incluso sobre el cuerpo de Mephiles que abrió del todo los ojos y levanto la cabeza preocupado - Debería comer un poco.

- ¡Yo cocinare para ti! - Rápidamente se levantó con su cuerpo formado, tomándome de la mano para ayudarme a levantar.

- Entonces cocinemos juntos... - Le sonreí cariñoso, frotando su mejilla, depositando un beso en esta y marchar delante de él a la salida.

Prendí la última llama del fogón para calentar un guiso de verduras y limpié mis manos sonriendo junto con Mephiles al ver la pronta comida que nos serviríamos. Parte de mi sabía que sería desperdiciada al no tener el suficiente estomago para comer luego de lo que contaría.

Había iniciado la conversación antes, adelantando un poco lo vacío que había estado en mi juventud con mis padres. Avergonzándome más y más mientras más contaba, pero a la vez soltando un peso de mí que llevaba hace muchos años.

- ¿¡Enserio tenías las púas cortas!? - Preguntó incrédulo, observándome una y otra vez sin creérselo - No puedo imaginarte así. Te ves tan hermoso con tu melena... No. Que atrocidad.

- Yo terminaba de cortármelo. Era mejor y así no crecía de forma dispareja. No me quedaba mal pero lo prefiero largo.

- Jamás dejare que toquen tus hermosas púas - Decía tomando mi melena y acariciándola con veneración mientras olfateaba - Tan hermosas...

- Jajajaja, ya basta, tonto. No me dejaras terminar nunca si sigues así - Decía tratando de empujarlo lejos de mí, no consiguiendo nada.

- Aun así, antes quisiera saber que te hizo querer contármelo ahora - Interrumpió Mephiles con curiosidad, abrazándome desde la espalda - No notaste que paso tanto tiempo...

- No...

- Estabas firmemente decidido en huir que a contármelo... Entonces... ¿Qué fue? - Susurró con monotonía, jugando con la punta de mis púas.

- Me encontré con el espejo de oro - Respondí, provocando que detuviera lo que hacía de golpe - Hable con él... Lo que parecieron horas para mí. Llegamos a la conclusión que no estaba haciendo absolutamente nada de progreso al ocultarte la verdad... Me hizo pensar en mis acciones. Es por eso que cambie de opinión.

- ¿En serio ese sujeto te quiso ayudar? No puede ser... - Mephiles se separó, negando con la cabeza.

- Ese sujeto... Es yo... - Corregí con seriedad, haciéndolo volver nuevamente con un rostro más confundido - Es... Lo que dice ser... Nosotros... Tal vez de una manera más retorcida y lúgubre, pero lo es. Lo sé ahora.

La Mansión del Difunto Hechicero (Mephilver)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora