Capítulo 5

30 4 2
                                    

Cuando Tamlin pudo abrir los ojos y enfocar la visión, por un segundo, se sintió desorientado. Sintió el escozor en su torso, y apretó los dientes, colocándose una mano sobre la herida. Miró hacia adelante y bufó. Su agresora se había ido. Pero bajo sus pies aún habían lo que en un principio habían sido espectadoras. La hembra, una fae menor, lo que dedujo por su aspecto, lo había atacado con una potencia impresionante. Y ahora se veía indefensa.

La lluvia caía sobre ella, aunque inconsciente y con el rostro sereno, no parecía notarlo. La hembra era de estatura un poco por debajo de la media, o eso había creído ver antes de que su cuerpo quedara bajo su hechizo, y su cabello se extendía en naranjas ondas por el suelo. Su piel era pálida, y en vez de pecas, tenía unas escamas de un suave color azul índigo, que subían por sus mejillas hasta su frente, y sus orejas, en vez de redondas, o puntiagudas como las suyas, acababan como si fueran pequeñas aletas cubiertas por una delgada capa de piel, como una membrana. La piel de esa zona era tan delgada que la luz parecía atravesarla. Aunque no era que hubiese mucha luz en el cielo. 

Los nubarrones aún estarían allí durante un tiempo.

Tamlin dio un paso adelante dejando una huella en la tierra, y un súbito movimiento hizo que se percatara una vez más de la segunda figura, que lo amenazaba con un cuchillo. Esta segunda hembra sí que parecía una alta fae, a juzgar por su apariencia. De cabello castaño y ojos grises, y con orejas alargadas. Sin embargo, no emitía la sensación de peligro que la primera, aunque sus ojos grises no titubearon. No muchos podían vivir para contar cómo habían amenazado a un alto lord, por lo que no supo si era muy valiente o muy estúpida. Sin embargo y muy a su pesar, no tenía las fuerzas para enfrascarse en una pelea.

Sobre su mano goteaba la sangre de la herida, que tardaría un tiempo en sanar según lo que la flecha hubiese llevado. Por lo menos, no era de fresno, aunque no se la arrancaría hasta llegar a la mansión. Aún así, con un quejido de dolor dio otro paso.

—¡No os acerquéis! —le amenazó ella.

Tamlin hizo una mueca, pero no se movió.

—Ha sido tu amiga la que me ha atacado a mí —resopló.

—Vos habéis sido quien iba a atacar a la ninfa —Las cejas de Tamlin se arquearon.

—Por si no te has dado cuenta —comentó señalándose donde la sangre manaba —, yo no he empezado.

—¡Pero sí lo habéis hecho, milord! —respondió —Pues las palabras de la ninfa no eran falsas, ¿cierto? —Tamlin gruñó.

—¿Quién eres tú para juzgarme?

—Vuestra súbdita, la que ahora se encarga de cazar los monstruos a los que vos no prestáis atención. No me extraña que mucha gente se esté marchando a otras cortes —refutó.

—¡Pues que se larguen! ¡Lárgate tú también si tanto quieres! —Tamlin dio un paso atrás y se giró enfurruñado, poniendo dirección a Rosehall, en donde descansaría hasta que se recuperase. Con suerte, también habría algo de lo último que había dejado para comer.

—¡Esperad! —Morgan vio cómo apretaba la mano que tenía libre.

—No me dejas acercarme, no me dejas irme, ¿qué es lo que quieres de mí? —preguntó mirando hacia atrás, hacia ella.

—Tenéis que ayudarla —Morgan no se esperó la carcajada que salió de entre sus labios. Observó cómo se inclinaba hacia delante dejando que el sonido de las risas llenara el bosque junto a los chapoteos de la lluvia.

Tamlin esbozó una sonrisa junto a un suspiro, y vio a la hembra que descansaba en el suelo. Su rostro pálido y hermoso, su boca medio abierta, por la que entraba parte del aire que hacia que su pecho se elevara y descendiera. Nada de eso le importaba en realidad. Aunque sí que sentía cierta curiosidad por ella, por sus capacidades. A pesar de ser una fae menor, su magia había sido desconcertante. Por eso lo había sorprendido cuando la había encontrado interponiéndose entre ambos. Hasta que había sucedido. Al final no había sido una suicida.

Aunque Tamlin no habría matado a la ninfa, a pesar de las apariencias, solo se habría abalanzado sobre ella para darle un buen susto, lo suficientemente aterrador para que no volviese a mencionar aquel título. Seguía siendo su gente, aunque la hembra que lo miraba con ojos de recriminación no pareciese creer lo mismo. Tamlin suspiró, mirando de nuevo a la pelirroja.

—¿Y qué quieres que haga yo? ¿Le doy palmaditas en la espalda y le pido suavemente que despierte? —Sus palabras no parecieron hacerle gracia, pero Morgan dejó de sujetar el cuchillo con tanta fuerza al dejar de ver la amenaza.

—Sois el alto lord de la Corte Primavera —le recordó Morgan.

—¿Y ahora me entero? —preguntó sarcásticamente.

—Tenéis los recursos —contestó seriamente. Morgan parecía estar perdiendo los estribos, lo que no parecía saber era su situación exacta. Rosehall estaba vacía. No había sirvientes ni cocineros, ni jardineros ni menos un doctor. Pero, con un poco de persuasión... No. Ni siquiera sabía por qué se lo estaba replanteando.

Esa hembra lo había atacado y la otra lo había amenazado. No les debía nada a ninguna. Sus mejillas enrojecieron al reconocer internamente que tampoco quería pedir ayuda. No quería arrastrarse, y no lo habría hecho si fuese por él, pero también era cierto que la hembra no había querido herirlo por placer, había querido proteger a quien había creído en peligro, por su culpa. Por dejarse llevar por el odio y el resentimiento. Y aún así... No. No podía. Todos lo habían abandonado. Y él no sería quien fuera a por ellos.

—Búscate a otro —contestó. Los ojos de Morgan se agrandaron de sorpresa. Aunque una parte lo había pensado, que podría negarse, no había querido creerlo. Morgan tensó la mandíbula mientras él daba un paso alejándose de ellas.

—Hasta... hasta este momento aún tenía fe —Le hizo saber —, pero si no queréis ayudar a una súbdita vuestra que os lo pide de rodillas... La corte Primavera está perdida. Vamos, Maisie —Morgan se levantó, tomando como una muñeca a Maisie en brazos y colocándosela como un saco de patatas, dio media vuelta.

—¡Es-espera! —Su voz casi había sonado como un gruñido, pero Tamlin se había esforzado por dejarlas salir. Morgan se giró.

Maisie colgaba inerte del hombro de Morgan, con la cascada de pelo como fuego cayendo. Los ojos de Tamlin se cruzaron con los de Morgan, y éstos parecían llamear incluso con más fuerza. Tamlin se tragó su orgullo, y le costó. Más de lo que habría querido admitir.

—Sígueme —le ordenó. Morgan no pudo evitar su expresión de sorpresa, pero se mordió los carrillos para no sonreír —, aunque a la hembra la llevas tú.

—La hembra tiene un nombre, se llama Maisie —contestó.

—Muy bien por ella —respondió Tamlin sin detenerse.

—Y yo me llamo Morgan —dijo también.

—Pues muy bien por ti también —Morgan puso los ojos en blanco mientras se obligaba a dar un paso detrás del otro. El cuerpo de Maisie le pesaba y le había inclinarse hacia un lado. Sin embargo, Rosehall no estaba muy lejos, y con esa meta en su cabeza, se concentró para no decaer.

Un reflejo de hiedra y nenúfaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora