Prólogo

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Todo el pueblo sabía que Ava Sharpe era una criatura de la noche, pero ponían mucho cuidado en no hacer demasiadas preguntas. Incluso los chismosos de la ciudad, que de vez en cuando especulaban sobre lo que comía, cuidaban de refrenarse. En Embarrass, Minnesota, se sabían muchas cosas y, lo que era más importante, sabían que había algunas cosas que era mejor no mencionar. El pueblo sabía, por ejemplo, que Ava Sharpe (a la que todo el mundo llamaba ―Dra. Ava desde tiempo inmemorial) había venido a vivir entre ellos en algún momento a mediados del último siglo. Algunos de los viejos estaban seguros de que había llegado en la primavera 1965; otros juraban y perjuraban que no había mostrado su bonita cara hasta 1967. Sabían que vivía en una casa flotante, abajo en Babbitt Lake, perdiendo el tiempo en diversas islas en sus días de descanso, y su casa flotante, La Hymenoptera, fuera lo que fuera lo que significara eso, estaba a menudo amarrada en una de las muchas playas arenosas de Babbitt. Sabían que llevaba un teléfono móvil y que volvería instantáneamente a tierra para atender su trabajo si se la llamaba. Sabían que era alta, aproximadamente metro y setenta, y algunos centímetro más, que tenía un cuerpo muy bien cuidado. Sabían que su cabello era rubio, y que sus ojos eran de un suave y aterciopelado azul. Sabían que era pálida, y nunca lucía un bronceado, o siquiera una quemadura de sol, ni en las noches más bochornosas. Tampoco parecía sudorosa en las noches más calurosas. Y sabían, aunque discutían acerca del año de su llegada hasta ponerse azules, que había estado entre ellos al menos durante cuatro décadas, y no había envejecido ni un solo día en todo ese tiempo. La Dra. Ava todavía parecía tener treinta y cinco años. Los niños que habían estado en el parvulario el año que ella había llegado, ahora eran adultos con hijos, y en algunos casos, con nietos propios. Se les había cubierto el pelo de gris o lo habían perdido todo. ¡Oh! y en el pueblo sabían una cosa más... que era extraordinaria con los animales. En una comunidad aislada como Embarrass, eso contaba mucho. No había un perro con fiebre de heno, vaca con mastitis, gato con moquillo, o caballo con gemelos, que la Dra. Ava no pudiera manejar, al que no pudiera domar y ayudar. Por supuesto, no podía ayudarlos a todos. Pero ayudaba a un número endemoniadamente bueno de ellos. Nunca la mordían, nunca luchaban. Todo el pueblo sabía que si le llevabas la mascota de tu hijo a la Dra. Ava, probablemente podrías aplazar, a menudo durante años, el viejo discurso de "el viejo Scooter ha ido a vivir a una granja con montones de perros". Había, por supuesto, teorías. La mayor parte de ellas avanzaban con cada generación de muchachitos. Estaban los acostumbrados atrevidos, que se desinflaban cuando la Dra. Ava los atrapaba acercándose sigilosamente a su casa flotante (siempre los atrapaba; esa mujer tenía ojos en la nuca y las orejas de un lince) y los invitaba a subir a bordo a comer galletas. Los niños siempre volvían, y con historias no más fantásticas que "me sirvió galletas con trocitos de chocolate". Pero los niños no desaparecían. La Dra. Ava nunca fue vista ladrándole desnuda a la luna. Salía a cualquier hora de la noche, cualquier noche, para atender a un animal enfermo, ya fuera un zorro salvaje o un toro. No había mensajes crípticos escritos con sangre, en ningún lugar. Si no atendía en las horas diurnas, bueno, para eso tenían al Dr. Hayward. Si no iba a la iglesia, bueno, ¿quién podía culparla? En Embarrass no tenías elección; podías ser presbiteriano o presbiteriano no practicante. Mucha gente... bueno, algunos... no iba a la iglesia. Y aunque no fuera una asidua habitual, siempre contribuía a las recaudaciones de fondos o hacía buenos asados al horno cuando la ocasión lo requería. Por supuesto, algo pasaba con la Dra. Ava. Sin duda. Una mujer hermosa, exótica, que incluso después de todo este tiempo retenía un leve acento francés, una mujer hermosa que no envejecía, que escogía un pueblecito insignificante para vivir... o donde esconderse. Eso estaba mal. Ella estaba mal. Pero nadie hacía preguntas. Nadie aparecía horca en mano. Era la mejor veterinaria en el área triestatal; tal vez del país. Con algo raro o no, vampiro o bruja o reina gitana o lo que quiera que fuera, nadie quería que se fuera.

Una persona en particular.

Mordiendo a Simple VistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora