Capítulo Ocho

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Ava se iba alejando de ella mientras subían a la acera. La esencia del asunto es que nunca debes pelear con vampiros, como cualquier idiota sabe. Pero había una gran diferencia entre mantener la cabeza agachada y dejar que alguien te la corte. Tal vez los franceses no lo supieran.

-...tan increíblemente arrogante, tan completamente peligroso... - Sara dejó que las quejas de Ava se desvanecieran poco a poco, mientras miraba a su alrededor.

¡La avenida St. Paul! era bastante famosa por sus grandes casas, ¡pero esto! Cada mansión era más bonita que la anterior, y la que tenían delante era la mejor de todas. Era enorme, como salida de una vieja película, una estructura blanca maciza con contraventanas negras. No se sentía malvada, aunque Ava le había dicho que la reina de los vampiros vivía allí.

-Creo que deberíamos llamar -dijo Ava tímidamente, lo que la sobresaltó como el infierno. Creía que a ella nada le daba miedo. Pero pensándolo bien, había estado muy deferente con la bibliotecaria también. Tal vez no estaba acostumbrada a estar cerca de los de su clase. Tal vez se había mudado a Embarrass por algo más que un nuevo comienzo-. Sí. Hagamos eso. Toquemos.

-Como quieras -estuvo de acuerdo Sara. Cuando se acercaron al amplio y gigantesco porche, la puerta principal se abrió de repente y un guapo y joven veinteañero salió por ella. Llevaba puesto un uniforme verde de hospital y una identificación alrededor del cuello con una foto terrible en ella. Su pelo era oscuro y sus ojos amistosos.

-Hola -dijo, haciendo sonar las llaves del coche-. ¿Vienen de visita? Entren. Me quedaría, ya saben, haría las presentaciones educadamente, pero llego tarde y de cualquier modo no han venido a verme a mí. ¿Verdad? Bien. Entonces, adiós. - Bajó rápidamente las escaleras, saludando distraídamente sobre el hombro, y desapareció en el garaje. Lo vieron marchar, desconcertadas, luego Ava se giró y miró a la casa.

-¿Podemos... entrar sin más?

-Supongo que sí -contestó Sara y abrió la puerta principal.

Después de ver el exterior de la casa, estaba algo más preparada para la belleza y opulencia del vestíbulo. Pudo oír voces que provenían de una gran habitación a su derecha, y giró en esa dirección. Ava agarró firmemente su brazo, trayéndola de regreso.

-¿Ava, qué te pasa? - Ella se mordisqueaba el labio inferior tan fuerte que esperó ver como comenzaba a sangrar. Si es que podía sangrar.

-Es sólo que... conocí a Snapper. Y era horrendo. Horrible. Y si ella lo venció... Pero tenemos que contarle esto -añadió, pareciendo enderezarse con el orgullo recordado-. Es nuestra... mi... responsabilidad.

-Bien -dijo Sara-. Tranquilízate, relájate. Te ves genial, no te preocupes por eso. -Pero lo hizo.

Su pelo rubio lustroso estaba amontonado en lo alto de su cabeza, sujeto milagrosamente por una sola horquilla. Llevaba puesto un traje oscuro, medias de tono ligero, y zapatos negros. Estaba pálida, sin embargo, siempre estaba pálida. Sara pensó que lucía como un millón de dólares. De hecho, cuando la había visto subirse las medias en la habitación del hotel, había sido incapaz de resistirse a saltar sobre sus huesos otra vez, y habían pasado un rato rodando por el suelo. No le había mordido esta vez, explicándole atentamente que todavía estaba satisfecha de la noche anterior. Sabía que mentía; se daba cuenta por como a cada rato miraba la marca en su cuello. Pero no la empujó, figurándose que ella tenía otras cosas en mente.

Mordiendo a Simple VistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora