Capítulo Dos

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Sara Lance se asomó por la ventana y vio a Ava y al hijo del mecánico subiendo apresuradamente por la carretera de tierra junto a su granja. La gata embarazada del niño debía estar pasando un mal rato. O el perro habría comido algo de la basura otra vez. Bien, Bien. Eso quería decir que probablemente ella volvería a la oficina después de sanar a cualquiera que fuera la mascota que estuviera enferma. Ava abría hasta altas horas, por decirlo suavemente. Sara miró alrededor, pero todos los gatos de la casa estaban molestamente saludables. También su perro, Gladiator. El cachorro de ojos azules levantó la mirada hacía ella mientras Sara merodeaba por la casa buscando alguna enfermedad, su larga cola daba golpes amortiguados contra el suelo de madera dura.

-Bueno, ¡mierda! -dijo Sara frustrada.

Salió y comprobó en el granero. No, todos los gatos del granero parecían vivaces también, ¡maldición! ¡Demonios! ¿Cómo de difícil puede ser encontrar un gato enfermo cuándo una mujer necesita uno? ¿Qué había sido eso? Uno de los gatos del granero había estornudado. ¡Excelente! Podría ser un resfriado. O neumonía. O gripe de gato. O rabia. Levantó al asustado animal y salió corriendo del granero.

Cuando Ava regresó a su oficina, no la sorprendió ver a Sara Lance esperándola con lo que parecía ser un gato perfectamente saludable. Las orejas del gato estaban caídas y parecía resignado, como todas las mascotas de Sara cuándo ella las arrastraba a su consultorio.

-¿Qué es Sara? -preguntó, sonriendo- ¿Moquillo? ¿Gripe del cerdo? ¿La enfermedad del gato loco?

-Ha estado estornudando y estornudando -le dijo Sara.

Era una chica guapa, con una sonrisa siempre coqueta y ojos del color exacto de los jeans descoloridos que vestía. Parecía tener arrugas de risa, pero nadie en el pueblo podía recordar haberla oído reír. Su blusa de trabajo café claro estaba enrollada en los codos, y, como siempre, de ella emanaba el encantador perfume de algodón y jabón. Disfrutaba inmensamente de su compañía, si bien no era muy habladora. Eso estaba bien. Ava tampoco lo era.

-Bien, tráela -dijo Ava-. Echémosle un vistazo.

Sería, lo sabía, una enorme pérdida de tiempo. Las mascotas de Sara raramente enfermaban; sospechaba que ella era hipocondríaca en su nombre. Aún así, era encantador ver a una chica tan preocupada por sus animales. Muy pocas veces uno de sus gatos había estado realmente enfermo, se había dado cuenta hacía mucho tiempo. La única cosa de la que morían los gatos de Sara era de vejez.

-Entonces... -dijo Sara.

-Sí, -replicó Ava. Examinó rápidamente a la gata, una bonita y marrón felis domestica, de pelo corto y la encontró con una salud sólida-, si bien... Bueno, vas a tener gatitos otra vez.

-Genial -dijo ella-. Supongo que estarás por aquí, cuando llegue su momento, digo.

-Supongo que si. -Sara siempre insistía en que ella asistiera cuando sus gatos daban a luz. No era necesario, porque una de las muchas cosas que un gato podía hacer bien era tener gatitos, pero Sara parecía apreciar su presencia. Siempre pagaba puntualmente sus facturas además. Hasta las pagaba en persona; no confiaba en el correo

-Conoces el procedimiento -dijo Ava- supongo que te veré dentro de aproximadamente treinta días.

-Sí -contestó Sara, tomó en brazos al gato, y salió.

-Buenas noches -dijo tras ella, y Sara agitó una mano hacía atrás en respuesta.

***

Tuvo que apoyarse contra la puerta de su camioneta durante un minuto antes de meter al gato dentro y subir. ¡Dios! ¡Dios! ¡Dios! Era más bonita cada vez que la veía. Bueno, eso no era cierto; parecía exactamente la misma cada vez que la veía. Es decir total, completa y absolutamente hermosa. ¡Esos ojos azules aterciopelados! ¡Esos labios suaves y rojos! Incluso la forma encantadora como hablaba la enloquecía, ¡maldición! "Conoces el procedimiento" .Y la forma de pronunciar su nombre: "Sa-ra". Bueno, de acuerdo, todo el mundo lo pronunciaba así, pero Ava le daba un acento especial. Había estado esperando durante años... desde que había alcanzado legalmente la edad adulta... para declarar sus intenciones, pero tenía la lengua tan atada cuando estaba alrededor de ella a los treinta y cuatro como cuando tenía quince años. Los treinta días se extendían ante ella como un túnel interminable. Arrancó la camioneta y le sonrió al gato, que se aseaba afanosamente.

-Buen trabajo -le dijo-. Gracias por quedar embarazada.

El gato, naturalmente, la ignoró.

Mordiendo a Simple VistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora