Capítulo Tres

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TREINTA DÍAS MÁS TARDE

-Con este hacen cuatro -dijo Ava- y creo que ya ha terminado. - Sonriendo, bajó la mirada hacía las ciegas y chillonas criaturas. Eran de diversos matices de blanco, gris, y marrón, todos de narices sonrosadas, fauces boquiabiertas y garras diminutas, trepando unos sobre otros en busca de comida-. Y tu gata... ¿er...?

-Fred. - Ava ni se inmutó. Sara le ponía a todos sus gatos extraños nombres, pensados-en-el-último-segundo.

-Fred parece estar bien. Llámame, claro está, si parece tener algún problema.

-Sí. -Sara aspiró profundamente-. ¿Querrías... querrías entrar en la casa? ¿A por algo de beber?

Ava casi se sobresaltó. Aunque la sangre y asquerosidades diversas del parto de Fred no la habían tentado, la forma en que el pulso palpitaba rápidamente en la garganta de Sara... casi como si estuviera nerviosa... lo hacía. Tenía, tenía que encontrar una solución a este problema. Conducir hasta las ciudades y hacer presa sobre asaltantes diversos y mendigos simplemente no funcionaría por siempre. En primer lugar, su coche no aguantaría tanto tiempo el kilometraje adicional. Sabía que tendría que haber comprado un Ford.

-Supongo que no -dijo Sara, leyendo incorrectamente su largo silencio.

-¡Oh! ¡Oh! No, me gustaría tomar algo. Muchísimo. -Mucho, mucho, muchísimo-. Por favor, tú primero.

La siguió al interior de la pulcramente ordenada casa y se quedó de pie admirando la enorme cocina, decorada en azul y blanco, y que olía a pan. Le recordaba un poco a las casas de su país de origen. Sara no era granjera, aunque vivía en una granja. Había heredado el lugar, junto con bastante dinero, de su padre, que había inventado los calendarios de bolsillo.

-Veeeeamos -dijo Sara, inclinándose dentro del refrigerador abierto-. Tengo leche... dos por cierto, entera, y descremada. Coca-Cola light. Pepsi normal. Limonada. Kool-Aid de cereza. Ginger, Zumo de naranja. Zumo de uvas. Oh, y podemos hacer chocolate -agregó, enderezándose y mostrándole la botella de jarabe Hershey-. Si quieres. - Las cejas de Ava se arquearon con sorpresa... esperaba agua, o tal vez una cerveza. Sara vio su expresión y dijo: -Sé lo que te gusta beber.

No tienes ni idea, estúpida chica. Pero tuvo que sonreír. Supuso que si una persona aceptaba sólo bebidas, y nunca comida, durante un período de cuatro décadas, se forjaba una reputación.

-Me encantaría un poco de zumo de naranja -dijo-. Sin pulpa, ¿vale?

-Claro. --Mientras Sara estaba ocupada buscando vasos, ella vagó por la cocina, y finalmente encendió la pequeña televisión ubicada en una esquina. Suponía que era grosero, pero el pesado silencio de la cocina estaba empezando a ponerla nerviosa. Las noticias locales acababan de empezar. Eso les daría algo de que hablar, menos mal.

-Me pregunto si averiguaremos cuando terminará esta vil y repentina ola de frío -filosofó en voz alta. -¿Entonces, um, irás a la reunión de la próxima semana?

-No -contestó Ava, rascando entre las orejas al husky, Gladiador. Gladiador era el peor perro guardián que existía, se había levantado brevemente para olerle la falda cuando había entrado, luego se había echado en la alfombra con un gemido y regresando a su sueño-. Tengo que trabajar.

Mordiendo a Simple VistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora