Prólogo [Editado]

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Nací sin suerte.

Esa es la única respuesta que encuentro para estar así.

La chica de blancos cabellos observa con determinamiento al hombre que se encuentra frente a ella. El tipo le inyecta una aguja para extrarle sangre y ella hace una mueca de dolor, pero no emite sonido alguno, solo frunce un poco los labios. Luego, suspira para calmarse y mira a la otra niña que se encuentra en aquela iluminada habitación con olor aséptico, sentada con nerviosismo. Esboza una sonrisa que ayuda a que se tranquilice.

— Todo terminará pronto, Eri. Sólo espera unos momentos. La pequeña la mira con sus grandes ojos bien abiertos y atentos a su alrededor. Solo hace un movimiento afirmativo casi imperceptible, para informarle que está bien.

El tipo con aquella extraña máscara termina de sacarle sangre a la mayor y desata las incomódas correas que le ataban de las muñecas. Ella se frota la zona, que está enrojecida por la presión ejercida.

Mira alrededor de la habitción con atención. Día tras día, ese espacio subterráneo no cambia, se mantiene siempre inmutable. Con las mismas paredes blancas e insonoras, con el suelo de baldosas lavables del mismo color. Monitores que muestran los números de las distintas células del cuerpo de las niñas, que oscilan entre poco y nada. Dos camillas estériles, las dos sillas en las que se encontraban sentadas esperando. Un mesón con las mismas herramientas de siempre, las mismas libretas, los mismos escritos. Nada cambia, todo permanece igual.

Y eso tan aterrador como desesperanzador.

—Ya terminamos por hoy. Puedes retirarte a tu habitación —Aquel hombre pelinegro le habla sin mirarla. A sus ojos, no es más que un recipiente de su próximo trabajo. No la percibe como un ser humano, y tampoco muestra compasión por ser una niña. 

La chica, en un rápido y consiso movimiento, no esperó más y tomó a su pequeña hermana en brazos y salió a paso rápido pero sin correr del laboratorio, que está ubicada bajo la gran casa tradicional japonesa en la que vivían.

Atravesó con rápidez los pasillos oscuros del domicilio, los cuales se sabía de memoria, pues había pasado años encerrada entre esa paredes. Solo se detuvo cuando estuvo a salvo en la habitación que las hermanas compartían. Dejó a la menor en el suelo y le puso seguro a la puerta, recargándose contra ella; y después de toda la ceremonia, fue capaz de de respirar con tranquilidad.

Esboza un sonrisa hacia su hermanita y acaricia sus largos y blancos cabellos que le ayudaba a cuidar y cepillar diariamente. 

—¿Te sientes bien, Eri?

La hermana mayor va llena de parches y vendas en los brazos, una sucia y maltratada bata que en un pricipio fue blanca, y que ahora está percudida y de un color grisáseo. La pequeña también lleva una bata y tiene un par de vendas en ciertas zonas de los brazos.

Cerró sus ojos y una furia se apoderó de ella. ¿Por qué su hermana menor también tenía que atravesar ese infierno? ¿Acaso no era suficiente sólo con ella? 

Daría lo que fuera por que Eri no tuviera que pasar por aquello, daría lo que le pidieran para que Eri pudiera tener una vida eliz, tranquila y llena de amor; incluso si ella ya no podía volver a verla jamás. 

Estaba dispuesta a pagar cualquier precio que le pidieran; para la mayor, la felicidad de Eri lo era todo. Todo. 

—Estoy bien, nee-chan —la pequeña niña le esbozó una sonrisa tímida.

Ese mínimo gesto hace que absolutamente todo por lo que nuestra protaginsta ha pasado, valga la pena y le debuelva la esperanza.

—Pronto saldremos de aquí, Eri —habla la mayor con un tono seguro, qu se arrodilla frente a su hermana y entrelaza sus manos frías con las de la pequeña, que estan cálidas —. Créeme.

La hermana de Eri [BNHA x Lectora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora