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Prologo.

Las despedidas siempre fueron algo que marcaron al jugador de videojuegos, para bien o mal, se habían ganado su odio pero a su vez admiración.

Un hasta luego era una mentira.
Un adiós tenía diferentes grados de importancia dependiendo la situación. Pero esas lágrimas por dejar ir lo que tenía de forma abierta, se sentían como cristales que cortaban sus ojos hasta hacer que el líquido acariciara sus mejillas, tal como lo harían los trozos de vidrio de una ventana, en este caso hablamos de la proclamada ventana del alma.

Negarse a hacer algo como dejar ir el tiempo era llamado infantil para los jóvenes de 15 años, pero era algo de lo que huía de manera constante, evitando las palabras que terminaban con sus esperanzas, tal como esas lo eran.

Pero, ¿qué era del presente?
Se encontraba sentado en ese aeropuerto, a la espera de su transporte sin que las sirenas de las ambulancias o patrullas de los policías dejaran de aturdirlo. Jugaba, casi recostado en un pequeño espacio entre la ventana y pared para que su cuello tuviera apoyo, y a la vez, permitiéndole ver los aviones que bajasen o saliesen, entre las pausas que tuviera que darle a su consola para procesar los datos de su partida en curso, entre efectos de sonido surrealistas.

La luz empobrecida de la mañana no lo cegaba a diferencia de la Nintendo que tenía entre sus manos.

El ventanal a un lado suyo desvanecía totalmente el sonido del viento pasando por los motores de los enormes vehículos aéreos, por lo que su única preocupación en ese lugar podría ser esperar una hora específica en la cual abordar, y mientras tanto perderse en su propio mundo.

Sus arrepentimientos no eran muchos, pero los pocos que tenía lo torturaban hasta en esos momentos donde huiría de ellos en poco.
Quizás sus recuerdos y miedos le arrebataban la atención al resto de preocupaciones, y era obvio, no era normal ese sentimiento en su garganta de no terminar de decir lo que deseaba, era desalentador para sus esperanzas de socializar como otras personas, pero cada palabra tenía un valor olvidado por lo normalizado que estaba usarlas.

No se despedía, pero tampoco saludaba, no quería darle un inicio a algo que sabía que tendría un fin.

Pero su mejor amigo era un caso perdido para él, rompía cada regla suya sin vergüenza. Tal como pareció no haber oído su primera negación a ir a jugar a fuera esa tarde de verano, siendo ese, cínicamente, el inicio de su amistad la cual comenzaba a considerar perdida debido a su viaje.

—¡Kenma!— Fue llamado haciendo que el chico de apariencia cansada enfocara su mirada inmeduatamente en quién llamó su atención. Era el pelinegro de siempre para su vida, y de quién hablaba con disgusto por no ser invitado.

—Te dije que no vinieras.— Le dijo Kenma en un tono de voz bajo cuando este ya estaba lo suficientemente cerca de él.

—En realidad, ni si quiera me dijiste algo como que te irías.— Lo corrigió en un tono burlón, quizás debido esa tonta actitud indiferente que fingía el otro, pero terminó por suspirar al notar que no le daba importancia debido al aparato al cual vivía conectado. Sacándose sin importar sus quejas o gemidos en protesta —Me debes una gran explicación esta vez, ¿no lo crees?— No le dejaba muchas opciones, menos hablándole de ese modo tonto y agrandado con la voz que lo caracterizaba entre la multitud.

Por ello odiaba a Kuroo, era un chico descarado. Demasiado alegre y brillante para sus falta de actitud, y eso le causaba un conflicto notorio. Eran polos opuestos, por eso no sabía, o mejor dicho, nadie sabía cómo terminaron siendo amigos gran parte de sus cortas vidas.

Bullet without Firing﹙Kuroken﹚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora