En cuanto llegamos, bajé del auto y entré a la casa.
Mi corazón latía como un pistón en mi pecho, necesitaba una distracción. Me fui directo a mi habitación y comencé a hurgar entre mis cajas, en busca del resto de mi disfraz. Lo encontré en el fondo de la caja de la mudanza, arrugado bajo una pila de revistas de surf.
Algunas de las chicas en mi clase de Historia habían estado hablando sobre salir a pedir dulces y cuál sería el mejor recorrido para hacerlo. Me había aliviado un poco descubrir que, incluso si de pronto era demasiado extraño ir a la escuela disfrazados, los chicos de Hawkins aún salían a divertirse la noche de Halloween.
La parte principal del disfraz era una vieja bata de cuando papá tuvo un trabajo temporal como reparador de lavadoras. Me quedaba muy grande, y la cremallera se atascó. Había estado trabajando en mi disfraz desde la segunda semana de septiembre. Mamá no era una gran fanática de la idea de que yo quisiera ser Michael Myers, pero había sacado su máquina de coser y había cortado la bata para que me quedara. Sin embargo, eso era todo lo que ella había querido hacer. También dijo que no podría tener un machete, pero papá ayudó con eso. Encontró un grande pero inservible cuchillo de cocina en un mercadillo de pulgas de Los Ángeles y trabajó la hoja para que se pareciera más a la de la película.
Era un buen disfraz, y de pronto no me importaron los chicos de la escuela o Billy o si Neil decía que ya era demasiado grande para esto. Saldría a pedir dulces.
Revisé el interior de la caja y dejé el cuchillo y la bata sobre la cama, junto a mi máscara. De pronto me di cuenta de que esta sería la primera vez que pasaría Halloween sin mis mejores amigos. Entonces cerré los ojos y recordé que incluso si nos hubiéramos quedado en San Diego, las cosas habrían sido distintas que en años pasados. Incluso antes de que nos mudáramos, las cosas ya habían cambiado.
Al menos, los chicos cazafantasmas me habían invitado a salir con ellos. Eso no era tan malo. Tenía un disfraz y un lugar adonde ir.
Me puse mi overol y mi máscara, y me pregunté qué tipo de dulces darían aquí. Era mejor que pensar en el camino a casa. No quería imaginar lo que habría sucedido si no hubiera desviado el volante. Ahora eso ya estaba en el pasado. Ellos estaban bien.
Pero mis manos seguían temblando.
El asunto con Billy es que nunca sabías lo que iba a suceder cuando se enojaba.
La semana posterior a las vacaciones de verano en San Diego, se había metido en problemas por haber invadido una propiedad privada, y Neil lo había castigado. Había un sitio de construcción al otro lado de la calle del bachillerato, una especie de departamentos u oficinas, y a Billy y sus amigos les gustaba pasar el rato allí y beber cerveza, sentados en los andamios. Alguien del equipo de construcción debió haber notado las latas vacías o las colillas de cigarrillos por todas partes y llamó a la policía.
Estábamos en casa, en la sala, un sábado por la noche. Se suponía que yo iría a visitar a papá, pero en el último momento Neil había cambiado de opinión y había dicho que últimamente lo estaba viendo demasiado y que debería pasar más fines de semana con mamá. Así que me quedé en San Diego y horneé galletas con ella, pero en secreto grabé la frase Odio a Neil en minúsculas letras detrás del sofá, en la parte inferior, con un alfiler de seguridad.
Estaba sentada en el suelo viendo la película semanal de la NBC y comiendo cereal Count Chocula en pijama cuando la policía llevó a Billy a casa. Estaba sucio y magullado, tenía barro en las botas y un corte en su mano, pero sobre todo se veía furioso. Los policías dijeron que él y sus amigos habían estado en los andamios en el sitio de la construcción, desafiándose unos a otros para ver quién cruzaba las vigas de acero.
No siempre fui buena teniendo cuidado con las personas o manteniendo charlas intrascendentes, pero era buena discerniendo los estados de ánimo. Incluso cuando era pequeña, a veces podía decir con solo mirar quién era peligroso o quién mentía. Mamá me miraba con asombro y, una vez, cuando le mencioné que el tipo con el que salía tenía problemas de apuestas, me preguntó cómo alguien podría saber eso. Pero no era como si estuviera haciendo un truco imposible. Bastaba con mirar sus bolsillos llenos de boletos de lotería y recibos de casinos. La única razón por la que lo supe, y ella no, fue porque nunca creyó en las señales hasta que fue demasiado tarde.
Nunca le hablé de Billy, pero debería haberlo hecho. Seguía esperando que ella se diera cuenta sin que yo tuviera que decírselo. Tal vez no habría hecho una diferencia. Porque sí, yo lo sabía. Simplemente aún no lo comprendía.
Neil esperó hasta que los policías se marcharon, luego se volvió con un gesto de furia. Le dijo a Billy que podía elegir entre ingresar a la escuela militarizada o despedirse de su automóvil durante los próximos dos meses. Billy se despidió del auto.
Una semana más tarde, yo estaba en la pequeña colina llena de maleza que se encontraba detrás de la casa. El lecho de un riachuelo corría a lo largo de la cima. Cada primavera, se llenaba con una fuerte corriente de agua sucia que subía hasta metro y medio de altura, pero entonces estaba seco y así lo estaría durante el resto del año.
Pasaba la mayor parte de mis veranos con Nate, Ben y Eddie. Teníamos un pequeño lugar con tierra apisonada, una mesa hecha con un cajón de leche de madera y un elegante sofá que Ben y Eddie habían encontrado junto a la acera el día que pasaba el camión de la basura. No era exactamente un club, pero íbamos allí para dispararles a las botellas con nuestras pistolas de aire comprimido, o comprábamos paletas heladas Bomb Pops del camión Good Humor y pasábamos el tiempo en el sofá, hablando de monster trucks o de la lucha libre y chupando las paletas hasta que nuestros dientes se ponían azules.
Por lo general Nate llegaba a las nueve o diez. Pasábamos la mañana leyendo cómics y luego nos montábamos en su bicicleta y en mi patineta con dirección al parque, o a la piscina, donde nos veríamos con Ben y Eddie. Pero Eddie estaba ese fin de semana en Sacramento, Ben había tenido que podar el jardín de sus padres y Nate estaba de visita con su papá, así que yo estaba sola.
Estuve trabajando en nuestro último proyecto, que era una auténtica catapulta. Cuando la termináramos, planeábamos usarla para lanzar globos con agua hacia la carretera. Pasé esa mañana haciendo girar el largo brazo de la maquinaria, pero ya era tarde y hacía calor, y estaba sentada en la parte de atrás del sofá con los pies encima de los cojines, mirando hacia la carretera que bordeaba el fondo de la colina.
Billy estaba ahí, pasando el rato con sus amigos. Neil le había quitado las llaves del auto, y ahora el Camaro yacía en la cochera como un perro en su perrera, a la espera de que su dueño le permitiera salir. Se suponía que Billy tendría que estar pintando la cochera, pero solo lo hacía cuando sentía que su papá estaba cerca.
Tanto Wayne como Sid venían del conjunto de viviendas que estaba al otro lado de la colina. Iban a la escuela con Billy y tenían una apariencia desaliñada y peligrosa, pero yo ya había entendido que la mayor parte del tiempo se dedicaban solo a seguirlo y le permitían que les dijera qué hacer.
Yo prefería a Sid. Era alto y de alguna manera regordete, tenía unas enormes y pesadas manos nudosas y cordones verdes en sus botas de combate. Por lo general, era amable e incluso podía ser gracioso, pero no hablaba mucho.
Wayne era más fuerte y delgado, tenía el cabello grasiento hasta los hombros y una cara como de comadreja. Desde que Neil había tomado las llaves del Camaro, pasaban casi todo el tiempo en la habitación de Billy, escuchando a Metallica y Ratt, pero ya debían haberse cansado de eso, porque ese día Billy los llevó a la colina detrás de la casa.
No estaba segura de querer que estuvieran en mi escondite privado. Ya había tenido que aprender a existir en la misma casa que Billy, y ahora resultaba que él también estaba invadiendo el resto de mi vida. Desde la noche en que los policías lo habían traído a casa, se había mantenido de mal humor: daba golpes por todos lados o se encerraba en su habitación y ponía su música tan fuerte como era posible, pero ese día los tres se habían arrastrado hasta el lecho del arroyo y estaban sentados a mi lado en el sofá.
Billy se echó hacia atrás y encendió un cigarrillo, luego miró hacia el vecindario que se extendía colina abajo. Por un tiempo nos quedamos sentados observando el tránsito sin que nadie hablara.
Sid tenía un catálogo de Music City y lo hojeaba mirando las guitarras, pero Wayne estaba nervioso e inquieto. Todo el tiempo se la pasaba levantándose, caminaba alrededor de las malezas sobre el riachuelo seco y luego volvía a sentarse.
Finalmente estiró los brazos y giró en círculo.
—Esto apesta, hombre. No puedo creer que tu papá haya secuestrado tu auto.
Billy estaba sentado en el borde del sofá, con los ojos fijos en la carretera. El día ya había parecido pesado y perezoso desde antes, pero ahora él se veía tenso, como si estuviera esperando que algo sucediera. Le dirigió a Wayne una mirada aburrida, luego exhaló una larga columna de humo y sacó su encendedor. Era de color plateado con tapa y tenía una calcomanía de calavera envuelta en llamas; yo siempre había sentido un poco de envidia por él. Ahora, sin embargo, Billy miraba con dureza la maleza y los arbustos secos que crecían por toda la colina. El encendedor destellaba a la luz del sol. No me gustó mirarlo.
Un gato muerto había estado tirado por un tiempo bajo uno de los arbustos de arvejilla. Un gato macho sarnoso color naranja con una pata blanca. No lo había visto antes en el vecindario, así que probablemente había sido callejero, pero sentía pena por él de cualquier manera. Suponía que algún automóvil lo habría atropellado y entonces había trepado cuesta arriba para morir.
Al principio había estado interesada en él, pero después ya no me gustaba mirarlo. La forma en que los enjambres de moscas y escarabajos se arrastraban sobre su pelaje me producía una sensación inquietante. Odiaba cómo sus costados se iban haciendo cada vez más planos y apelmazados día a día.
—¡Qué asqueroso! —dijo Wayne. Estaba agachado con las manos apoyadas en las rodillas, entornando los ojos para ver mejor entre en los arbustos—. Mira esa cosa. Su oreja está hecha un desastre… Apuesto a que era un verdadero bravucón. ¿Creen que si consiguiera unas pinzas podríamos sacarle los dientes para hacer un collar?
—¡Eso es repugnante, claro que no! —dije, mirando desde donde estaba sentada, en el respaldo del sofá.
Billy me lanzó una mirada aburrida y luego se levantó y se acercó a Wayne. El sol parecía plateado a través del reflejo de su pendiente. Su expresión se mantenía inalterable.
—O podríamos presentar nuestros respetos y darle un funeral vikingo. ¿Qué piensas de eso, Sid?
Lo dijo con voz dura y brillante, y vi que había algo desagradable entre ellos, pero no podía saber de qué se trataba.
Sid no respondió. Estaba sentado en el respaldo del sofá y se volvió hacia mí, levantó el catálogo y señaló el anuncio de una elegante guitarra color crema.
—Esta es un Kramer Baretta. Tiene una pastilla humbucker oblicua, como la Frankenstrat que Eddie van Halen toca en «Hot for Teacher». ¿Ves este pequeño plato debajo de las cuerdas?
Asentí y me quedé mirando fijamente la imagen, a pesar de que nada sabía de guitarras o lo que era una pastilla humbucker.
Por encima del cuerpo del gato, Wayne reía.
—Tú eres el que dijo que sería genial ver uno. ¡Al menos Billy tiene las bolas para comportarse como un hombre!
Sid se encogió junto a mí, con la mirada fija en el catálogo. Dobló la esquina de la Kramer Baretta, sin levantar la vista.
—Querrás decir, para hacer la mayor estupidez posible.
Los miré pero no conseguía averiguar qué estaba pasando.
—¿Qué es un funeral vikingo?
Billy sonrió y giró la cabeza en dirección a mí.
—¿En verdad quieres saberlo? —levantó la tapa del encendedor, giró el mecanismo y me miró a través de la llama—. Pregúntale a Sid.
Sid seguía sin levantar la vista del catálogo y solo negó con la cabeza.
Yo estaba esperando que él me explicara lo que estaba sucediendo, pero Wayne fue el que respondió, con los ojos muy abiertos.
—Los vikingos solían prender fuego a sus muertos. Sid sabe todo al respecto. Consiguió un 100 en el último ensayo de historia. ¿No es así, Sid?
Yo conocía ese ensayo. Billy había obtenido apenas una nota aprobatoria, y Neil había enfurecido. Sid guardó silencio. El gato estaba casi completamente descompuesto y muy muerto, pero en algún momento había sido una vida real, un animal vivo.
—No —dije—. Eso es repugnante. No.
El gato había permanecido recostado entre el matorral por casi dos semanas y estaba empezando a verse casi como una momia. Tal vez ya estaba lo suficientemente seco después de tanto tiempo, pero Billy no quería correr riesgos. Metió la mano en su bolsillo y sacó la pequeña lata de butano que usaba para rellenar su encendedor.
Sin apartar la vista de mí, se quitó la gorra y roció al gato con el combustible.
Observé cómo el líquido del encendedor salpicaba el cuerpo hundido del gato.
Billy y Wayne se inclinaron para mirar más de cerca. Entonces Billy sostuvo el encendedor bajo el arbusto. Yo quería saltar y lanzar lejos de su mano el encendedor. Quería gritarle que se detuviera, pero habría sido inútil.
Se produjo un largo silencio, como si todos estuviéramos conteniendo la respiración, y entonces Billy giró la rueda del encendedor con el pulgar.
Cuando la piel fue atrapada por las llamas se convirtió en un zumbido seco y áspero. Wayne se tambaleó hacia atrás, gritando y golpeando la parte inferior de su chaleco: el fuego había alcanzado las faldas de su camisa y se estaba chamuscando. Billy le dedicó la mirada más extraña, casi como si estuviera satisfecho.
El gato quemándose olía a basura y pelo chamuscado, y me cubrí la nariz con la mano. Lo vi arder y me recordé que ya nada podía dañarlo. Tal vez el gato había tenido una vida dura, pero este nuevo asalto ya no significaba un problema para él. Estaba muerto.
La maleza alrededor de la zanja estaba seca y amarilla, aunque solo era junio, y la hierba alrededor del gato se incendió casi de inmediato. Vi cómo el fuego corría en una franja a lo largo del borde de la zanja. Parecía casi líquido y se derramaba a través de la hierba.
—¿Qué demonios, hombre? —Wayne seguía maldiciendo y golpeando su camisa, pero reía, y su risa sonaba alta y vertiginosa, mientras gritaba y apretaba su mano.
El fuego era del color de una paleta Creamsicle derretida. Salió corriendo del cuerpo del gato y comenzó a lamer su camino por la cuesta de la colina hacia la carretera.
Sid tiró su revista de guitarras y se levantó de un salto. Cruzó el claro en tres torpes pasos y comenzó a pisotear con fuerza la hierba encendida con sus botas militares. Lo observé por un segundo, luego bajé del sofá y corrí detrás de él. Comencé a pisar en los lugares que él no había tocado, y a patear tierra sobre las brasas.
Transcurrió algún tiempo antes de que pudiéramos controlar el pequeño incendio. Wayne todavía saltaba y se retorcía como un cachorro, riendo a carcajadas con una cadencia maniaca. Billy solo observaba parado junto al gato en llamas, con esa breve y tensa sonrisa que mostraba cuando algo le parecía gracioso.
Finalmente, todo se extinguió, y Sid volvió a subir la colina, respirando con dificultad. El fuego ya se había apagado, pero había quedado una franja de hierba ennegrecida de alrededor de seis metros de largo en el borde de la zanja. Más tarde, me senté en mi cama y conté todos los lugares donde las suelas de mis zapatos se habían derretido.
Durante todo el verano, cada vez que subía por detrás de la casa hacia el arroyo y veía el lugar quemado, recordaba la imagen de Billy justo antes de encender su mechero. Olería el hedor a quemado, a muerto, otra vez. Un olor a podrido, a humo, que se asentaría en mi nariz como una advertencia. El gato ya no era un gato, solo un punto negro y grasoso en el suelo. El arbusto donde había permanecido se encontraba chamuscado en su mayoría y ahora era solo pequeñas ramas ennegrecidas y cenizas.
Después de eso, lo supe.
No es que Billy estuviera loco o fuera de control, exactamente. O que el gato hubiera estado vivo. Pero que hubiera llegado tan lejos tenía un significado.
Me estaba volviendo buena para mantenerme fuera de su camino cuando se enojaba, pero me sentía incapaz de predecirlo. Nunca podría estar segura de lo que podría hacer.
En la esquina de Oak y Maple, Billy se detuvo junto a la acera y me dejó salir. Mamá había dicho que él me acompañaría en mi recorrido por el vecindario, pero los dos sabíamos que eso no iba a suceder. Se había vestido para alguna fiesta del bachillerato, con una chamarra de piel y guantes sin dedos. No era un disfraz, pero decidí ahorrarle mis comentarios al respecto.
—Te veré aquí a las diez —me dijo, asomándose por la ventanilla del lado del conductor—. Sería una lástima si no te encuentro aquí de camino a casa.
Asentí y puse la máscara sobre mi rostro.
Arrojó la colilla de su cigarrillo por la ventana y encendió el motor; ya estaba mirando a lo lejos, hacia algo que yo no alcanzaba a ver. Me quedé ahí parada y observé cómo las centelleantes luces traseras se alejaban por la calle. Dio vuelta a la esquina y desapareció.
El vecindario estaba atestado de personas pidiendo dulces. Froté mis brazos a través del overol. Todavía no estaba acostumbrada al frío que hacía por las noches. Los niños pequeños corrían de un lado a otro a lo largo de la calle, yendo de casa en casa con sus bolsas, cubetas y fundas de almohadas aleteando. El aire era fresco, frío, pero nadie llevaba suéteres ni abrigos.
Me paré al final de Maple Street, un callejón sin salida, para esperar a que llegaran los cazafantasmas. Estaba un poco preocupada de que no quisieran verme después de lo que Billy había hecho, pero había decidido arriesgarme. Cualquier cosa era mejor que quedarme sola en mi habitación sin tener adonde ir y nada que hacer. Ellos me habían invitado. Y de todos modos, no había sido yo quien había intentado atropellarlos.
Yo solo había sido la que había estado observando desde el asiento del copiloto. Genial. Tal vez me culparían por ello y no aparecerían.
Pero solo llevaba unos minutos esperando cuando vi las figuras familiares de los chicos bajando la calle con sus mochilas de protones a las espaldas. Eran cuatro: Lucas y Dustin, junto con los otros dos que me habían estado observando desde detrás de la malla metálica durante el almuerzo el día anterior. Todos estaban en mi clase de Ciencias y se sentaban juntos en un pequeño bloque de escritorios al frente del aula.
Parecían tan felices e inconscientes, solo disfrutando, sin prestar atención a nada de lo que sucedía a su alrededor, que de pronto se me ocurrió saltar sobre ellos. Quería sacudir las cosas, no lo suficiente para asustarlos de muerte, pero sí lo suficiente para generar un poco de ambiente.
Cuando salté de las sombras con mi machete en mano, fue incluso mejor de lo que había imaginado. Todos brincaron y soltaron gritos agudos, alaridos escalofriantes, y reí, realmente reí, por primera vez desde que llegamos a Hawkins. Lucas fue el que gritó más fuerte. Por lo general, eso me habría generado una verdadera sensación de impaciencia, como si tuviera que burlarme y fastidiarlo un poco, pero resultó algo lindo por extraño que parezca.
Nos dirigimos a la subdivisión de Loch Nora, que estaba justo al lado de la avenida principal. En mi hogar, eso habría significado un montón de bares de mala muerte y departamentos sin elevador; aquí, a pesar de que estaba tan cerca del centro de la ciudad, era el mejor vecindario de Hawkins. La calle era ancha y estaba flanqueada por grandes casas de dos plantas que exhibían amplios ventanales y jardines llenos de pancartas electorales.
A mamá por lo general no le importaba mucho lo relacionado con la política, pero este año le había prestado más atención a las votaciones. Antes de que ella y Neil se casaran, había hablado de Walter Mondale algunas veces. Por lo general solo negaba con la cabeza y decía que era una locura elegir a esa mujer, Ferraro, como su candidata a la vicepresidencia, porque ningún hombre querría votar por una mujer, ni siquiera por una licenciada en Derecho. Pero yo, en cambio, pensaba que eso era algo genial. Una vez, después de la boda, traté de preguntarle por quién creía que votaría, pero Neil me dijo que detuviera de inmediato esa charla política en la mesa. Luego él dijo que Reagan era lo mejor que le había pasado a este país desde Eisenhower, y no había forma de que alguien en su casa votara por Mondale y esa otra señora.
La mayoría de las pancartas en los jardines de Loch Nora mostraban su apoyo a Reagan. Corrimos por el vecindario tocando puertas y extendiendo nuestras bolsas a la caza de barras de Snickers y Kit Kat.
Los otros dos chicos se llamaban Will y Mike, y ninguno de ellos realmente me miró o cruzó algunas palabras conmigo. Mike tenía el cabello grueso y oscuro y un rostro pálido y serio. Will era más pequeño y silencioso que los otros y me recordaba un poco a mi amigo Nate. Parecía ese tipo de chico al que la gente no suele prestar mucha atención.
Por alguna razón, él llevaba consigo una enorme videocámara, casi demasiado grande para que pudiera cargarla. Se veía tímido y fácil de avergonzar, como esas personas que podrían sentirse incómodas cuando alguien les toma una foto. Me pregunté si le resultaría más fácil siendo él quien miraba desde detrás de la lente.
Mientras corríamos de casa en casa, tuve que admitir que me alegraba que me hubieran invitado. Eran torpes e hiperactivos y un poco bobos, pero estaban siendo muy amables conmigo.
Todos excepto Mike. Él caminaba enfurruñado detrás de nosotros con expresión amarga, y cada vez que yo echaba un vistazo hacia atrás, él miraba a otro lado como si estuviera esperando que yo simplemente desapareciera.
La forma en que parecía intentar ignorarme era detestable, pero no tenía sentido enfrascarme en una discusión con él. Se suponía que nos estábamos divirtiendo, así que me aseguraría de divertirme lo más que pudiera. Caminando entre Lucas y Dustin, la noche se sentía más cálida, y casi podía olvidar que estaba a un millón de kilómetros de distancia de mis amigos, de papá y de toda mi vida.
El vecindario Loch Nora estaba limpio y era mucho más elegante que cualquier otro lugar en el que hubiera vivido. Para el momento en que ya habíamos visitado todas las casas a ambos lados de la calle, mi bolso estaba tan pesado que el fondo se había hundido, lleno de minicajas de Nerds y barras Milky Way grandes. La ciudad podría ser del tamaño de un timbre postal, pero los dulces eran de primera categoría.
Estábamos parados en el borde del jardín de alguien, comparando nuestros botines, cuando miramos a nuestro alrededor y nos dimos cuenta de que Will faltaba.
La calle se extendía oscura y vacía en ambas direcciones, y yo no tenía idea de cómo se suponía que debíamos encontrarlo, pero Mike ya había salido disparado a toda velocidad por un costado de una de las grandes casas de ladrillo.
El jardín trasero estaba más abajo que el delantero, y se llegaba ahí bajando unos escalones que se encontraban junto a la casa. Mike se precipitó sobre ellos, y el resto lo seguimos.
Will estaba allí, en el fondo, sentado en medio de las sombras. La forma en que se había acurrucado hacía difícil distinguirlo de un vistazo. Parecía contraído y afectado, como si estuviera congelándose en ese lugar.
Mike estaba agachado delante de él, sosteniéndolo por los hombros.
—Te llevaré a casa, ¿sí? Te llevaré a casa. Ven.
Sin embargo, cuando Lucas y Dustin se acercaron y trataron de ayudarlos a levantarse, Mike los ignoró y puso su brazo alrededor de Will.
—Sigan pidiendo dulces —dijo—. Yo ya me aburrí.
Él podría haber estado preocupado, pero sonaba más molesto. Nos estaba hablando a todos, pero tenía la sensación de que se dirigía a mí… porque yo estaba mirando fijamente la escena o por demasiado tiempo, o tal vez simplemente por estar allí.
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max la fugitiva Autora: Brenna Yovanoff
ActionANTES DE LA NOCHE MÁS EXTRAÑA DE SU VIDA. ANTES DE CONVERTIRSE EN MAD MAX. ANTES DE HAWKINS Y EL MUNDO AL REVÉS. Max Mayfield sabe que no encaja. Nunca parece decir lo correcto, no es cursi ni delicada como su madre pretende que sea, y lo que más le...