capitulo 8

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El pasillo se extendía vacío en ambas direcciones. Dart no estaba en ninguna parte.
Los chicos decidieron que debíamos dividirnos para buscar en la escuela. Cuando nos dirigimos a las diferentes direcciones tuve la sensación de que había arruinado cualquier oportunidad que pudiera haber tenido con ellos.
Recorrí el gimnasio, revisé los pasillos y los armarios del equipo. No quería sentirme mal por Dart. Si no me hubieran dejado fuera de la sala de audiovisual, nada de esto habría sucedido. Pero tenía un sentimiento de culpabilidad y la necesidad de intentar arreglarlo, de cualquier forma. No importaba de quién hubiera sido la culpa, yo seguía siendo la que lo había dejado salir.
Estaba hurgando en los vestidores al lado del gimnasio, buscando entre los casilleros vacíos y los contenedores de basura, cuando se escuchó un grito sin palabras y alguien saltó detrás de mí.
Me giré pero solo era Mike, agitando un trapeador y mirándome como si el simple hecho de estar allí fuera ofensivo. Pensé que ahora que nos encontrábamos solos, tendríamos que hablar sobre el modo en que él seguía tratándome como si fuera un inmundo desperdicio, pero él se limitó a bufar y luego dijo que me fuera a casa, entonces se dio la vuelta y se alejó de mí, de regreso al gimnasio.
Sin embargo, no estaba dispuesta a dejar pasar esta oportunidad, así que lo seguí.
—¿Por qué me odias tanto? —lo dije de una manera seca y realista.
Era el tipo de pregunta que se supone que uno no debe hacer, pero he aprendido que a veces puedes obtener una respuesta directa solo por ser más franca que la otra persona. Nunca había tenido problemas para decir la verdad, pero a algunas personas no les gustaba decir aquellas cosas que creían que podrían hacerte enojar. Ser directo era la forma más fácil de tratar con ellas. Por ejemplo, a veces la única forma de obtener una respuesta sincera de mamá.
Mike volteó rápidamente sin mirarme realmente y continuó caminando.
—No te odio.
La forma en que lo dijo fue cortante y áspera, y yo no quería creerle, porque la alternativa era suponer que él estaba diciendo la verdad y que, de cualquier manera, me trataba como una simple basura.
Durante casi toda mi vida había sido muy mala para hablar con la gente. No era porque me pusiera nerviosa o fuera tímida. No me preocupaba que se burlaran de mí o que nadie pensara que yo era genial, pero la idea de ser realmente popular era absurda. No sabía cómo agradar a la gente.
Tendría que ser algo fácil, o al menos factible. Papá entablaba amistad con todo mundo, como si eso no fuera algo que se tenía que hacer. Era más como un elemento natural en él cuando entraba en una habitación, tan fácil como respirar.
A donde fuéramos, él granjeaba amistades. Era algo así como su superpoder. En cambio, la mayoría de las veces yo solo lograba que los demás quisieran estrangularme.
Sucedió uno de los fines de semana de visita justo después del divorcio, cuando aún podía verlo dos veces al mes. Durante dos días estuvimos encerrados en el departamento. Papá había estado dirigiendo una pequeña apuesta deportiva por su cuenta y se había pasado toda la tarde del domingo calculando puntajes y revisando quién le debía dinero mientras yo repasaba los mismos cuatro canales en la televisión una y otra vez, y jugueteaba con mi patineta. Pero ya estaba oscureciendo, y moría de hambre.
Todos en el Black Door lo amaban. En cuanto entrábamos todos se movían de sus taburetes y clamaban por su atención. Y lo mismo sucedía en todas partes: una multitud de personas tropezaban entre sí mientras exclamaban: «Sam, ¿cómo has estado?», y le daban palmadas en la espalda a manera de saludo. Era bueno para hacer ese tipo de bromas que a la gente le gusta. Si yo lo intentaba, sonaba dura, incluso sarcástica.
Esa noche, él estaba en un estado de ánimo exaltado. Se dirigió hacia la parte de atrás, sonriendo y estrechando la mano con todos, mientras yo me arrastraba a sus espaldas tratando de ser invisible para que nadie me preguntara cuándo iba a aprender a lanzar los dardos como papá, cuántos años tenía ahora o si ya había tenido novio.
Papá siempre me dejaba acompañarlo y me trataba como si yo fuera la cosa más genial y lo que más lo enorgullecía, pero no era tan astuta ni tan amigable como él, y no tenía idea de cómo fingirlo. La manera en que él simplemente podía deslizarse en un lugar y hacer que todos lo amaran era como un truco de magia. Yo no podía conseguirlo. Mamá siempre decía que él podría encantar hasta los puntos de una mariquita. Yo ni siquiera podía pedir papas fritas o preguntar por alguna dirección sin que sonara como si estuviera a punto de tomar unos cuantos rehenes.
El emparedado estaba grasoso y no muy caliente. Me senté en el extremo del bar con una cesta de papas fritas y un vaso de Coca-Cola sobre una servilleta de papel, mientras practicaba con el pequeño candado de un diario de piel rosada que mamá me había regalado. Era una estafa. La cerradura era tan simple que podías abrirlo con el extremo de un bolígrafo, y la correa que lo sujetaba era lo suficientemente débil que era más rápido incluso solo arrancarla.
Estaba abriendo la cerradura por tercera vez cuando una mujer de curtida piel bronceada que vestía un top con lentejuelas cruzó el lugar y se hundió en el asiento a mi lado.
La mujer sacó un encendedor de su bolso y encendió un cigarrillo. Me miraba con curiosidad, con los codos apoyados en la barra y una bebida pendiendo de su mano. El vaso estaba medio lleno de un líquido marrón oscuro, decorado con un par de cerezas incrustadas en el extremo de una larga varita de plástico. Me pregunté si sería capaz de encontrar una manera de abrir la cerradura del diario con un agitador de coctel, pero luego decidí que tal vez se rompería. De cualquier manera, no quería pedirle a la mujer su varita.
Ella se mantenía apoyada en la barra mirando mi rostro de perfil, mientras yo intentaba no mirarla. Quería decirle que se largara, pero ya había pasado el suficiente tiempo en bares para saber que no debía discutir con gente alcoholizada. Nunca conducía a algo bueno.
Se bebió el resto de su coctel de un largo trago y se estiró sobre mi brazo para tomar el diario. Traté de alejarme de ella pero no me apetecía involucrarme en un combate de lucha libre, así que finalmente permití que lo levantara.
—Vamos a echarle un vistazo a esto —dijo con voz cantarina, pronunciando cada palabra con demasiada claridad, de la forma en que las personas ebrias lo hacen cuando quieren sonar como si estuvieran sobrias. Ella estaba usando tanto maquillaje que este formaba un amasijo grumoso en las arrugas alrededor de sus ojos.
—Vamos a llevar a cabo aquí una lectura dramática —dijo, mirando alrededor de la barra. No esperó a que alguien respondiera, solo se deslizó torpemente del taburete y se giró para quedar de frente a la estancia.
El resto de los clientes habituales la miraron. Todos lucían profundamente aburridos. Hubo algunas risitas, pero la mayoría de los chicos en las mesas de billar no estaban interesados en cualquier cosa de niñas cursis que tuviéramos entre manos.
Me senté en el taburete con mi mentón extendido al frente. Mi boca se sentía rígida y pequeña. La mujer estaba tratando de montar un espectáculo sobre mí, y tuve que recordarme que no importaba en realidad. Abrió el diario y lo sostuvo frente a ella como si estuviera a punto de recitar un discurso en una presentación escolar. Entonces se quedó allí con la boca abierta y el cigarrillo encendido en su mano libre.
Apesta la manera en que algunas personas siempre buscan avergonzar o burlarse de las chicas a propósito de sus sentimientos. Como si el solo hecho de desvelar algo que a ti te importa las hiciera dignas de tu burla. Todos querían que yo fuera dulce y frívola, solo para poder reírse de mí.
La mujer aplastó su cigarrillo en el fondo de su vaso vacío. Había mucho lápiz labial en el filtro, parecía como si su boca hubiera estado sangrando.
Ella me dirigió una mirada larga y funesta. Su rostro lucía flácido y cansado.
—Supongo que crees que eso es muy lindo.
Me encogí de hombros y mantuve mi expresión en blanco, pero en mi cráneo se sentía caliente detrás de mis ojos. Odiaba tener que servir de broma.
—No, solo creo que es muy inteligente.
En el gimnasio, Mike se alejó de mí como si tuviera que estar en algún otro lugar, pero me di cuenta de que solo evitaba mirarme. Lo seguí. Sin embargo, ya sabía que no sería capaz de ganármelo de la misma manera en que papá lo haría. Él era un profesional cuando se trataba de aligerar las tensiones sociales. Nunca había necesitado preguntarle a la gente por qué lo odiaban.
Mike estaba pisando fuerte, como si tuviera algún resentimiento personal contra mí. Incluso si no me odiaba, seguía actuando como si yo hubiera arruinado su vida, y no iba a dejarlo ir sin que me diera alguna explicación.
—Sí, pero no me quieres en el grupo.
Se giró para mirarme.
Sin embargo, no lo había esperado. Dejó un dolor intenso en mi pecho, pero lo miré y mantuve el gesto de mi rostro bajo control. Al menos, ya estábamos llegando a alguna parte.
Ahora hablaba sin parar, enumerando todas las formas en que no me necesitaban, cómo cada uno de ellos pertenecía al grupo y tenía un propósito en él, y yo no. Las cosas que estaba diciendo no eran reales, hablaba de paladines y clérigos, todo ese discurso de los juegos de rol de fantasía. Luego dijo algo que no tenía sentido.
Continuó, tratando de parecer que estaba aburrido y por encima de todo esto, pero yo sabía lo que estaba diciendo en realidad. Estaba siendo excluida por el recuerdo de esta otra persona, esta chica que había estado en el interior del círculo y conocido los secretos que yo aún ignoraba. Una chica que no era molesta, que no ocupaba demasiado espacio ni decía cosas incorrectas. Y ahora faltaba. Todo lo que él estaba diciendo, en realidad, era que no se me permitiría formar parte del grupo porque una vez había habido otra chica. Una chica que era mejor que yo.
Escuchar a alguien hablar sobre lo más importante para él era bastante parecido a verlo sin su piel. A veces, la total vulnerabilidad en que la persona quedaba al exponerse de esa manera me motivaba a ser cruel. Sentía una ira rápida e infeliz dentro de mí que me hacía recordar a la mujer en el Black Door Lounge, la que había intentado avergonzarme solo por la posibilidad de que pudiera albergar sentimientos juveniles. Pero no quería hacerle daño a Mike. Era lo que Billy habría hecho, y yo quería ser mejor que él. Resultaba tan difícil ser amable cuando conocías las debilidades de los demás.
En cambio, lo seguí a través del gimnasio trepada en mi tabla, deslizándome por la duela de baloncesto. Cuando maniobré en círculos perezosos alrededor de él, con los brazos extendidos, sonrió, aunque se veía tenso e intentaba actuar como si no lo estuviera. El piso del gimnasio estaba pulido hasta un brillo mantecoso, y se deslizó como grasa debajo de mis ruedas. Estaba alardeando, pero a veces era necesario hacerlo para que los chicos te vieran como una persona real y no solo como una chica más. Necesitaba que él dejara de actuar como si de alguna manera yo estuviera pisoteando el recuerdo de una chica que ni siquiera había conocido.
Me estaba mirando mientras lo rodeaba, y reía aunque seguía intentando no hacerlo, cuando algo extraño sucedió.
Sentí algo pesado en mi pecho, como si el aire se hubiera vuelto más espeso. La patineta se sacudió debajo de mí tan repentinamente como si alguien la hubiera sujetado por la punta y la hubiera jalado.
Asentí, sosteniendo mi costado, en el lugar donde me había golpeado al caer. Miré más allá de Mike, hacia las puertas, pero no había nada. Volví a cruzar el gimnasio en busca de mi patineta, tratando de sacudirme la inquietante sensación de que alguien me había tocado.
Pero el lugar estaba vacío. Solo estábamos nosotros dos.

max la fugitiva  Autora: Brenna YovanoffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora