Cuando llegó el sábado conseguí hacerme de una caja de galletas saladas, dos latas de Squirt y mi cepillo de dientes, entonces me encerré en mi habitación. Metí los bocadillos en mi mochila, junto con los calcetines, la ropa interior y un suéter extra. No era mucho. Me habría gustado tener algunos Twinkies, pero tendría que sobrevivir sin ellos.
Mamá y Neil se habían ido a Terre Haute esa mañana, y ahora estaba esperando a que Billy saliera para que yo pudiera escapar.
Parecía que había acampado en la sala, donde estaba levantando pesas. El banquillo era el mismo que había guardado en la cochera de nuestro hogar, pero desde la mudanza, lo había mantenido dentro de la casa. Aquí, en la cochera hacía frío y estaba repleta de arañas y cajas de cartón.
Estaba trabajando los bíceps con las pesas y bebiendo una de las cervezas de Neil, con su música a todo volumen y un cigarrillo saliendo de su boca. Siempre había sido estricto con sus entrenamientos. Sin embargo, últimamente, cuando estaba en casa, era casi lo único que hacía.
Me senté en el borde de mi cama, tratando de arreglar mi patineta, esperando a que Billy se cansara de su rutina de ejercicios. La mochila estaba sobre la cama, llena con todo lo que planeaba llevar conmigo. Me tomaría alrededor de tres horas llegar a la ciudad y encontrar el camino a la estación de autobuses. Luego tendría que averiguar los horarios de autobuses y abordar el próximo rumbo a California.
Por lo menos sabía que el viaje sería largo y aburrido. Sin embargo, era difícil imaginar los detalles. Una vez que llegara a Los Ángeles, el resto del viaje sería más sencillo de visualizar. Encontraría un teléfono público y llamaría a papá. Él estaría confundido al principio, tal vez incluso molesto, pero lo entendería. No se suponía que me tuviera de tiempo completo, pero no se tomaba a mal las cosas. Si le explicaba la situación, él iría a buscarme.
Imaginé mi nueva vida en su departamento, durmiendo en el sofá-cama y desayunando restos de comida china del día anterior. Se quedaría despierto hasta tarde calculando los puntajes de las apuestas y trabajando en extraños inventos, y pasaría todas sus noches y fines de semana en el bar o en el hipódromo. Pero yo podría lidiar con eso. Me acostumbraría.
Me quedé mirando mi mochila. Escabullirme significaba que no podría llevar casi nada conmigo, pero estaría bien sin mis cosas. No necesitaba mis libros de cómics y ni siquiera la mayoría de mi ropa. Lo único que realmente importaba era mi tabla, y ahora estaba en mal estado. Una vez que llegara a casa de papá, tal vez él podría arreglarla.
Papá era bueno en ese tipo de cosas que no enseñan en la escuela. Mamá lo llamaba el hombre-de-muchos-oficios, pero en realidad solo tenía tres o cuatro. Cuando estaban casados, solía jugar billar en ocasiones, y una vez vendió grabadoras de contrabando afuera de la cochera. A partir del divorcio, sin embargo, se había vuelto más descuidado. Mantenía un mismo empleo solo por un par de meses, por lo general como técnico reparador o como cajero en un lugar de préstamos, hasta que lo despedían. O se aburría y renunciaba. Pero su verdadero trabajo era conseguirle a la gente las cosas que querían o necesitaban.
Podía hallar raras grabaciones de conciertos musicales o conseguir matrículas nuevas para autos, si eso era lo que alguien estaba buscando. Y corría todo tipo de apuestas, incluso las ilegales.
Él no era muy bueno en cuanto a la limpieza o la decoración del hogar. Su departamento se encontraba en mal estado y era muy oscuro. Pero la cocineta estaba orientada hacia el oriente, y él se sentaba en la barra y tomaba su café por las mañanas con el sol entrando en rayas a través de las cortinas. A veces, si era la primera en levantarme, me sentaba sola en la cocina y me imaginaba cómo debía lucir el sol entrante en mi cabello, como si estuviera en llamas.
Mi cosa favorita era verlo hacer identificaciones falsas. Pasaba la noche sentado en la barra de su cocina, desprendiendo la parte posterior de viejas licencias de conducir de California, escudriñando los nombres y las fechas de nacimiento con una lupa. Había algo casi mágico en verlo hacer coincidir las fotos antiguas con nombres nuevos, como si estuviera viendo a una persona convertirse en alguien más justo frente a mí.
Se sentaba con la cabeza inclinada y los dedos prestos para ensamblar las piezas, creando nuevas identidades para personas que hacían el tipo de cosas que no era adecuado contarme. Muchos de los trabajos que desempeñaba eran actividades de las que no hablaría conmigo.
No falsificaba identificaciones muy a menudo. Sin embargo, cuando las elaboraba, siempre me dejaba mirar.
No sabía la palabra exacta para lo que él era, pero sabía lo suficiente para no contarle a mamá lo que vivía con él. Papá nunca dijo para quién estaban destinadas aquellas licencias, solo comentó que no irían a parar a manos de chicos de bachillerato. Había visto suficientes películas de espías con él para saber de qué se trataba. Una identificación falsa ayudaría a las personas a desaparecer.
La última vez que fui a visitarlo, me paré frente a la barra con mis pies metidos en calcetines y una lata de Coca-Cola en la mano, y me incliné a su lado. Estaba pegando una foto a color del tamaño de un sello, con unas pinzas la colocó con cuidado en la esquina de la identificación. El hombre de la foto tenía ojos oscuros y un bigote fibroso. Lo reconocí, lo había visto en el Black Door Lounge. Siempre acudía a mirar las peleas de box los fines de semana, y cuando era más pequeña solía darme las cerezas de sus cócteles de whisky. Se llamaba Walter Ross y frecuentaba el bar con el resto de los amigos mugrientos de papá. La identificación había pertenecido a alguien llamado Clarence Masterson.
—Ese es Wally, el del bar. ¿Por qué dice que su nombre es Clarence?
Papá sonrió pero no levantó la vista.
—Porque necesitas un nombre realmente específico para crear una nueva identidad. Nada suena más falso que John Smith. Dos pasos a la izquierda, cariño. Estás bloqueando la luz.
Me aparté del camino y observé mientras alineaba la foto con un dedo cuidadoso, luego la presionaba y la sostenía en su sitio. Me pregunté adónde iría Wally y qué había hecho para querer ser otra persona.
Por supuesto que papá entendería por qué acudiría a él. Era el tipo de persona que entendería cómo era estar en el lugar donde todos decían que debías estar, pero aun así necesitar salir.
Estaba sentada en el borde de mi cama, enrollando cinta adhesiva alrededor de la punta rota de mi patineta, cuando el timbre de la casa sonó.
Pero sabía que no lo era. Las mujeres que vendían Avon eran estiradas y quisquillosas, incluso en Hawkins. Nunca llegaban tan legos, a Cherry Road.
Cuando abrí la puerta encontré a Lucas parado sobre la escalinata frontal, vestido con una chamarra de lona con forro de falsa piel de oveja, y con aspecto serio. Todo mi rostro se sintió frío.
Pude ver la bicicleta a sus espaldas, recargada sobre su soporte a un costado de la calle.
Al principio no estaba totalmente segura de qué estaba hablando. Llevaba un pañuelo con estampado de camuflaje atado en la frente al estilo Rambo, lo cual solo probaba cuán extraño era este chico.
Estaba un poco asustada de que él se hubiera aparecido en mi casa. En cualquier otro momento, me habría gustado saber que incluso después de todo lo que le había dicho en la sala de arcades, todavía quería pasar el tiempo conmigo. Pero en ese momento en lo único que podía pensar era en lo que ocurriría si Billy lo veía. No sabía cuánto tiempo más teníamos, pero necesitaba que se marchara.
Antes de que Billy pudiera dar la vuelta y ver a Lucas parado en nuestro porche, salí y cerré la puerta a mis espaldas.
Lucas apretó los labios antes de responder.
—Solo tienes que confiar en mí.
Por un segundo lo miré fijamente. Cuanto más tiempo permanecíamos en ese lugar, más pesaba sobre mí la idea de que estábamos allí, a unos cuantos pasos de Billy, y cuando él decidiera averiguar por qué yo demoraba tanto en entrar, la puerta se abriría y entonces las cosas se pondrían realmente mal.
—Tienes que marcharte.
Lucas me estaba mirando de esa manera abierta y exasperada, estaba claro que toda su atención estaba fija en mí, impaciente, pero completamente, ciento por ciento, honesta.
—Mi ventana —dije finalmente—. En la parte de atrás. Es la que tiene debajo la parrilla de leña. Encuéntrame ahí en treinta segundos.
Di media vuelta, entré y cerré la puerta antes de que Billy pudiera asomarse y encontrar a Lucas allí.
Billy todavía estaba en la sala, pero ya no estaba levantando pesas. Se había parado y miraba hacia la puerta, bebiendo de su lata de cerveza. Cuando exigió saber quién era, no dejé que mi expresión cambiara. La forma en que me miraba era aguda y demasiado firme, como si supiera que algo traía entre manos, aunque ignoraba exactamente qué. Lucas me había contado una historia sobre monstruos como si él creyera que eran reales, y yo sabía que era verdad. Simplemente no de la manera en que él creía.
Después de todo yo tenía uno en casa en ese momento.
Lucas había pedaleado hasta Cherry Road porque quería mostrarme algo y, fuera lo que esto fuera, estaba bastante segura de que lo creía. En realidad, no pensé que sería algo convincente, tal vez ni siquiera existía prueba alguna, pero de pronto sentí la necesidad de verlo.
Abrí la ventana y salí.
ESTÁS LEYENDO
max la fugitiva Autora: Brenna Yovanoff
ActionANTES DE LA NOCHE MÁS EXTRAÑA DE SU VIDA. ANTES DE CONVERTIRSE EN MAD MAX. ANTES DE HAWKINS Y EL MUNDO AL REVÉS. Max Mayfield sabe que no encaja. Nunca parece decir lo correcto, no es cursi ni delicada como su madre pretende que sea, y lo que más le...