capítulo 11

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La secundaria Hawkins comenzaba a sentirse pequeña, como si me encontrara en una pecera, dándome de golpes contra los cristales. Todos los días veía los mismos rostros, caminaba por los mismos salones y los mismos pasillos, esperaba el sonido de la chicharra y entonces volvía a salir de ahí. Pasaba junto a las mismas personas reunidas en los mismos pequeños grupos de tres o de cuatro miembros, y siempre me lanzaban miradas, a veces demasiado largas, y luego apartaban la vista otra vez.
Me esforzaba por no estar tan desanimada, por no pensar en los chicos del Club de Audiovisual. Había sido divertido mientras duró, pero ya habían dejado claro que yo no pertenecía a su grupo. No importaba cuánto deseara la compañía o cuánto intentara ganármelos, no me querían cerca. Y por más jodido que se sintiera haber sido excluida por las únicas personas que se habían mostrado un poco amigables conmigo, tenía que recordar que era mejor que las cosas se quedaran como estaban. Estar sola no era tan malo comparado con lo que haría Billy si descubriera que había hecho amigos.
El sábado solía ser mi día favorito, pero sin un lugar adonde ir ni nadie con quien pasar el rato, ¿qué sentido tenía? Traté de pensar en algo que hacer, pero todo se sentía como una gran decepción. Podría patinar por el centro de la ciudad de nuevo, o pasar una o dos horas jugando en la sala de arcades. Los videojuegos me parecían una actividad un poco solitaria ahora, pero al menos me ayudarían a acelerar el tiempo. Estaba lista para gastarme algunas monedas y olvidarme de mi vida real por un momento.
El Palace Arcade estaba lleno de ruidosos y sudorosos chicos del bachillerato, y la alfombra se sentía crujiente y olía al queso artificial de los nachos. Aun así, hacer explotar unos cuantos monstruos haría que el día pasara más rápido. Cuando llegué al gabinete de Dig Dug, sin embargo, me detuve en seco. Había un cartel que anunciaba Fuera de servicio pegado en la pantalla.
Me quedé en el pasillo entre las hileras de juegos, mirándolo. Esta era la historia de mi vida. Una cosa más que había sido agradable mientras había durado.
—Lo siento de verdad, guerrera —debo haberme visto bastante desesperada, porque se metió otro Cheeto en la boca y añadió—: Corto circuito en la tarjeta madre, una lástima. Pero no te apures, tengo otra máquina atrás, en la oficina.
La oficina de atrás era básicamente un almacén. Me quedé allí parada y esperé mientras él abría la puerta. Sin embargo, cuando la abrió, vi que me habían tendido una trampa. Esta era una pequeña sala de arcades en un diminuto pueblo de Indiana: por supuesto que no tendrían una Dig Dug de respaldo.
Dentro, Lucas aguardaba, jugueteando con una máquina de Asteroids Deluxe también descompuesta.
El encargado me indicó que entrara, gruñó una amenaza a Lucas y le dirigió un gesto de asentimiento.
—Compórtense como niños aquí, ¿sí? —luego guiñó un ojo y me dejó allí, sintiéndome como una completa estúpida.
Debí haberlo sabido. Después de todo me había encontrado con todo un desfile de chicos muy pocos dignos de confianza, capaces de engañar a mamá de mil maneras distintas. Era nuevo, e inquietante, ser yo quien había caído en la trampa.
El rostro de Lucas se mostró abierto y ansioso, aunque totalmente sincero, y yo quería saber exactamente qué era tan importante que había estado dispuesto a fingir que un juego se había descompuesto solo para hablar conmigo.
Me senté frente al escritorio de la oficina y crucé los brazos, desafiante. Lucas estaba encaramado sobre una pila de cajas, con una expresión tan seria que resultaba un poco preocupante.
La historia que me contó resultó ser verdaderamente extraordinaria.
De acuerdo con Lucas, cuando Will había desaparecido, en realidad no se había perdido. O al menos, no se había perdido en el bosque de una forma ordinaria. Había desaparecido, sin duda, pero había estado en algún otro lugar. Al principio, no comprendía lo que Lucas estaba intentando decirme, pero luego empecé a entender que él estaba hablando de otro lugar, no como que se hubiera perdido en la ciudad o en el aeropuerto, sino… en algún lugar del que nadie había oído hablar nunca, adonde nadie sabía cómo llegar.
Solo lo miré, sacudiendo mi cabeza. Cuando me había contado fragmentos de la historia antes, me había mantenido escéptica, sin embargo no era del todo extraño que alguien pudiera desaparecer. De lo que estaba mucho menos convencida era que alguien pudiera desaparecer en un mundo desconocido y, mientras Lucas hablaba, me iba sintiendo cada vez más enfadada. Mi rostro se sentía encendido y punzante.
La historia se tornó más y más extravagante a partir de ahí. El lugar donde Will se había perdido no era un mundo cualquiera, sino uno repleto de monstruos. Y no solo eso: Dart era uno de ellos.
Sí, Dustin había encontrado un monstruo bebé y lo había llevado a la escuela en una trampa para fantasmas de manufactura casera, y luego había esperado a ver qué pasaba, mientras el monstruo seguía creciendo, pero de alguna manera había sido mi culpa porque yo lo había dejado escapar.
Todo era tan ridículo que quería reír. Quería empujarlo de su asiento por haberme contado una historia tan demente.
¡Pero ni siquiera terminaba ahí! No importaba qué tan ridícula pensaba que se había vuelto esta historia, Lucas siempre podía llevarla a un punto todavía más descabellado. No podían permitirme que fuera parte del club porque había una gran conspiración del gobierno en todo ello, y un programa especial, y hombres de un laboratorio secreto que vendrían tras nosotros si supieran cuánto sabíamos de todo este plano alterno de existencia repleto de monstruos, y nadaríamos con el agua hasta el cuello si alguien llegaba a descubrir todo lo que sabíamos. Había una criatura llamada Demogorgon. Había una chica con poderes mágicos que había luchado contra ese mal y había salvado al pueblo, tal vez incluso al mundo entero, pero luego había desaparecido por un agujero en la pared, y nadie la había vuelto a ver desde entonces.
Cuando me contó esa parte, pensé que entendía. La chica de la historia era la misma de la que Mike había hablado en el gimnasio: Once, la maga.
Una cosa era dejarme fuera, celebrar sus reuniones secretas en la sala de audiovisual y seguir sus estúpidas aventuras de fantasía sin mí. Pero otra cosa era intentar engañarme solo para tener de quien reírse. Y si estaban tan decididos a hacerme sentir como una idiota, tal vez tendrían que haber elegido una mejor historia en lugar de esa fantasía salvaje e imposible que nadie con la mitad de un cerebro podría creer.
Papá no me mentía, pero no tenía problemas para mentir a otras personas y solía sonreír cuando lo hacía. Me había vuelto buena en la detección de los mentirosos. Pero Lucas ni siquiera estaba tratando de parecer hábil. Sus ojos estaban muy abiertos y parecían lastimeros, como si me estuvieran rogando que le creyera.
Cuando por fin terminó su relato, me recliné en mi asiento, manteniendo el rostro fresco y entretenido. Parecía mejor que no me afectara. Estaba segura de que todo era una gran broma y, de pronto, me pareció muy importante mostrar qué tan en serio me lo estaba tomando. Era mejor dejarlo mirar cuánto me había enfadado a permitirle verme como a una idiota. Como si yo fuera tan ingenua.
De vuelta en la sala de arcades me detuve y lo enfrenté.
—Lo hiciste bien, ¿sí? Puedes ir a decirles que me tragué tus mentiras si eso te da puntos de experiencia.
Cuando me di la vuelta para alejarme, me sujetó del brazo.
—Tenemos muchas reglas en nuestro grupo, pero la más importante es: «Los amigos no mienten». Nunca, NUNCA. Sin importar qué pase.
—¿En serio? ¿Y cómo me explicas esto? —quité el letrero de Fuera de servicio de Dig Dug y lo agité frente a su cara. Cualesquiera que fueran las nobles reglas con las que regían su pequeño club, nada tenían que ver conmigo. Yo no era parte de su grupo. Me lo habían dejado muy claro.
Eso fue todo. Ya no pude mantener mi voz baja y empecé a enumerar todas las tonterías que me había contado sobre el gobierno, el monstruo y la chica.
Lucas se lanzó hacia el frente y cubrió mi boca con su mano.
—Pruébalo.
—¿Entonces esperas que confíe en ti?
—Sí.
De pronto, me quedé congelada. El rugido del Camaro resonó desde el estacionamiento de la sala de arcades.
Ya me había acostumbrado a escucharlo. En mi hogar, ese sonido significaba que la diversión había terminado. Podía estar pasando el rato en el centro de recreo para el programa extracurricular de hockey sala después de la escuela, o en la pista de patinaje, y el Camaro comenzaba a acelerar afuera, con lo que yo sabía que era hora de marcharme.
Solté la mano de Lucas y él abrió la boca para decir algo más, pero ya no esperé.
Afuera, el Camaro estaba esperando en el estacionamiento. Subí al asiento del copiloto, tratando de aparentar que todo era normal. El motor producía un sonido irregular por el frío, y la calefacción soplaba a su máxima potencia contra mi cara. Incluso la ráfaga de aire caliente y seco olía a cigarrillos.
Billy estaba mirando más allá de mí.
—¿Qué demonios te dije?
Al principio no entendí. Entonces volteé hacia la puerta y vi a Lucas meterse de nuevo a la sala de arcades. Cuando revisé el rostro de Billy, entendí, con una sensación de vacío en mi estómago, que las cosas estaban a punto de empeorar. Debía de haber visto a Lucas parado en la puerta.
Había tenido mucho cuidado de no dejar que Lucas me siguiera. Increíble. Todo este tiempo, prácticamente me había estado rogando que escuchara su historia, pero no había confiado en mí lo suficiente para permanecer dentro, donde Billy no habría podido verlo.
Sin embargo, pensar en eso me hizo sentir como una hipócrita. No le había dicho por qué necesitaba quedarse.
Estaba hablando demasiado rápido, tratando de convencer a Billy de que nada estaba pasando. Y era cierto.
—Bueno, ya sabes lo que pasa cuando mientes —lo dijo tan ligero y pragmático que de cualquier forma lanzó una flecha de terror a través de mi pecho. Su voz contenía esa brutalidad escondida a la que me había acostumbrado.
Guardamos silencio mientras conducía. Billy estaba siguiendo el ritmo de Metallica con la mano ahuecada golpeando el volante.
Todavía estaba pensando en Lucas. Su historia era imposible. No solo descabellada, sino en verdad imposible. Los monstruos no existían. Al menos, no del tipo de los que él hablaba.
Billy era lo más parecido a un monstruo que yo había experimentado. Si Lucas no era cuidadoso, saldría lastimado y yo nada podría hacer al respecto.
Me dije que no era mi culpa. Que esto era lo que significaba vivir con el monstruo parado justo detrás de ti. A pesar de que es tu monstruo, tú eres al que persigue, quien está a su sombra, dará un amplio y desagradable zarpazo a cualquiera que se acerque lo suficiente.
Las películas de Halloween entendían eso; el mensaje era muy claro. Incluso en las secuelas, Michael Myers solo ronda por Haddonfield, busca con ansias a su hermanita, quiere asesinarla, y sin duda lo hará cuando la encuentre. Eso es todo, tiene un plan. Una obsesión. Él anhela tan desesperadamente matarla que escapó de una institución psiquiátrica para encontrarla. Pero el asunto es que Michael es una despiadada máquina asesina. Puede tener un objetivo final, pero nada muy concreto sobre cómo llegar allí. Es en el camino que todos los demás mueren.
El día en que todo cambió, Nate y yo estábamos conviviendo en la zanja detrás de mi casa.
Habíamos estado trabajando en nuestra rampa para bicicletas toda la semana. La estábamos construyendo con madera contrachapada y otros trozos de madera en el fondo del lecho del riachuelo. Cuando termináramos, sería la obra más grande que jamás hubiéramos construido. Ben había traído un poco de pintura sobrante de su casa para los soportes, y Eddie había tomado del cobertizo de su mamá una pala excavadora con la que habíamos hundido los soportes de la rampa más allá de la mera tierra blanda, así las tablas no se moverían cuando las castigáramos con la patineta.
El terreno donde había estado el gato muerto todavía estaba quemado y negro en la parte superior de la zanja, pero los arbustos ya estaban reverdeciendo, y la maleza empezaba a crecer nuevamente.
Había estado nublado desde el mediodía, pero la tarde era calurosa, y la colina zumbaba con el sonido de saltamontes y cigarras sobre la hierba.
Nate estaba sentado en la parte superior de la zanja con su libreta, dibujando algunos esquemas, tratando de calcular los ángulos de los puntales. Teníamos algunos clavos enormes, la caja de herramientas del padre de Nate y un montón de restos de madera que habíamos comprado por siete dólares en la ferretería.
Me sentía acalorada y pegajosa, y las palmas de mis manos estaban en carne viva y sudorosas después de haber pasado mucho tiempo sujetando los agarres de goma de la ahoyadora, pero seguía trabajando de todos modos, enterrando los soportes y apisonando la tierra alrededor de ellos. Habíamos elegido la parte más ancha y profunda de la zanja para construir nuestra rampa. Cuando estuviera terminada, sería lo suficientemente grande para lanzarnos al espacio.
—Bajo el contrachapado, creo.
Encontré el martillo y lo saqué de la pila de tablas sueltas que yacían en la tierra alrededor del cinturón de herramientas.
El aire en el fondo de la zanja estaba quieto y silencioso. Ni siquiera había mosquitos. Me alegró que solo estuviéramos los dos, pero se sentía un poco extraño, un poco plano.
—¿Dónde están Ben y Eddie?
Ben y Eddie habían estado arrancando la maleza del jardín de la señora Harris por las mañanas, pero por lo general aparecían en mi casa a las dos o tres de la tarde. Pasábamos juntos casi todos los días, y durante los últimos tres años habían estado casi tanto tiempo en el fondo del arroyo seco como Nate y yo. Pero en la última semana o dos, se aparecían por aquí cada vez menos. No es que me hubieran estado evitando exactamente, porque seguíamos siendo amigos. Acababa de verlos en la piscina el viernes y nos habíamos turnado para lanzarnos del trampolín, pero prácticamente habían dejado de venir aquí, y estaba empezando a preguntarme si tal vez ya no estaban tan interesados en construir rampas y catapultas para globos de agua.
Eso hizo que Nate dejara de escribir y levantara la vista de la libreta. Su frente se arrugó, y frunció el ceño.
—No, las cosas no son así. Solo han tenido otras cosas que hacer, supongo.
—¿Mejor que esto?
Se encogió de hombros, pero no añadió más.
Le dirigí una mirada dura.
Entrecerré los ojos y no respondí. Billy era una parte constante de mi vida, pero no era mi hermano. Al principio había sido mi ídolo y luego, casi igual de inmediato, mi nuevo problema. Y en los meses que habían transcurrido después de la boda se había estado convirtiendo en algo aún más agudo y afilado.
Nate mantuvo la cabeza abajo, parecía querer disculparse.
—No te enfades con ellos. Saben que no es tu culpa.
—No estoy enfadada. Ellos pueden construir su propia rampa si así lo quieren. Ojalá tengan suerte para encontrar otro lugar con una pendiente tan buena como esta.
Pero no podía evitar sentir que de alguna manera había sido mi culpa.
Trabajamos en la rampa el resto de la tarde. Cavamos más hoyos para los puntales y clavamos tablas en las X para los soportes. No hablamos de Billy, o la nueva incomodidad con Ben y Eddie. Si lo hubiéramos hecho, tal vez el día habría resultado diferente.
Acabábamos de terminar de afianzar los soportes cuando Billy y Wayne aparecieron.
Bajaron crujiendo el lecho del riachuelo con sus botas de motociclistas. Parecían acalorados y tenían los ojos nublados. El cabello de Billy estaba grácilmente desordenado y se enroscaba sobre su frente; yo sabía que le había rociado laca para que luciera justo de esa manera. Wayne estaba usando una camisa de franela roja con las mangas recortadas. Lucían extrañamente desequilibrados juntos, como un auto al que le falta una rueda. Al parecer, mis amigos no eran los únicos desaparecidos. No había vuelto a ver a Sid desde la tarde en que prendieron fuego al gato muerto.
Billy y Wayne caminaron sin prisa hasta el sofá y se sentaron a mirarnos. El sofá todavía estaba en su lugar habitual en la parte superior de la zanja, había estado al exterior durante todo el verano y la tapicería cada vez estaba más deteriorada.
Hice mi mejor esfuerzo en ignorar el comentario. Nate y yo nunca habíamos hecho algo así, pero de todos modos podía sentir cómo me había sonrojado.
Incluso antes de que saliéramos de la escuela, las cosas ya habían empezado a ponerse tensas. Todo el mundo comenzaba a tener pareja. Al parecer lo único de lo que todos querían hablar era sobre quién salía con quién, quién había hecho cosas por debajo de la ropa y había llegado a no sé qué base, y a quién le estaban empezando a crecer los pechos. Si bien yo no les prestaba mucha atención, ahora resultaba que si eras una chica que salía con chicos solo porque querías, nadie te creía. Siempre tenía que significar que eras la novia de alguien.
Billy me estaba mirando de una manera extraña, meditativa. Se echó hacia atrás y pateó con sus botas el cajón de leche, luego me dirigió una mirada fría.
—¿Eso es cierto, Max?
Junto a la pila de restos de madera, Nate todavía estaba sentado en la tierra, mirando fijamente su libreta, pero pude notar que estaba escuchando. Me puse furiosa de que incluso aquí, en la zanja, Billy simplemente pudiera aparecer y hacer un desastre mi vida. Estaba arruinando todo.
Levanté el martillo y sostuve el clavo en su lugar, pero estaba tan enojada que no conseguí apuntar correctamente. El martillo bajó en el ángulo equivocado y alcanzó a golpearme en la punta de mis dedos. Maldije y salté en círculos mientras Billy se burlaba.
Tenía ganas de darle una nueva forma a su rostro con el martillo Craftsman. No había sido suficiente con que se mudara y estableciera su campamento dentro de mi vida. En menos de seis semanas, ya había ahuyentado a Ben y Eddie, se había apoderado de mi lugar detrás de la casa, y ahora haría que Nate se fuera también. Era como si tuviera que arruinar todo lo que a mí me gustaba.
—Como solo sales con chicas porque quieres revolcarte con ellas, piensas que todos son como tú.
En cuanto lo dije, supe que había sido una mala idea. Me miró de una manera peligrosa, y comprendí que lo que fuera que estaba por suceder sería doloroso. Él se puso en pie. Parecía tan alto parado frente al viejo sofá en la parte superior del lecho del riachuelo. Y entonces ya había bajado al lecho del arroyo hasta llegar a mi lado, todo tan rápido que me estremecí. Estaba tan cerca que podía sentir su aliento en mi frente. Sus botas casi tocaban la punta de mis Vans.
—Necesitas preocuparte un poco más sobre lo que la gente piensa de ti.
Tensé mi mandíbula y apreté mi agarre en el martillo.
La mirada de Billy se movió rápidamente hacia mi mano. Pensé que estaría furioso, pero en cambio rio.
—¿Qué vas a hacer con ese martillo, Max?
No respondí.
Por encima de nosotros, a la sombra del arbusto de arvejilla, Wayne todavía estaba tumbado en el sofá.
—Lo estoy pensando.
Nate dejó su libreta y se levantó.
—Este es mi lugar y esta es mi rampa, y no pienso ir a sentarme ociosamente bajo el área de pícnic en el parque solo porque Billy es un idiota. Este lugar fue mío primero.
Sacudió la cabeza con tristeza y en su rostro se dibujó una amplia y falsa sonrisa, pero sus ojos no cambiaron.
—Max, no seas egoísta ahora. Tienes que aprender a compartir. Somos familia.
La palabra estaba cargada, dulcemente, de ponzoña.
No respondí, solo enderecé mis hombros y lo fulminé con la mirada, todavía sosteniendo el martillo. Estaba apretando los dientes, ardiendo y furiosa, pero no sabía qué hacer. Quería poder usar una sonrisa, una mirada fija o una sola palabra igual que él lo hacía, de forma que llenara el espacio como si fuera una especie de arma.
Nate había cruzado la zona de tierra apisonada. Se acercó y, esta vez, sonó enojado.
La forma en que se preocupaba sobre lo que era correcto y justo me recordaba al Hombre Cosa. Nate era bajo, tímido y delgado, y el lecho seco del arroyo en nada se parecía a un pantano turbio de los Everglades, pero la forma en que estaba mirando a Billy con la cabeza baja tenía la misma furia desarticulada. Por primera vez en mucho tiempo pensé en las pandillas de motociclistas, en los constructores inmobiliarios y en la trampa del Cuarto del Sacrificio. La manera en que el Hombre Cosa los había vencido a todos. Me alegré de que alguien quisiera defenderme, aunque en el fondo sabía que Nate nada podía hacer.
Wayne todavía estaba sentado en el sofá, mirando y riendo como un poseso. Su risa era más sonora ahora, y más nerviosa.
Billy no reía. Sujetó a Nate por el codo y empujó su brazo detrás de su espalda. Al principio, Nate no luchó ni emitió alarido alguno, pero luego lo hizo. Sus ojos se humedecieron, y soltó un grito corto y agudo. Su cara se estaba poniendo roja.
—¿Basta? ¿Basta qué cosa, Max? ¿Te refieres a esto?
Después de un tiempo en lo único que podía pensar era en cómo su voz había sonado tan brillante y alegre. No coincidía con lo que estaba pasando en su rostro. Sus ojos estaban llenos de una terrible nada… fríos y lejanos.
Se produjo un estruendo.
No sabía que el sonido de un hueso al romperse sería tan macabro. Era como agua vertida sobre hielo, o la repentina telaraña que surge cuando una roca golpea el parabrisas. Entonces Nate escupió un alarido corto y agudo, y se desplomó sobre sus rodillas en el fondo del lecho del arroyo, sosteniendo su brazo torpemente a su lado. Billy dio un paso atrás, y al principio no entendí. Pensé que ese era el final de una escena desagradable, que esta ya había acabado. Entonces vi la razón por la que las rodillas de Nate se habían rendido. Su codo estaba doblado en la dirección incorrecta. Su rostro se puso tan blanco, de una manera que no sabía que podía suceder en la vida real, como si toda la sangre se hubiera escapado de su cuerpo. Pudimos ver entonces el pálido pomo del hueso que sobresalía debajo de su piel.
Durante un largo rato, nadie se movió. Entonces Wayne dio media vuelta y trepó para salir de la zanja. Sus botas enviaron una lluvia de tierra y grava por la orilla que aterrizó en un pequeño flujo a mis pies. Wayne caminó en dirección a la calle con la cabeza baja y sin mirar atrás.
Billy aún me miraba de esa manera extraña y ávida que siempre me hacía sentir como si me estuviera tomando una radiografía. Su rostro era completamente inexpresivo, pero sus ojos estaban llenos de una luz brillante y resplandeciente, como la que tenía el pastor alemán Otto de la señora Haskell cuando miraba a un gato.
Billy inhaló con fuerza por la nariz y se inclinó aún más.
—¿Qué vas a hacer, Max?
Enmudecí. Nate se desplomó hacia delante con la cabeza inclinada, haciendo un ruido sibilante y bajo, pero no fui con él. De pronto estuve segura de que mostrar cualquier tipo de ternura frente a Billy empeoraría la situación. Había visto lo que Billy había sufrido cuando yo había intentado ayudarlo. Neil se había burlado de mí, y eso ya era bastante malo, pero Billy me había mirado con verdadero odio. Quería ser una buena amiga, pero no podía hacer lo correcto, lo valiente, ni siquiera para ayudar a Nate.
Billy estaba parado ante mí, bloqueando mi camino.
—Serás una buena niña y mantendrás la boca cerrada. ¿Cierto?
Detrás de él, Nate lloraba ahora con jadeos suaves y continuos, sosteniendo su brazo contra su pecho.
Billy se inclinó hasta quedar muy cerca de mi oreja y lo dijo de nuevo:
—¿Cierto, Max?

max la fugitiva  Autora: Brenna YovanoffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora