CAPÍTULO 11

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Tras observar detenidamente las partes que forman la estructura de la maqueta del barco que se encuentra en el pasillo de la biblioteca de su facultad y anotarlo en su libreta de campo, se encamina hacia la salida. Su cabeza ya está demasiado saturada de información sobre escotilla, proa, timón, quilla, a babor, a estribor... Empiezan a confundirse los términos y sabe que necesita encontrar alguna distracción para airear su mente. Ojalá pudiera volver a Nunca Jamás y contarle a James Garfio todos sus progresos, todo lo que ha aprendido este mes que lleva estudiando Náutica y Transporte Marítimo. Aún guarda el garfio que le regaló, además del garfio que se tatuó en la muñeca, este siempre la acompaña para recordarle esa mágica experiencia, entre otros significados.

Como si el dios de los piratas, James Garfio para ella, por supuesto; la hubiera escuchado se topa con varios anuncios en el panel de la entrada.

<<Curso de dibujo y pintura>>

Es el que más destaca para ella. Aunque la magnífica visión de Ana luciendo una manchada bata, una colorida paleta en la mano, un pincel en la boca y la cara pensativa observando su lienzo a medias sobre el apuesto pirata se difumina al percatarse del precio: 30€ al mes. Si ya supone demasiado gasto vivir en otra ciudad, no puede permitirse pagar una actividad extracurricular.

Llega a casa desalentada, nadie le dijo que esto fuera fácil. Pasa por delante de la habitación vacía de Sandra, lleva varios días de promoción de su nuevo libro. Sin embargo, una sorpresa la espera en el salón. Aina y Mendicuti hablan animadamente hasta que ella irrumpe en el marco de la puerta.

—¿Y esta agradable visita, Mendicuti? —lo saluda Ana.

—¿Cómo va la vida universitaria? —le pregunta el chico, tras darle dos besos.

—Bien, muy bien, pero necesito un respiro —confiesa.

—¡Pues acaba de llegar tu hada madrina! —exclama él con entusiasmo— No hay nada mejor para desconectar que una escapadita de fin de semana.

Ana suspira, acariciándose la barbilla.

—Voy justa de dinero, ¿cómo voy a pagarme un viaje?

—Me refiero a algo sencillo, sin mucho gasto. Pero si lo que te preocupa es el precio podríais alquilar por días la habitación que os sobra en la plataforma de airbnb. Aquí en Barcelona se puede ganar una pasta.

—Estás cargado de ideas —dice la gallega.

—Ya te he dicho que soy tu hada madrina.

—Espera, espera, que todavía no te ha dicho lo más gracioso. O surrealista. Como prefieras calificarlo —bromea Aina, que ha estado al tanto de la conversación.

—Vaya, ya decía yo que era muy raro que el vasco viniera a hacernos una visita desinteresada.

Marcos le cuenta que el objetivo principal de la salida es que ella se reconcilie con Manuel y él con Marta. La pose de Ana oscila entre el confrontamiento y el escepticismo.

—No me parece una buena idea de hada madrina—dictamina.

—Puede ser divertido, podemos invitar a más personas. Será como recordar nuestros tiempos lúcidos en La Élite —Ana sacude la cabeza y suelta otro suspiro—. ¿Entonces dejas que venga a buscarte el viernes que viene, Cenicienta?

—Solo si se viene Aina —pide la gallega.

—¿Yo? Ni de coña. Va a ir Marta, la reina de las humillaciones, ¿recuerdas?

—Venga, Aina, todo eso ya es pasado —insiste el chico.

—Precisamente por eso, no quiero que forme parte de mi presente.

—Bueno, dejo que la convenzas —le dice Marcos a Ana, ella le da unas palmaditas en la espalda.

—Te juro que como pase algo malo, seré yo la que te convertirá en calabaza con mis propias manos, querida hada madrina.

Le advierte Ana antes de sentarse en el sofá y probar el zumo de uva que su compañera de piso ha preparado con tanto mimo. 

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