Se siente un intruso recorriendo las profundidades de la tierra mediante esa máquina creada por los humanos. Prefiere recorrer Barcelona a pie, pero su querida Marta ha insistido en que si no quiere que se tuerza un tobillo por culpa de los tacones será mejor que cojan el metro. Últimamente pasan casi todas las tardes juntos. Acaban las clases, quedan para comer, avanzan faena en la biblioteca y descubren un nuevo rincón de la ciudad.
—¿Te acuerdas de la profesora que te hablé? —sigue Marta, cuando vuelven a estar en la superficie. Se fijan en que la mayoría de los transeúntes llevan consigo un paraguas.
—¿La jovencita que siempre os putea? —recuerda Manuel, notando una pequeña gota en su coronilla.
—La misma. Me he estado fijando en que uno que siempre se sienta atrás del todo, en sus clases se pone en primera fila y parece más interesado que nunca. Los he pillado alguna vez hablando por los pasillos. Y justo hoy... —interrumpe su relato para ponerse a cubierto. La lluvia irrumpe sin avisar y con mucha fuerza.
—Esta conversación hay que terminarla en otro lugar —propone Manuel—. ¿Vamos a mi casa? Está a dos manzanas.
—Mejor la continuamos mañana —lo rechaza Marta.
—Ya está bien, ¿no? Me gustaría que vinieras algún día, yo ya he venido un montón de veces a la tuya.
—Pero en la mía no está tu ex.
—Pensaba que el tema había quedado zanjado gracias a la actuación de la otra noche en la discoteca.
—Tú deberías de saber mejor que nadie que las rupturas con personas que has querido mucho no se resuelven con una noche de borrachera.
El chico recorre su rostro decorado por minúsculas gotas de agua. Marta tiene razón. Y hasta que no consigan desprenderse de aquello que los une con Ana y Mendicuti, respectivamente, no podrán pasar página.
—Encontraré una solución a esto —finaliza Manuel, despidiéndose de ella con un dulce beso en la mejilla.
Llega a su portal en una carrera. La lluvia lo ha inspirado. Abre la puerta de su casa, encontrándose con la habitación vacía de Lucas. Han decidido esperar unos meses antes de buscar a otro compañero, quizás el mayor de los Mendicuti necesite volver ahí. Unas risas lejanas lo reciben y se mete en la habitación de Marcos, el cual sonríe ante el móvil. Manuel se acopla, saludando a Marina a través de la pantalla.
—Lo siento, Marina. Tu estimado novio tiene que dejarte, un tema de extrema urgencia he de comunicarle —la chica suelta una carcajada y se despide con la mano. Manuel guarda el teléfono y se sienta al lado de su amigo—. Qué empalagosos sois. ¿No tenéis suficiente con veros cada mañana que también tenéis que hacer videollamada por las noches?
—Cierra el pico, Esteve —ríe Marcos—. ¿Qué es eso tan importante que tienes que decirme?
Manuel se concentra, preparado para usar todas sus armas para convencerlo.
—Tú y yo somos muy amigos. Yo soy muy amigo de Marta. Y vosotros ahora os lleváis mal. ¿Sería mucho pedir que intentáramos que la cosa cambiara?
El bilbaíno traga saliva, mirándolo fijamente.
—Tengo dos motivos para rechazar tu propuesta. Uno, Marta es muy cruel cuando quiere y ella no estaría dispuesta a eso. Segundo, sabes cuánto me dolió nuestra ruptura, fue en contra de mi voluntad y no estoy dispuesto a pensar en todo aquello que he perdido.
—Pero ha sido Marta quién no ha querido conocer la verdad. Tú lo has superado y has rehecho tu vida.
—No te niego que me gustaría recuperar una vieja amiga... —cede Marcos.
—¡Ese es mi Mendicuti! Tengo el plan perfecto. Hacemos una escapada de fin de semana, estando las veinticuatro horas juntos podremos limar asperezas.
—¿Tú, yo y Marta? ¡Estás loco!
—Bueno, podría venir alguien más, para que el ambiente no sea tan tenso. Mauro, por ejemplo. Él se apunta a un bombardeo.
—Un momento —recapacita Mendicuti—. Marta y yo no somos los únicos que tenemos que arreglar cosas. Solo aceptaré si Ana también viene.
Manuel baja la vista y suspira, la cosa no ha salido tan bien como esperaba.
—Tú también te sentirás mucho mejor si habláis sobre lo que pasó —prosigue Mendi—. Me apetece mucho que volvamos a ser una panda, como en nuestros primeros años en La Élite.
—Supongo que tendré que acceder —murmura Manuel—. Pero te encargas tú de decírselo y convencerla.
—No te preocupes, conoces mis dotes de convicción.
El valenciano se tumba en la cama de su amigo y cierra los ojos, rememorando las múltiples locuras que en sus tiempos caracterizaron a esa pandilla de estrafalarios. En sus manos está recuperarla y saben que este viaje tendrá un papel decisivo.
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Reconstrucción
Fiksi RemajaManuel y sus amigos empiezan el primer año de universidad, mientras que sus compañeros de cursos inferiores siguen en el instituto La Élite. ¿Cómo habrán cambiado sus vidas desde "la batalla de la Élite? ¿Qué nuevas historias surgirán? ¿Qué otras s...