• Séptima Musa •

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Día 7:Temática: solstice, arguments

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Día 7:
Temática: solstice, arguments.


  Desde pequeño Bokuto ha odiado el invierno y hasta podría decirse que tenía buenos argumentos para demostrarlo

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  Desde pequeño Bokuto ha odiado el invierno y hasta podría decirse que tenía buenos argumentos para demostrarlo. Sus medias húmedas durante todo el día, el frío entumeciendo sus articulaciones, la gélida habitación que lo abrazaba todas las mañanas o la imposibilidad de comer helado por reglas estrictas de su madre eran algunas de las tantas razones que tenía para odiar aquella estación.

  Los árboles vacíos, decorados con apenas cristalinos copos de nieve sólo ayudaban al paisaje de una ciudad triste, nostálgica. Una urbanización hundida, oscura; esperando ser rescatada con efímeros rayos de Sol que no podían entibiar ni al más sensible corazón. Las noches eran un solsticio que merecía romperse y no volver nunca más, pero siempre que el Sol las perseguía quedaba terriblemente fatigado, y las horas de luz y calor no eran las suficientes para considerarlas días.

  Durante toda su traslúcida niñez y adolescencia Kōtarō se sintió cómo un recluso privado de su libertad cuando estos fatídicos tres meses llegaban a su vida nuevamente. Su nariz siempre se congelaba al igual que la punta de sus dedos de ambos pies. Kōtarō odiaba salir en invierno, pero a través de los años las responsabilidades no tuvieron una pizca de piedad en ninguna de las estaciones, y a veces un café de regreso a su casa podía solucionar todas sus gélidas crisis de ya 24 años de antaño.

  Para su arruinada sorpresa, mucha gente solía tener los mismos métodos para aliviar el frío de su piel. El mal humor ya era tal que hasta las nubes de vapor que escapaban de sus labios entre impasibles suspiros lo sacaban de sus cabales. Recordaba haber caminado dos cuadras hacia arriba y una hacia la izquierda, el café era relativamente nuevo y parecía ser que no muchas personas sabían de su existencia. Las mesas vacías lo invitaban a permanecer con un poco de paz y así reponer energías para sus prácticas y compromisos cómo el adulto responsable que era.

  Bokuto tomó asiento en una mesa para dos personas, porque los cafés eran tan crueles que nunca habían mesas para almas solitarias, mínimo solo habían dos sillas esperando ser usadas y alguno de aquellos espaldares siempre quedaba frío. Se sentó justo al lado de la ventana que daba hacia la calle, observó con melancolía los vidrios empañados y dibujó una carita feliz con su dedo índice, sonrió.

— ¿Qué le gustaría tomar, señor? — había preguntado la camarera del lugar, su sonrisa le trajo desconcierto, preguntándose porqué alguien estaría tan alegre una tarde tan odiosa cómo aquella.

— Algo que pueda abrigar mí corazón — susurró para sí mismo, la joven, asustada de hacer mal su trabajo, le pidió cortésmente si podía repetir su orden —. Me gustaría un cappuccino simple, con un trozo de pastel de chocolate.

  La muchacha tomó nota en su block y se alejó con entusiasmo. Una vez que se retiró Bokuto alzó la vista para inspeccionar el lugar y un nuevo escalofrío abrazó su cuerpo al toparse con los ojos color Zafiro, que en cuestión de segundos escanearon hasta lo más profundo de su pecho. O quizá había sido el empleado que acababa de abrir la puerta a sus espaldas, dejando entrar una oleada de frío que, provocó que aquella presencia misteriosa elevara la vista.

  Los días se repitieron y el invierno no paró, Kōtarō había encontrado el vicio de mojar sus labios con líquido amargo y limpiarlos con jarabe de chocolate dulce cada vez que sus prácticas se lo permitían. Tomaba asiento en el mismo lugar que siempre y, a pesar de odiar las corrientes de frío cada vez que alguien abría la puerta y odiar la vista vacía en la silla del frente, era el lugar perfecto para ambos. Aquella escalofriante mirada, escondida detrás de vidrios que se empañaban cada vez que daba un sorbo a su café, ya se había incorporado a las rutinas invernales del peliblanco, al igual que el sonido de sus dedos tecleando la misma computadora color perlado. Tras tantas tardes de cortesía tácita, Bokuto se dispuso a saludar al extraño junto con los empleados del local, que ya lo conocían cómo un amigo más.

  Se removió extraño al sentir la gélida piel estrechar su mano con formalidad, preguntándose sí ese tipo estaba realmente vivo o sólo era una entidad de nieve.

  Y la voz de aquel extraño también comenzó a hacerse rutina. Al igual que la cercanía, porque el local estaba más cálido y más lleno, y a ellos no les molestaba compartir mesa, nunca les hubiera molestado. Por primera vez ambos agradecieron a las huérfanas mesas para dos personas. Porque después de otros inviernos pasajeros que viajaron dejando su huella en sus corazones, el camino a casa, lleno de copos de nieve y gotitas estrelladas eran acompañados por dos huellas más aparte de las de Kōtarō. El blanco cegador del resplandor de las nubes, del cielo, y de su propio cuerpo  — pálido por naturaleza —fueron contrastados por cabelleras negras y ojos azules.

  La Tierra daba vueltas y las cucharas revolviendo los cafés también. Las mesas se volvieron pocas y dos de los recurrentes clientes del local ya no estaban tan necesitados de un acogedor lugar. Necesitaban un hogar del cuál formar parte, su propio lugar; no un local que acompañaba a todas las personas que pongan un pie en él, por lo que, el pequeño monoblock del mayor pasó de ser un húmedo árbol en medio de la tempestad a leña seca para eliminar la soledad.

  Sus manos ya no estaban tan frías cómo años atrás, la perfecta belleza de entrelazar sus manos con sus cálidos dedos pertenecientes a la sonrisa más enigmática de todas era suficiente para querer permanecer a su lado una estación más.

  Las noches indelebles que tanto había odiado durante su adolescencia se convirtieron en un regalo el resto de los años. Porque su gigantesco ataúd ya no era tan grande y frío cómo antes, ahora había calor y también había fuego. Kōtarō llegó al punto de su vida dónde deseaba que los solsticios de invierno sean más largos, para así tener más tiempo de dormir abrazado junto a aquel ser que entibiaba su vida un poquito más.

  Porque después de haber sobrevivido a las calamidades invernales sin verdadero refugio, acompañado por la soledad durante 28 inviernos, era lo suficientemente sabio para saber que el calor se disfruta más cuándo llevas mucho tiempo congelado.

  Porque después de haber sobrevivido a las calamidades invernales sin verdadero refugio, acompañado por la soledad durante 28 inviernos, era lo suficientemente sabio para saber que el calor se disfruta más cuándo llevas mucho tiempo congelado

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10 Musas Prohibidas [Bokuaka Week 2021] [HQ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora