• Novena Musa •

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Día: 9Temática: world, borderlines

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Día: 9
Temática: world, borderlines

  Akaashi siempre supo que Bokuto estaba muerto

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  Akaashi siempre supo que Bokuto estaba muerto.

   Keiji lo sabía, y siempre lo supo. No era cómo si Kōtarō lo hubiese escondido desde un principio; pero tampoco hablaban de eso. Akaashi y Bokuto hablaban sobre cualquier cosa que hablarían niños de 9 y 11 años: videojuegos, dibujos animados, escuela y deportes básicos. Y si bien ambos sabían que su relación era un tanto extraña, puesto que uno de ellos estaba muerto, no les importaba mucho.

  Porque si el tema no salía por un tiempo, Akaashi realmente creía que su único mejor amigo era de carne y hueso. Y aunque lo pareciera, porque podían chocar los cinco o pasarse una pelota por el aire, Keiji sabía que él iba a crecer; pero Bokuto no. Si él seguía por la osadía de vivir, podría vivir más de 100 años con una vida saludable, no obstante su mejor amigo siempre tendría once años y él no podría hacer nada para detenerlo.

  A Bokuto no le gustaba hablar de eso, y a Akaashi tampoco. Preferían pretender que nada raro ocurría entre ellos; preferían fingir que todo el mundo podía ver, escuchar y sentir a Kōtarō, el simpático niño de la manzana trasera; el hijo menor de los Bokuto. Y sabían que su amistad no duraría mucho tiempo más, o al menos hasta que Keiji cumpliera los 13 y se diera cuenta de que su mejor amigo no podía ser un fantasma que nunca crecería.

  Pero no querían recordar momentos que todavía no vivían, y prefirieron en cambio disfrutar de las prácticas de vóleibol en el patio trasero del presente menor.

  Sin embargo el tiempo pasaba, y cuando faltaba un año para que Akaashi cumpliera la edad estancada de Bokuto, comienzó a sentir miedo. Keiji tenía miedo porque Bokuto no estaba tan nítido cómo antes solía estarlo, y trató de engañarse pensando que padecía miopía o alguna de las enfermedades oculares de su madre.

  Sus tardes de vóleibol eran duras, apacionantes, reales, ambos estaban dispuestos a ser el mejor dúo armador-rematador de su pequeño e imaginario mundo dónde ambos eran niños normales; vivos, vitales. Y la luz del Sol que se colaba entre las gigantes hojas de mora en el patio de Keiji — frutos que dejaban pegajosas sus manos cuando maduraban en la primavera— nunca iluminaron tanto los brazos de Kōtarō cómo para atravesarlos y dejar una sombra gris en vez de negra, y Bokuto sintió miedo porque sabía que su hora estaba llegando, mas Keiji lo ignoraba y suplicaba que continúen el pequeño partido. Kōtarō asentía y las tardes siguieron, y Bokuto cada vez se esforzaba más para golpear la pelota, hasta que una seca tarde de otoño las hojas cayeron al suelo acompañando el balón que caía sobre el césped tras atravesar los difusos brazos del mayor.

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⏰ Última actualización: Aug 10, 2021 ⏰

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