CAPÍTULO 24. Mereces saber la verdad, Amadeo.

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Amadeo.

Mire a Idalia galopando y alojándose entre el horizonte.

Un sentimiento de rabia se apodero de mí. Solté un gruñido, conteniendo todo el enojo y volví a la hacienda de Don Encarnación... De nuevo, mis instintos me estaban dominando y no pensaba con claridad. Había decidido alejarme de Idalia, dejar de lado aquel juego en el que me había metido con ella y en el que al parecer, yo era el juguete. Pero cada vez que la veía los sentimientos me traicionaban y olvidaba sus verdaderas intenciones conmigo. No iba a ser su conejillo de indias solo para poder culminar su venganza hacia mi hermano.

Negué con la cabeza, intentando volver a mi sentido común y a retomar mis planes. Arreglar la hacienda y después vendérsela a una buena persona, que sin duda era Don Encarnación.

Camine hacia adentro de la casa, dispuesto a seguir negociando cuando de la nada sentí a alguien detenerme del hombro, un tanto brusco.

Mis instintos se pusieron a la defensiva y estuve a punto de hacer una locura cuando vi el rostro del doctor de la ciudad parado frente a mí.

— ¿Qué es lo que quiere? — pregunte recordando cómo había defendido a Idalia y por la mente me cruzo la idea de que podría haber algo entre ellos.

— Escucha, Amadeo. — su voz era tan tranquila y serena que logro calmarme por unos instantes. — Yo conozco a Idalia más que todos aquí. Conocí a la Idalia joven e ingenua y también conozco a la Idalia madura y fuerte que es ahora. Así que soy consciente de lo que se merece y de lo que no.

Entrecerré las cejas, confundido por sus palabras y comenzando a alterarme en el intento de descifrar cuál era su verdadero mensaje.

— ¿Qué me quiere decir con eso?

— No puedo explicarte algo que no me corresponde... Idalia se molestaría mucho conmigo. — suspiro. — Pero... Mereces saber la verdad, Amadeo. Pareces ser un buen hombre, así que te daré un consejo... — puso su mano en mi hombro izquierdo y me miro a los ojos con sinceridad. — Idalia y Andrés... No permitas que se encuentren. Aunque Idalia aparente ser una mujer indestructible, en el fondo sigue siendo vulnerable. Mientras que Andrés... El siempre será un canalla. Y no me gustaría tener que volver a tratar a Idalia por otra golpiza, como tantas que tuvo cuando estaban casados... — sentí como mi cuerpo se iba paralizando lentamente de arriba para abajo y después, como el doctor me daba unas palmadas en la espalda, ayudándome a asimilar la noticia. — Si la quieres, cuídala. Cuida a Idalia de tu hermano... Solo estará segura si la mantienes lejos de él.

Sentí que el mundo entero se detuvo. Mi cuerpo no reaccionaba y mi mente aún estaba procesando lo que el doctor acababa de decirme.

La actitud de Idalia, sus rencores, sus desplantes, su pasado... Todo lo que no comprendía de ella, ahora tomaba sentido. Un sentimiento de culpabilidad me inundo por completo sin poderlo evitar.

No la defendí. No la defendí el día en que Andrés regreso, aunque me lo haya suplicado una y otra vez. No la defendí frente a todos en la fiesta y tampoco la defendí del regaño de Don Encarnación. No la defendí de ese profundo odio hacia su pasado. Pero, sobre todo, no la defendí de mi hermano... No la defendí de Andrés.

No supe cuánto tiempo paso, pero cuando al fin recobre el sentido, mi culpabilidad se convirtió en una profunda furia que me hervía la sangre. Busque al doctor por todo el lugar, hasta que lo encontré del otro lado del jardín, platicando con un hombre que desconocía.

Camine hacia él, lo voltee, lo tome de la camisa y lo sacudí.

— ¿DONDE ESTA? — le grite, alterado.

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