CAPÍTULO 27. ¿Así se siente el amor?

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Después de un silencioso e incómodo recorrido, llegamos a la hacienda de Amadeo. De lejos se podían apreciar muchos cambios y mejorías, ya no era ese cuchitril que estaba dispuesta a comprar.

Baje de Indomable y Amadeo de su potro negro. Esos dos ejemplares parecían tan distintos... Uno blanco y otro negro. Uno feroz, implacable. Y otro manso, dócil.

— ¿Entonces? — Amadeo se acercó a Indomable y lo acaricio. — ¿Cuándo me concedes el honor de montar esta belleza?

— Imposible... Ella no deja montar por cualquiera. Además, no creo que seas tan buen jinete como para estar a la altura de mi caballo.

Amadeo sonrió y me miro.

— Soy mejor jinete de lo que crees. Además, tengo un don con los animales... Sobre todo con los caballos.

— ¿Apoco en la capital la gente anda a caballo?

El soltó una pequeña risa que dejaba ver un poco aquellos hoyuelos que tenía.

— No, las personas de la capital van en coches...Pero, en la capital estoy en un club. Ahí la gente, principalmente las personas que tienen mucho dinero, pagan una mensualidad para poder montar a caballo los días que quieran. Hay caballos de todo tipo, de todo el mundo. El ser un jinete es visto como un deporte, o como un pasatiempo...

— Vaya... Quién lo diría. Tantas personas pobres en el mundo y esas personas gastando el dinero en montar un caballo...

— Bueno, te entiendo pero esas personas no son las responsables de lo malo que pasa en el mundo.

Suspire y comenzamos a caminar hacia la entrada de su hacienda.

— Lo sé, ese es Dios. Si en realidad existe... ¿Por qué permite tantas injusticias? Nunca lo entenderé...

— Es por eso que, tienes que agradecer lo que tienes. Lo que Dios ha hecho para ti.

— ¡Ese hombre no ha hecho nada por mi! No tengo que agradecerle nada a nadie... ¿Dar gracias por tener un techo? ¿Qué tal si ofendo a los que no tienen dónde dormir? O... ¿Dar gracias por un plato de comida? ¿Y si ofendo a los que se mueren de hambre? No necesito de él. Ya bastante me ha hecho sufrir.

Amadeo abrió la puerta y me dejo pasar.

— Todos tenemos un camino distinto, Idalia.

Me voltee a verlo a los ojos. Lo tenía de frente, y parecía no entender lo que le decía.

— ¿Y si yo no quería este camino? ¿Por qué él siempre es el que tiene que decidir por nosotros?

— Idalia... Las cosas siempre pasan por algo.

Negué con la cabeza y fui hacia la sala para sentarme en uno de sus sillones. Parecían ser nuevos. Se podía apreciar que no eran sillones de aquí, estos eran traídos de la ciudad. Parecían valer una fortuna.

— Lo dice el hombre que ya tiene la vida resuelta...

— No Idalia. Nadie tiene la vida resuelta. No entiendo por qué dices eso...

— Amadeo... ¿tú alguna vez has rogado por un plato de comida?

El negó con su cabeza y se quedó viéndome, esperando una respuesta.

— Yo sí.

— Idalia... No puedo tan siquiera imaginar por las cosas que has pasado pero... No dejes que te siga atormentando. Sigue adelante, deja todo eso atrás. Ya no vives ahí.

— El pasado pesa Amadeo. Y pesa mucho. Y así como me pesa a mí, también te va a pesar a ti.

El volvió a negar con la cabeza.

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