CAPÍTULO 19. Intimidad.

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Idalia.

Abrí la llave de la tina mientras comenzaba a quitarme las botas de trabajo. Apenas y desabrochándolas sentí un alivio liberador y me las quite junto con las calcetas. Mis pies lucían rojos y punzantes.

Esta era quizás una de las mejores cosechas que la hacienda ha tenido desde que inicio. Sin embargo, el proceso de recolección de café era uno de los trabajos mas agotadores. Eran largas horas expuestos al sol, recolectando los granos maduros uno por uno y dejando en el cafeto los granos verdes, que se recogerían una vez estuvieran rojos.

Me saque la blusa sucia y con polvo de manga larga por encima y sentí como el sudor de mi pecho empezaba a enfriarse. De pronto, la luz del baño se volvió demasiado blanca, mis piernas tambalearon y sentí un pequeño pero intenso mareo. Me detuve con la pared para evitar caerme.

-Carajo...- suspire.- Esta vez si me pase...

Mi hacienda se había convertido en mi prioridad, pero en ocasiones trabajaba tanto por ella que llegaba al punto de gastar hasta mi ultimo aliento. Para unas personas les resultaba una obsesión, pero yo tenia mis razones. Mi hacienda era todo lo que tenia en la vida. Era mi razón de levantarme cada mañana con ganas sacarla adelante. Y no podía permitir que nada ni nadie me quitara eso.

Después de estabilizarme, me quite el cinturón, enseguida el pantalon y la ropa interior. Primero, fui metiendo lentamente los pies descalzos sobre el agua fría que parecía hacerle cosquillas a mi piel, hasta meterme por completo.

Estaba acostumbrada al agua fría, era mi cura para todo tipo de dolor y cansancio, pero hoy tenia una sensación distinta. Tenia las emociones a flor de piel y no lo podía evitar. Fui sumergiendo la cabeza poco a poco, hasta quedar totalmente dentro del agua, esperando que eso me ayudara a quitarme aquellos pensamientos que odiaba, pero fue imposible...

FLASHBACK.

Acostada en la cama, inmóvil y adolorida, vi al doctor del pueblo hacer unas anotaciones en su libreta, con una expresión de profundo enojo y desconcierto.

Me pareció muy extraño... El doctor Garrido siempre solía ser muy amable y simpático.

De reojo, mire a Lucia, que estaba sentada al lado mío y ella también parecía estar confundida.

-Y bien... ¿doctor?- pregunto Lucia.

El hombre parecía tener poco menos de cuarenta años, piel blanca y algunas canas sobre su cabello negro. Frunció el ceño, suspiro y hizo una mueca con sus delgados labios.

-Esta niña no debe de levantarse de esta cama en siete días por ninguna razón. - le ordeno a Lucia con una intensa seriedad.- Con cualquier mal movimiento podría terminar de romperse las costillas y hasta la columna. - aquella orden cambio a regaño.- ¿Cómo fue capaz de hacerle esto? - sentí la mirada del doctor sobre mi, pero no pude descifrar que sentimiento ocultaban sus ojos.- Es apenas una niña...

Oculte mi cabeza en la almohada. No sabia porque, pero no me gustaba la sensación que ese hombre estaba provocando sobre mi.

A los pocos minutos el doctor salió y me quede sola con Lucia.

-Eso le pasa por desobedecer a su marido.- escuche una voz en la puerta. Era Lupita. - ¡Dios castiga a las mujeres que se comportan así!

Mire a Lucia, que parecía estar molesta por el comentario de Lupita.

-Será tu Dios.- le renegó Lucia.- Ese Dios que impone y castiga no es el mío. Mi Dios esta lleno de amor y perdón. Así que vete con tus sermones para otro lado, ¡Que aquí no los queremos!

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