CAPÍTULO 21. Andrés... ¿regresaste?

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— ¡Se lo juro, joven Amadeo!— aseguró Lupita. — ¡La diabla y Sergio se van a casar! Ya todos en el pueblo lo saben...

Suspiré y me di un masaje en las cienes, intentando no desesperarme.

— Lupita, eso no tiene sentido. Idalia no esta comprometida. ­

— ¡Mi mamá dice la verdad!— afirmó María. — ¡Sergio y La Diabla han sido amantes desde que ella estaba casada con su hermano!

Recargue mi cabeza en mi mano y las mire. En realidad, ambas parecían completamente seguras de sus palabras. Sin embargo, decidí no creerles. Eso lo tendría que hablar con Idalia solamente, ya no me dejaría llevar por aquellas habladurías. Aunque... En momentos como ese, era muy difícil no dudar.

— Eso no cambia nada.— dije, firme en mi postura.— Idalia va a venir a la hacienda las veces que ella quiera, y les exijo que la traten con respeto.

— ¡No puedes hacernos esto Amadeo! — reclamó María. — ¡No desde lo que me hizo la última vez! ¡Ya has visto de lo que es capaz! ¿Por qué no entiendes que esa es una mala mujer?

De nuevo, no sabía que responder. Aunque tenía que aceptar que en ciertas ocasiones Idalia se dejaba llevar por sus instintos. Mire la hora. Eran las 7 de la tarde y ella no tardaba en llegar.

­— ¡Joven Amadeo! Nosotras no seríamos capaces de mentirle... Lo queremos y por eso nos preocupamos por usted...— aseguró Lupita.

­— ¿Qué más necesitas? ¡Que pruebas quieres para darte cuenta de la clase de mujer que es Idalia!

Las miré con cierta inquietud y suspiré.

— Olvídalo, Ma.­ — dijo María. — Amadeo no quiere entender... Al parecer... Quiere terminar odiando a La Señora por su propia cuenta.

— Si no quieren verla, se pueden ir por el día de hoy. No tienen que estar aquí si no quieren. Pero necesito que entiendan que no voy a cambiar de opinión.

— Esta bien, tampoco lo vamos a obligar a abrir los ojos. ­— escuché a Lupita rendirse junto a María. — Pero... Si quiere saber el tipo de mujer que es Idalia, entonces pregúntele que piensa acerca de Dios. Eso es lo último que diré respecto a ella... — al poco tiempo vi como ambas salieron indignadas de la hacienda.

Dios... ¿Por qué debería de preguntarle sobre ese tema a Idalia?

Unos minutos después se escuchó el ruido de un caballo fuera de la hacienda y fui hacia la puerta para verificar si era Idalia quien había llegado.

Y así era. Me recargue en la puerta y la admiré desde lejos. Estaba sobre su gran caballo blanco y al verme me regalo una sonrisa que le devolví.

Como usualmente, llevaba ropa de trabajo. Blusa de manga larga color crema, pantalones cafes, botas y sombrero.

La vi amarrar su caballo a un árbol, quitarse el sombrero y después, a paso seguro, caminar hacia mí.

Me encantaba esa mujer. Su forma de mirar, de caminar, de sonreír... Todo de ella.

El viento del atardecer caía sobre su cabello rizado y rojizo, la luz anaranjada volvían su piel cálida y tenue, mientras que la sonrisa en sus labios parecía no tener fin. Era el paisaje más hermoso que había visto en mi vida, después de la primera vez que la mire.

­— Bienvenida, Idalia.— dije al tenerla frente a mí.

Ella sonrió y agradeció.

La invite a pasar con la mano y ella me siguió hasta mi despacho.

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