CAPÍTULO 6. ¡Desgraciado!

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Amadeo.

Miré el plato de comida. En realidad... No tenía hambre. Estaba furioso.

Había ido al arrollo, pero después de horas de espera ella no apareció. Tenía miedo de no verla de nuevo...

Un sentimiento de ansiedad invadió mi cuerpo. ¿Que me estaba sucediendo? Nunca fui un hombre superficial, de esos a los que les interesa demasiado el físico de las mujeres. Pero aquella aparición me había dejado sin palabras, sin aliento y sin poder pensar en algo más que en la belleza de esa mujer.

-Mijo, ¿y de que has trabajo durante estos años? - le preguntó Lupita a Andrés.

-Ya sabe Lupe, de esto y aquello. - dijo Andrés mientras comía.

Los muchachos que me ayudaron a limpiar la hacienda también comían con nosotros.

-¿Y ya han visto a La Señora? - preguntó Uriel, uno de los muchachos.

-¡No hablen de esa mujer en esta mesa!- dijo Lupita regañandolos.- Les va a caer pesada la comida.

-¿Señora? - preguntó Andrés. - ¿Desde cuando le dicen señora a Idalia?

-¡Ella misma se hizo llamar "La Señora"! ¿Usted cree? - contestó Uriel.

-Esa mujer está loca, te lo dije hermano. - me dijo Andrés mientras me daba palmadas en la espalda.

-No solo está loca, es mala. Ella representa todo lo que no debe de ser una mujer. ¡Tan solo quitarle las tierras a su marido! Es una sin vergüenza... -dijo Lupita.

Me preguntaba qué clase de mujer será la ex esposa de Andrés, y porque parecía ser tan odiada por todos ahí.

-Tiene razón, Lupe. Yo le di todo a Idalia y me pagó tan mal...- mencionó Andrés.

-¿No será que no eras suficiente para ella?- dijo Uriel.

-Más bien, ella no era suficiente para mí. Era demasiado niña aún. Cuando nos casamos Idalia tenía dieciséis años y yo veinticinco.

-Se casaron mientras ella era menor de edad, eso no es nada bueno.- le dije.

-¡Yo no quería casarme! Nuestros padres eran mejores amigos y lo arreglaron... Ni quién quiera casarse con esa loca.

Los chicos se rieron. Yo rodé los ojos y me levanté de la mesa dispuesto a irme.

-¡Entonces se va a infartar cuando vea lo chula que se ha puesto La Señora!- dijo Raúl, otro de los muchachos.

Andrés frunció el seño.

-¿Chula? Mhh... No. Idalia siempre fue una muchacha linda, pero nada más.- respondió Andrés.

Me senté de nuevo.

-Ustedes no saben de mujeres bellas.- dije recordando aquella aparición.

-Puede que tenga razón patrón, pero La Señora es la mujer más chula de aquí. Tiene la piel blanca como la leche, el cabello rojito y chino chino...- dijo Uriel.- Y un cuerpo... Uff... ¡Cómo Dios manda!

Me quedé plasmado. Podría ser que... Aquella mujer que había visto no haya sido una aparición...

-¿Así es Idalia?- pregunté.

-Si, mijo. Es por eso que siento que esa mujer tiene algo de maldad... No es normal que las mujeres provoquen así la atención de los hombres.- dijo Lupita.

-No lo creeré hasta verla. Mañana la confrontare en su hacienda.

-Te acompaño.- dije rápidamente.

-No es necesario, hermano. Yo sé cómo controlar a esa fiera.- respondió con un guiño.

-No mijo. Es mejor que te acompañe tu hermano, esa mujer es peligrosa...- intervino Lupita.

-Es más, ¿porque no vamos ahora mismo?- dije levantándome rápidamente de la silla.

Andrés se levantó también.

-Sí, tienes razón. Entre más pronto la confrontemos, mucho mejor.

( * * * )

Andrés y yo cabalgabamos en los caballos mientras íbamos a la hacienda de Idalia, mayormente conocida como "La Señora".

Sentía corta la respiración y me temblaban las manos. No podía creer que la mujer de la que hablaban era la misma que había visto anteriormente... No parecía ser mala o peligrosa, en realidad parecía ser el angel más puro de todos.

No quería creer todo lo que habían hablado de ella. No era posible que ella fuera la ex esposa de mi hermano, aquella que le robó todo lo que tenía.

Mientras más nos acercabamos más ansioso me ponía...

De pronto, me sentí perdido. Ese lugar no era el mismo que recordaba cuando era niño. Un vista llena de árboles, plantas, flores y animales inundaron el paisaje.

Me quedé perplejo al igual que mi hermano, mientras ambos nos mirábamos fijamente.

-¿Qué estás tierras no eran..?- pregunté dudoso.

-Infértiles.- respondió sorprendido.

-¿Cómo es posible..?

A los pocos minutos se apreciaba a lo cerca una hacienda enorme.

Una entrada de árboles y flores hacían camino a una hacienda roja de dos pisos. Y, al poco tiempo, aquella hermosa mujer salió de ahí y camino unos pasos, postrandose frente a nosotros.

Era ella... Definitivamente era ella. Pero lucia diferente que anoche. Tenía ropa distinta y la mirada alerta.

Andrés y yo nos bajamos del caballo.

De cerca la podía apreciar más. Era bellísima. Baje la mirada y me di cuenta que en su pantalón tenía una funda sosteniendo un arma.

-¡Hasta que te dignas a dar la cara, desgraciado!

INDOMABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora