CAPÍTULO 15. Momentos de debilidad.

99 9 2
                                    

Idalia.

Un inmenso cansancio se apodero de mi cuerpo después de largas horas de trabajo. Sin dudar había sido uno de mis peores días, en aquellos donde me sentía como una tonta. ¡Y vaya que lo era! Al fijarme en Amadeo le otorgue automáticamente el poder de hacerme daño, y eso era solamente culpa mía.

El trabajo siempre me resultaba una salida para evitar pensar en cosas hirientes, y, aunque inspeccionar árbol por árbol de mi hacienda para asegurarme de que mis cafetales estaban libres de plagas y enfermedades era algo que hacia al menos una vez por semana, en ese momento sentí que ya no podía más. Mis piernas flaqueaban y mi mente estaba agotada, pero aún me faltaban algunos cafetales por revisar.

Di un pesado suspiro esperando poder acabar pronto, pero mis esperanzas se murieron cuando vi en las hojas de un cafetal pequeñas larvas negras.

Negué con la cabeza mientras deje salir un quejido de mi boca.

-¡Carajo!- maldecí al pensar en todo el trabajo y el tiempo que costaría deshacerme de esa amenaza llamada "gusanos medidores" y que debía hacerlo rápido antes de que comenzaran a esparcirse y a comerse mis demás cafetales.

­­­­— ¿Cómo estas, Idalia? — escuché una voz de hombre a lo cerca.

Rogué en silencio que esa voz no fuera la de Amadeo y que solo fuera mi imaginación dándome una mala jugada, pero al voltear me di cuenta de que no era así. Ese descarado estaba frente a mi después de hacerme pasar un mal rato y para acabarla, en el peor momento de la noche.

Le lance una intensa mirada de furia que esperaba ser suficiente como para ahuyentarlo y dejarme trabajar en paz.

—Lárgate. — suspire en voz baja y me di la media vuelta para seguir en lo mío.

Con mi linterna alumbre al cafetal afectado buscando si aquellas larvas habían dejado huevecillos para poner manos a la obra en cuanto antes, aunque para eso tenga que mandar a llamar a mis trabajadores a estas horas de la noche... Pero no quedaba otra opción si no quería que esta plaga afectara a toda mi hacienda.

Mire a donde estaba Amadeo esperando que ya se haya marchado, pero al ver su mirada clavada en mí no pude evitar sentir un escalofrió recorrer mi espalda. Ese hombre lograba ponerme nerviosa de una forma que no podía explicar. Su presencia no me causaba miedo, pero sí que lograba hacerme tambalear.

—¿No entiendes? ¿O eres sordo?— le reclamé intentado deshacerme de él de una buena vez.- Lár ga te.

El me miró fijamente con los ojos entrecerrados, como si quisiera saber más allá de mí y yo le mantuve la mirada. Y, aunque tenía unas ganas inmensas de lanzarme hacia él y darle unas cuantas cachetadas, no pude evitar sentirme cautivada por su gran atractivo. Los hombres altos y fuertes nunca me causaron miedo, pero con Amadeo me hacía sentir distinta y lo peor era que no era un sentimiento de temor.

Me resultaba muy fácil saber que estaba enojado porque su mandíbula estaba endurecida y sus pómulos estaban más marcados que nunca.

—"Señora"— dijo en un tono irónico que me hizo perder los estribos. — ¿Su enojo es conmigo o estoy pagando los platos rotos de alguien más?

Lo mire con una ira que me salía de la boca del estómago y le apunte con la linterna en la cara, causándole un disgusto a su vista mientras daba unos pasos hacia él.

—"Abogado"— dije ya estando cerca de el.- Usted podrá ser gente estudiada y yo una mensa que apenas y sabe leer, pero, ¿le digo una cosa? — di un último paso para encararlo.— En este pueblo nadie es mejor que nadie. Aquí no se gana dinero por el simple hecho de tener un título. Acá la única manera de ganar la vida es partiéndose el lomo día con día. — me cruce de brazos. — Así que le agradecería que se regrese por dónde vino y que me deje trabajar de una vez por todas.

INDOMABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora