Capítulo 11

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La clase se me hace eterna y agradezco al cielo cuando el timbre retumba en todo el salón. Comienzo a guardar mis cosas en la mochila al tiempo que busco la mirada de Casy. Está guardando sus cosas también, mientras charla con Dilara y Valentina.

Hasta el momento no me había puesto a pensar en ello, pero... jamás escuché el nombre Dilara. Así como tampoco escuché el nombre Castille y resultó ser que Casy no es de Argentina. ¿Será que Dilara tampoco es de acá? ¿Vendrá de Edimburgo como Casy? Ciertamente es una cuestión a la que no le presté demasiada atención. Sin embargo, en estos momentos tengo cosas más importantes por las que preocuparme: cómo hablar con Casy.

Parece que para nosotras es imposible poder encontrar el momento para hablar. No sé por qué, pero siempre algo pasa que no podemos hablar bien y aclararlo todo. Y sí que hay que aclarar...

Pasaron más cosas en estas últimas horas que en cualquier otro momento de mi vida. Mi vida antes era una estricta rutina. Me levantaba, iba a la escuela, me maltrataban, la pasaba mal, volvía llorando, hacía tarea y me iba a dormir. De vez en cuando alguna salida en familia. A veces escribía y leía. Eso era todo.

Leer fue y es algo imprescindible para mi. Comencé a leer a los trece años cuando me regalaron mi primer libro Night owls, una hermosa historia de amor que me enamoró desde la primera página. Luego de ese libro supe que las historias de amor y las novelas eran lo mío y comencé a comprar más y más. Ahora ya tengo cuarenta y cinco novelas ordenadas por orden alfabético en la repisa de mi habitación y la verdad, que no sé cómo pude sobrellevar todo lo que me ocurrió antes cuando desconocía el mundo de la lectura.

Este mundo se volvió mágico para mí cuando descubrí que podía ser un escape de toda la mierda que estaba viviendo en el colegio y luego... en casa, pero esa es una historia para otro momento.

La lectura, en los últimos años, fue mi compañía en los tiempos de soledad; mi refugio en momentos difíciles; mi confianza cuando tenía baja autoestima, incluso mi esperanza cuando sentía que la había perdido toda. Mis libros lo fueron y son todo para mí. Siempre que encuentro un minuto libre, agarro una de mis cuarenta y cinco novelas y comienzo a leer, sabiendo que me van a cobijar como una manta de lana en una noche fría de invierno.

Ahora, de hecho, no pude leer ninguna novela desde que me mudé acá, y sin dudas lo necesito. Estas horas fueron un torbellino y necesito despejar mi mente.

Pasé de que mi vida sea una completa rutina a vivir en la incertidumbre constante. Y sinceramente, no sé cuál es peor. Pero lo que sí sé es que quiero volver a ese lugar seguro que me brindaban esas páginas escritas. Me hacían olvidarme del mundo entero a mi alrededor y concentrarme en otro paralelo. Y eso es justo lo que necesito ahora mismo, considerando que apenas pasó un día de escuela y tuve más altibajos que otra cosa.

Con mis cosas ya guardadas y mi mochila cerrada y colgada en mi espalda, me dirijo a la puerta, mirando por última vez a Casy. Sigue hablando con esas dos estúpidas y ni siquiera me mira o se da cuenta de mi presencia. «Parece que se olvidó que teníamos algunas cosas que hablar...» Como sea, sigo mi camino y reparo en la mirada de la profesora Salvatierra que está posada en mí. Acelero el paso. No quiero tener otra conversación con esa mujer como la de ayer.

Sigo caminando hasta llegar finalmente a la puerta. Salgo del salón, pero en ese momento siento que alguien me está tocando la espalda. Me doy vuelta y veo a Casy. Está seria, pero cuando mis ojos se encuentran con los suyos una sonrisa se dibuja en su rostro, que desaparece rápidamente.

—Perdón por eso... no quería que Leo... Bueno, lo que dijo ayer de nosotras... —comienza a decir con la cabeza gacha y recuerdos de hace unas horas de ella intentando encontrar las palabras correctas para expresarse se reproducen en mi mente.

—Está bien. Dejálo —le digo, intentando sonar dulce.

—Sigo haciendo las cosas mal; te sigo pidiendo perdón por todo.

—No, en serio, entiendo lo de Leo y está todo bien —miento.

No está todo bien y ciertamente no entiendo lo de Leo. No puede ser que se aleje de mí solo por el comentario de un estúpido. ¿Por qué le importa tanto lo que piense él?

—Vení conmigo, vamos a hablar en el patio. El recreo es corto, pero quizás llego a contarte todo —dice, incentivando mi curiosidad.

Me agarra del brazo y me lleva, arrastrándome así, al patio de la escuela. Es bastante grande y apenas hay algunos estudiantes afuera, así que tenemos privacidad para hablar. Nos sentamos en un banco de madera color blanco que hay debajo de un árbol y Casy comienza a tocarse el pelo, arrancándose uno por uno. Debe estar muy nerviosa, aunque bueno, yo también lo estoy.

—Tengo mucho que contarte —me dice mientras se mueve incómoda en el asiento y mira hacia el cielo, que está azul brillante, sin ninguna nube.

Casy permanece callada, mirando hacia arriba, como intentando pensar en lo que tiene para decir. Con cada minuto que pasa de su silencio, mis nervios crecen. Parece que no encuentra las palabras para decirme lo que se supone que debería haberme dicho ayer a la noche. ¿Qué tan importante será eso que quiere contarme? 

La tormenta perfecta en una habitación serenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora